El mundo según San Isidoro
El primer mapa impreso de la historia fue dibujado por el padre del cristianismo español, nacido casi con toda seguridad en Cartagena. Su imagen mental de la Tierra definió la fisionomía de nuestro planeta y de él derivaron las cartas y planos hasta el viaje de Cristóbal Colón
NACHO RUIZ
Martes, 12 de julio 2016, 01:28
Hace unas semanas se publicaba que el 25% de los españoles piensan que el sol gira alrededor de la Tierra, lo cual nos coloca en algunos aspectos cerca de la antigua Mesopotamia, en la que la Tierra era un plano flotante, un mundo bidimensional. Pitágoras aseguró en el siglo VI a. C. que era una esfera, algo que confirmó en el siglo III a. C. el geógrafo griego Eratóstenes, siendo el primero en calcular la circunferencia del planeta y estableciendo la existencia de un océano al norte, en contraposición a Heródoto. Dibujó un mapa en el que el Atlántico se extendía desde el mar de Eritrea (en el Índico) permitiendo la circunnavegación de África, de hecho escribió: «Si la vasta extensión del mar Atlántico no lo imposibilitara, incluso se podría navegar desde la costa de España hasta la India a lo largo del mismo paralelo», es decir, daba por hecho que la Tierra era redonda. No predijo la existencia de América, pero dio en el clavo y, desde entonces, durante cerca de mil años, el planeta fue una esfera y eso rigió el conocimiento del universo, la navegación, las cartas y los mapas y los ritmos de la vida.
Un milenio después, en el 556 de nuestra era, nació en Cartagena (con toda probabilidad) San Isidoro. El padre de la Iglesia, la cabeza del cristianismo español, creador de las escuelas catedralicias, sabio por antonomasia de los reinos visigodos, murió en Sevilla el 4 de abril de 636. Pese a haber nacido en la ciudad departamental pasó a la historia tras su canonización como San Isidoro Hispalensis o San Isidoro de Sevilla. Hablamos de uno de los grandes eruditos de la Iglesia, de uno de los grandes intelectuales medievales.
San Isidoro es el más desconocido de los grandes personajes nacidos en la Región y, probablemente, el más trascendente del medievo, tal y como vamos a ver. Paradójicamente su imagen es recurrente, solo hay que mirar a la fachada de la Catedral de Murcia para encontrar las monumentales esculturas de los cuatro santos de Cartagena: Santa Florentina, San Leandro, San Fulgencio y nuestro hombre. Las esculturas de Salzillo nos lo presentan como un bello joven, Murillo como un sabio sereno y en el siglo XVI se le representa siempre idealizado.
La iconografía es muy rica y en el campo de las letras su figura es mucho más importante, es un punto de inflexión del pensamiento que ha sido abordado desde sus coetáneos hasta hoy con hitos como los estudios que sobre su obra impulsó Belluga. A este último debemos el gran recuerdo físico que mantenemos en la ciudad de Murcia: el Colegio de Teólogos de San Isidoro, fundado por el gran cardenal, hoy instituto Cascales, un lugar del que -cosa que olvidamos con frecuencia- salió un premio Nobel, José de Echegaray. Qué extraña línea de desconocimiento popular une estos tres hitos de la cultura: San Isidoro, Belluga y Echegaray en un colegio que se ha salvado de la demolición por circunstancias casi milagrosas. Es una historia muy murciana esta.
Cuatro santos
Volviendo a nuestro hombre y su familia, los cuatro santos son los patrones de Cartagena. Allí nacieron en una familia hispanorromana acomodada. Eran hijos del duque Severiano (o Severino) y todos -padre e hijos- tuvieron un papel en el debate teológico medieval desde su influencia en la conversión de los reyes visigodos del arrianismo al catolicismo hasta la gestión de dos de ellos -Leandro e Isidoro- de la Archidiócesis de Sevilla. Sin embargo, nos centraremos en la figura de Isidoro. Su labor teórica es crucial, sus 'Etimologías' son un gran compendio del saber de la época, pero la importancia de este cartagenero va más allá. En el concilio de Toledo (633) fue la autoridad, situó al rey en un papel preponderante, comenzando una línea de pensamiento que decreta que el poder de los reyes viene directamente de Dios, algo que ha condicionado la historia del mundo desde entonces casi hasta hoy. Canonizado por Inocencio XIII al morir, sus restos descansan en la maravillosa iglesia de San Isidoro, en León, lo cual siempre me ha causado una confusión que nunca resolveré: San Isidoro de Cartagena, llamado San Isidoro de Sevilla y enterrado en San Isidoro de León.
Imperio Romano
Desde la implantación del Cristianismo, en el Imperio Romano volvieron a aparecer las preguntas que se habían hecho los griegos mil años antes y surgieron los problemas para unir lo que teórica y empíricamente se había demostrado con las sagradas escrituras. Entre los debates teológicos de la Alta Edad Media, uno de los más señalados fue el de la esfericidad de la Tierra, algo que 'a priori' hizo retroceder el conocimiento de la humanidad algo más de diez siglos, o al menos eso pensábamos hasta hace poco. Umberto Eco, a la cabeza de una línea de pensamiento, dudó de este planteamiento, considerando que los teólogos medievales sabían que la Tierra era esférica, y utilizó a San Isidoro para demostrarlo, como trataremos más adelante.
Esta cruzada contra la Tierra redonda fue encabezada por San Agustín, quien en el siglo IV condenó las ideas griegas y la existencia de unas antípodas en las que los pobladores andaban al revés. La razón era sencilla: si no aparece en la Biblia no existe, y en la Biblia no se habla de continentes en la otra parte del mundo. Esto nos da un dato sobre las religiones. En un episodio histórico muy conocido, cuando el general musulmán Amr ibn al-As iba a quemar la biblioteca de Alejandría en el 640 de nuestra era, el teólogo Juan Filipono le rogó que no lo hiciera, a lo que el militar respondió: «Si esos libros están de acuerdo con el Corán, no tenemos necesidad de ellos, y si estos se oponen al Corán, deben ser destruidos». Esa forma de entender el mundo, común a las religiones del libro, ha sido uno de los grandes frenos del progreso universal. La destrucción del gran foco de conocimiento occidental en Alejandría y el retroceso científico de «aplanar» la Tierra son demostraciones de cómo un libro se puede llegar a entender terriblemente mal.
En este punto del debate aparece Isidoro. Su trabajo teórico bebía de dos fuentes, las teológicas y las ciencias naturales, y en sus 'Etimologías' intenta buscar nexos, explicar el mundo en base a estos dos pilares, si bien en todo momento prima la teológica. Su trabajo como geógrafo es fundamental: compendió todo el conocimiento cartográfico de la época y fue el primero en delimitar de forma muy fiel el mar Mediterráneo, llamándolo por su nombre entre una auténtica legión de tratadistas, teólogos y geógrafos. Isidoro era un hombre de ciencia, de manera que no se podía engañar a sí mismo pese a su fe irreductible. En su obra aparecen muchos pensadores que aportaron pruebas de la esfericidad de la Tierra, de manera que el santo debía llegar a una solución que no traicionase su conocimiento ni plantease grietas a su fe. La encontró en una idea que ya había existido antes de los griegos: una Tierra plana dentro de un cielo esférico. Los movimientos observados durante el día y la noche eran demasiado evidentes como para hablar también de un cielo plano, de un universo estático o inmóvil. Digamos que había un elemento añadido: cualquiera podía seguir la evolución del sol y la luna en la bóveda terrestre, pero pocos podían embarcarse para comprobar si al final del mar había un abismo o se llegaba hasta la India.
Ptolomeo
Un factor ayudaba a este replanteamiento universal: Ptolomeo, el gran astrólogo y astrónomo greco-egipcio se había perdido. Su obra era desconocida en el medievo y su descomunal trabajo de divulgación quedaría en silencio aún durante siglos. La idea de geografía matemática basada en la latitud y la longitud era desconocida, y de haberlo sido habría generado un problema para la Iglesia, que había decidido que había prioridades divinas sobre los conocimientos empíricos, y por lo tanto debía diseñar su propio mapamundi. El mapa denominado T-O viene de la antigua Grecia, pero es Isidoro el que lo implanta siglos después con un fin teológico: Europa, Asia y África aparecen dentro de una O con los ríos Don, que divide Europa de Asia, el Nilo, África de Asia y el mar Mediterráneo entre Europa y África. Una Europa enorme, una Jerusalén forzadamente en el centro de la T que delimitan los ríos y una última anomalía: el este aparece arriba, de donde venía el calor. Este foco de calor permitió a los geógrafos, desde San Isidoro colocar allí un lugar de forma aún más artificiosa que Jerusalén: el jardín del Edén. El paraíso terrenal estaba en el este -que pasaba a ser el norte- de una Tierra plana, con forma de T dentro de una circunferencia.
Este es el punto de vista tradicional sobre el tema, pero en 2014 Umberto Eco publicaba 'La Filosofía y sus historias. La Antigüedad y el Medievo' y ponía en duda el que los teólogos medievales hubiesen llegado a considerar realmente que la Tierra era plana, atribuyendo la percepción actual a un debate decimonónico: si la Iglesia se había equivocado en algo tan grave como la esfericidad de la Tierra, se podía equivocar en muchas más cosas, por sintetizar el argumento. Eco -que recalca que los planos medievales son circulares- utiliza a Isidoro como ejemplo, y aquí nos resulta muy oportuno: el cartagenero calculó la longitud del ecuador en ochenta mil estadios. Quien habla del círculo ecuatorial evidentemente asume que la Tierra es esférica. Además, la medida que hace San Isidoro no se distancia mucho de la actual. En realidad la intención de Isidoro pudo ser otra. Incluyó en sus 'Etimologías' uno de los mapas T-O antes descritos. No es una carta náutica, no se puede navegar en base a ella, no porque el santo desconociese la geografía tal y como he apuntado, sino que buscaba una representación diagramática que se ajustase al Antiguo Testamento. Este dibujo data del 620 d.C., pero se convirtió de nuevo en un hito en 1472 al ser el primer mapa impreso en Europa. En este circulito en el que se inscribe una T, tal y como describía arriba, Isidoro identifica los continentes con los tres hijos de Noé: Europa, África y Asia con Sem, Jafet y Cam, ya que ellos se repartieron la Tierra. Si reducimos este dibujo, tan trascendente, a una representación simbólica, el debate cambia mucho.
Pero sea cierto este punto de vista o no, debemos volver al relato y cerrarlo con una fecha: 1409. Ese año se publicaba la traducción latina de la 'Geografía' de Ptolomeo por Jacobus Ángelus y comenzaba un proceso irreversible que acabó con el viaje de Cristóbal Colón y una nueva era de conocimiento.
La Tierra volvía a ser una esfera achatada por los polos.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.