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PEDRO SOLER
Martes, 21 de junio 2016, 01:34
Incontenible, vive rodeado de una naturaleza terriblemente árida, en la finca Peña Rubia, dentro del Barranco Teruel, pero inmerso en un auténtico tesoro artístico, que ni él mismo se atreve a valorar. También ha roto su sentido del valor material del arte la siembra de esculturas y cerámicas, que ocupan plazas y paredes, junto a la de cuadros propios y de auténticas primeras figuras internacionales, que llenan el Auditorio y la Casa de Cultura de Águilas, su pueblo natal. Es un mero indicio de cómo es Manuel Coronado, el pintor que anuncia definitivamente su retirada, porque cree que «retirarse a tiempo, como dicen los grandes guerreros, es un triunfo. Y es lo que he querido hacer. Pero a esto le doy una lectura, fácilmente comprensible. Para preparar una exposición necesito cinco años, porque siempre quiero que sea algo nuevo, que salga de mí y que sea distinto. Entonces, para exponer cincuenta o sesenta cuadros tengo que pintar cien y hacer una selección. Para esto, necesito esos cinco años, y yo, con la edad que tengo, si me pongo a preparar una próxima exposición, me dejo por el camino muchas cosas». Y añade: «Necesitaría terminar obras que no he terminado, y, sobre todo, necesito dejar mi obra en un lugar, para que se pueda quemar bien quemada, si es preciso, porque antes de verla degradada, prefiero que arda conmigo. Se trata de mi compañera de toda mi vida, mi bagaje. ¿Cómo voy a dejar yo algo a una gente que no respete lo que tanto quiero?».
-¿Es buena la obra pictórica de Coronado?
-En ella solo encuentro defectos. Siempre he buscado imágenes perfectas, pero el arte, cuando es perfecto, deja de ser arte para convertirse en artesanía. Cuando noto que mi obra gusta a la gente, porque va llegando a una perfección, me digo: '¡Eh, cambia, que te estás haciendo un artesano!'. Lo que busco siempre es dominar mi pintura, intentar no enamorarme de ella, porque si me enamoro de ella, termino como pintor. Siempre me digo que si, entre uno y diez, he llegado a siete, me siento feliz, colmado.
La de Manuel Coronado es una trayectoria rica en experiencias y aventuras, que se inició de niño, cuando «no sabía qué era la pintura, ni el color, pero necesitaba manchar. Me iba al campo y volvía con unos ramos de flores. Los hiladores que trabajaban para mi padre le decían: 'Bartolo, tu hijo será maricón, porque todo el día está con flores'. No sabían que yo las machacaba para manchar y dibujar. Hacía unos dibujos preciosos».
Su dedicación artística se amplió tras la muerte de su padre y su residencia en Mallorca, donde siguió con dificultades propias del momento, pero también insistiendo en aquella incipiente pintura, «porque los Reyes Magos me trajeron colores, lo que más deseaba. Ceras duras, que disolvía con cerillas. Hacía cosas que quería enseñar a mis tíos, o colocaba en las ventanas de mi casa para que se viesen, porque los artistas tenemos siempre, aún de pequeños, algo de exhibicionistas. Yo me daba cuenta de que gustaban».
Divino castigo
Un altercado infantil le supuso ser castigado a recuperar una reproducción de Rafael, 'Los desposorios de la Virgen', que el propio Coronado había roto. «Me castigaron a hacer lo que más me gustaba: pintar». También recuerda su aprendizaje con el maestro Matas, en la Escuela de Artes y Oficios, en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona y su compromiso por ser campeón de España de patinaje artístico: «Lo fui, porque mi vida ha sido un constante querer, siempre con honradez y sin hacer daño. No se puede ir por los caminos, atropellando a los demás, para adelantar. Es muy importante la tolerancia y el amor». En la ciudad condal vivió «un mundo maravilloso, porque existía un extraordinario movimiento artístico, del que surgió la nueva figuración española». Los problemas comenzaron, cuando quiso hacer gala de su murcianía. «La escritora María Aurelia Capmany -cuenta Coronado- me dijo que me iban a conceder el Premio San Jordi, porque yo era un pintor catalán. Le respondí que mi pintura podría ser artísticamente catalana, pero que yo era murciano, con raíces murcianas y, si me las cortaban, me convertiría en una madera sin vida, cuando yo quería ser un árbol con fruta, y con fruta murciana». Pese a todo, la Beca Fundación March le abrió nuevas rutas. Luego llegarían los premios: Ciudad de Mallorca, Ciudad de Murcia, Ateneo de Mahón, finalista de 'Blanco y Negro'...
-¿Ha vivido para pintar o ha pintado para vivir?
-Mi vida ha sido la pintura, porque no solamente he amado la mía. Por encima de todo, amo la pintura. He visitado todos los museos y he seguido en cualquier parte la huella de la pintura. Tuve la suerte de vivir en Florencia, cuando las inundaciones del Arno. Pude alternar con restauradores volcados en las obras de los grandes maestros italianos. Aquello me impactó y dejó en mí un sabor de pleno Renacimiento. Por esto, he hecho mucha pintura florentina, siguiendo a Boticelli, Giotto, Miguel Ángel... Me empapé de los clásicos. No se puede dedicar uno al mundo de la pintura si es un mero papagayo.
Comprometido
Coronado también es pintor que refleja en sus obras problemas sociales, «porque me preocupan muchísimo. Si los pintores no fuésemos un poco cronistas de lo que estamos viviendo, el arte no tendría razón de ser. Que sepan leer lo que hacemos ya no es nuestro problema, sino de la incultura social. Los años de abundancia eran todo un carnaval, un mundo de máscaras, que después nos hemos ido quitando, para quedarnos desnudos». Pese a todo, no busca complicaciones: «Yo hago las cosas porque entiendo que somos los únicos que podemos hacerlo, con todas sus consecuencias. Si no tuviera mi carácter, yo sería mejor mirado en la pintura, pero no me importa que me malmiren. Debemos tener un lenguaje culto con el que ser felices, aún diciendo lo que decimos. Yo no quiero agraviar, ni molestar. Lo que busco es que despierte de su letargo esa sociedad que no quiere alimentarse de la cultura, la única cosa sólida y válida».
-¿Ha puesto tope a sus compromisos?
-No, porque, si lo hiciese, no sería espontáneo. El tope es un final. Hay que ser como el horizonte, que no tiene fin. Soy tolerante, aunque me hagan putadas muy gordas. Creo que no podemos vivir amargados, porque la felicidad nos da más vida, para poder estar más años con nuestra familia.
Conserva Coronado piezas de Picasso, Chagall, Miró, Fernando Botero..., junto a manuscritos de Camilo José Cela o Juan Pla. Y se emociona, cuando muestra las obras de sus amigos Mompó, García York, Perellón, Carpani, Villalta, Zobel, Beulas... «Mariano Villalta era para mí un amor, pero no un amor de placer, sino de comunión de un ser con el otro. Yo me enamoré de su pintura y Mariano se enamoró de mí. ¡He conocido a tantos pintores, que me han dado tanto...!
-¿Y no hay ahora demasiados?
-Hay muchos, pero creadores muy pocos. Parece que ahora todo vale. Cualquier pintor hace una fotografía y la convierte en paisaje, pero eso no es pintura, sino una copia. Lo más fácil es reproducir un Miró, un Picasso, un Velázquez... Otra cosa es pintar como ellos, crear como ellos.
-¿Rechaza a algunos pintores?
-Eso no, porque sé lo que cuesta ponerse delante de una tela en blanco y mancharla. Cada cual actúa como cree.
-¿Se considera un triunfador?
-Creo que sí, que he triunfado. Hay gente que me admira y me ha sido fiel, porque mi pintura tiene magia y porque pinto cuadros que están hechos con amor. Además, tienen vida, son únicos, nunca serán una copia. Sé que mi obra se ha internacionalizado, pero jamás me preocupé, ni un minuto, por conseguir esa fama que me ha venido.
-¿Tampoco se preocupó por los efectos de la crisis?
-¿Por qué? La crisis ha afectado a artistas que han vivido de la falsedad del arte, de las ventas, de las galerías... Yo nunca he vivido de eso. He ganado mucho dinero, que nunca he depositado en un banco. He comprado obras de arte, que nunca quiero vender, porque las amo. Soy de los que nunca han visto una factura, ni he querido saber lo que tengo.
-¿Paisajista, retratista, figuración, modernismo...?
-Todo se me da igual, porque me encanta pintar, aunque cuando preparo una exposición me conciencio, estudio la obra y me convierto en un esclavo del estudio, para poder demostrar que valgo. Hay quien expone y siempre hace lo mismo. Yo tengo asumido que esto no puede ser así. Cada exposición es como el nuevo peldaño de una escalera que, incuestionablemente, supera al anterior. Ahora, con la edad que tengo, no quiero ponerme a montar exposiciones y descubrir cosas nuevas. Lo que descubra será para mí, lo haré en mi estudio en papelitos, en manchas. No tengo por qué exhibirme. Mis genes me dan de vida hasta los ochenta y dos años, pero no tengo ningún miedo a la muerte. Cuando llegué el momento, moriré, porque una trompeta, ¡tarariiií....!, me reclamará. He sido buena persona, no he pecado, y, si existe ese Dios que dicen, me acogerá con los brazos abiertos; y si es la naturaleza, me envolverá para reencarnarme de nuevo en lo que me guste. Y nada más.
Las obras de Coronado, que no exhibe en centros públicos de Águilas, cuelgan o aguardan apiladas en su casa y en su estudio. Es imposible cuantificar. Afirma que ha pintado «muchos cuadros, más que Picasso. Me levanto a las cuatro de la mañana, oigo la radio, escucho música... y a pintar. Pinto y escribo con muchas faltas de ortografía, aunque esto no me preocupa. Me basta con ver las letras bien dibujadas». Nunca se ha rendido, pues «hubiera sido estar jodido conmigo mismo, como un suicidio. Si alguien o algo puede con el artista, lo elimina, deja de serlo. A mí las dificultades me hacen crecer, porque, en los momentos más difíciles no me achico, me hago más grande».
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