'Sala María Zambrano', en recuerdo de una gran amiga

Que la sala en la que se exponen las obras donadas al Museo -junto a otras que también muestran su temática religiosa- se abra al público con el nombre de 'Sala María Zambrano' es la respuesta a una persistente amistad y a una pública admiración. 

P. S.

Viernes, 17 de junio 2016, 08:23

«Fue una de las mejores valedoras de la pintura de Gaya», afirma el director del museo

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«Nos movíamos muy bien por el Café Grecco, Piazza di Spagna, Via del Babuino, la Fruteria, la Trattoria, el lujosísimo escaparate de ropa o de joyas, al lado mismo del verdulero, los gatos. Pero quizá, donde he visto a María no más feliz, ni más triste, sino plena, más completa, ha sido en la Via Appia».

«Quería decirte que los días tan perfectos que he pasado en Firenze lo han sido en mucho por tu compañía tan perfecta, tan honda, tan delicada. Quería decirte: Gracias. Siento que no estés aquí, pero me alegra saberte en esa paz, pintando, pintando, pintando de veras».

Que la sala en la que se exponen las obras donadas al Museo -junto a otras que también muestran su temática religiosa- se abra al público con el nombre de 'Sala María Zambrano' es la respuesta a una persistente amistad y a una pública admiración. «Fue gran amiga de Ramón Gaya, una de las mejores valedoras de su pintura y gran admiradora de los cuadros, ya sean de carácter religioso o mitológico», afirma el director del museo. «Fueron amigos desde los años treinta del pasado siglo, y su amistad continuó durante la etapa del exilio, y también, tras su reencuentro en Roma, en 1957. Gracias a esa relación amistosa, Ramón Gaya pudo conocer en Roma a personalidades de la vida artística y cultura italiana, como el escritor Italo Calvino, la intelectual Elena Croce o el pintor Carlo Levi».

Son los diarios de Gaya los que dan fe constante de esa amistad, que se mantuvo hasta la muerte de la filósofa, en 1991, y de una mutua admiración. Al margen de sus años de exilio, también fue en ciudades como París, Roma, Venecia o Florencia, en las que ambos se encontraron, para contemplar juntos las mejores obras de los grandes artistas, las histórica ruinas y obras monumentales del imperio romano. En este contacto continuo, no es de extrañar que, si en 1957, María Zambrano y Ramón Gaya marchan desde Roma a París, para conocer al pintor surrealista español Luis Fernández -de quien Picasso llegó a decir que era un genio-, también ambos se encuentran más tarde en Florencia, para regresar juntos a Roma.

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Años después, Gaya recordará en sus diarios sus andanzas romanas con su amiga. Y escribe: «Nos movíamos muy bien por el Café Grecco, Piazza di Spagna, Via del Babuino, la Fruteria, la Trattoria, el lujosísimo escaparate de ropa o de joyas, al lado mismo del verdulero, los gatos. Pero quizá, donde he visto a María no más feliz, ni más triste, sino plena, más completa, ha sido en la Via Appia». Evocaba que «a María le gustaba, sobre todo, llegar hasta un relieve muy perdido, muy gastado, de una tumba romana. Junto a esa tumba hay un pino -un pino romano- que también parece una escultura. Caso podría pintar ese momento». Ramón pintaría ese 'momento', en 1989, como un homenaje a su inolvidable amiga.

De la admiración que María sentía por la obra de Gaya responde, entre otros textos, una carta escrita en 1957, tras un nuevo encuentro en Florencia, en la que así se dirige al pintor: «Quería decirte que los días tan perfectos que he pasado en Firenze lo han sido en mucho por tu compañía tan perfecta, tan honda, tan delicada. Quería decirte: Gracias. Siento que no estés aquí, pero me alegra saberte en esa paz, pintando, pintando, pintando de veras».

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Su gusto y asombro por las obras de corte religioso se dejan ver en 1959, cuando María Zambrano visitó el estudio de Ramón, y contempló obras protagonizadas por Holofernes, María Magdalena o el Bautismo. Fue entonces cuando vuelve a escribirle: «Vi, sentí y comprobé que te sucede algo maravilloso, a la par en tu vida y en tu obra (). Has llegado ya al gran tiempo».

En uno de los textos que, a lo largo de los sesenta, María Zambrano escribió sobre la obra de Ramón, se leía: «Los cuadros de Gaya tienen no solo asunto, sino que han llegado a tener argumento, es decir: a ofrecer eso que se llama escenas, que van desde el paisaje, que cobra calidad de escena de la vida, a esas escenas sorprendidas en una sala de un museo, a la serie de 'Homenajes' a los pintores para él esenciales, a las escenas de la vida de Cristo (). En los 'Bautismos', en las escenas de la Pasión, en la Magdalena, aparece al descubierto esa pureza de la pintura, en forma tal, que se hace casi insensible -apenas se percibe que esté pintado-. Pues la pureza nunca se presenta a sí misma, como tan obstinadamente se da en creer, lo que ha conducido fatalmente a hacer pintura representativa a quienes así lo creen, pues han venido a representar esa pureza, a representarla, justamente». Y cuando se refiere a la Magdalena, afirma: «En sus ojos está naciendo un pensamiento; un pensamiento solo y único, donde florece el amor. Un amarillo más tenue que el que alberga al Cristo, la envuelve. Y aunque el mar sea amarillo tan raramente, ella está en el Mar, como criatura de las aguas, de las aguas amarilleantes por esa luz solar del sacrificio. Luna del Cristo del perdón. Luna ya, puro espejo del amor, ella, la que se miraba en hermosura, ya no se mira, ni mira. Legados por el amor, sus ojos florecen en pensamientos; estampa de la palabra».

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