La frase «¡Es la economía, estúpido!» («It's the economy, stupid!» en inglés) fue popularizada durante la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992. La expresión fue acuñada por James Carville, uno de los estrategas de campaña de Clinton y se utilizó como un lema ... para mantener al equipo centrado en los temas económicos, que se consideraban cruciales para ganar la elección contra el entonces presidente George H. W. Bush. La frase resaltaba la importancia de centrarse en la situación económica del país y en cómo afectaba a los votantes y se convirtió en un mantra que simbolizó la efectividad del enfoque en temas económicos para captar el apoyo de los electores.
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Claro que no todo es eso, ni así. Durante décadas, la sociedad ha producido y utilizado, productos químicos (entre otros) que, aunque útiles en parte, han tenido efectos adversos significativos sobre el medio ambiente y la salud humana. Alguna vez tendremos que despertar del ensueño y percatarnos de que no todo lo que la economía considera, ni como lo hace, es del interés de las personas, ¡ni mucho menos! No va a haber más remedio que hacer balance y valorar lo que la «economía» está suponiendo para el bienestar humano.
Un ejemplo son los bifenilos policlorados (PCB). Compuestos, ampliamente utilizados en aplicaciones industriales y comerciales, que han demostrado ser altamente tóxicos y persistentes en el medio ambiente. Uno de los problemas críticos en la gestión de estos productos ha sido la falta de consideración de los costes de salud en los análisis económicos tradicionales.
Los PCB son un tipo de compuestos orgánicos que incluyen dos anillos de benceno con átomos de cloro en varias posiciones. Producidos en grandes cantidades debido a sus propiedades químicas excepcionales: son estables, no inflamables y poseen alta estabilidad térmica y propiedades dieléctricas. Estas características los hicieron ideales para su uso en transformadores eléctricos, condensadores, fluidos hidráulicos y como aditivos en diversos materiales como pinturas y plásticos. Pero, a pesar de sus beneficios industriales, los PCB son extremadamente persistentes en el medio ambiente. No se descomponen fácilmente y pueden acumularse en el suelo, el agua y los organismos vivos, lo que los convierte en una amenaza duradera para los ecosistemas y la salud humana.
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La liberación de PCB en el medio ambiente ha causado daños extensivos. Por su resistencia a la degradación, los PCB pueden viajar grandes distancias por aire y agua, llegando incluso a regiones remotas como el Ártico. Una vez en el medio ambiente, estos compuestos se integran en la cadena alimentaria, bioacumulándose en organismos vivos y alcanzando concentraciones más altas en los depredadores superiores, incluidos los humanos. La exposición a PCB se ha relacionado con problemas de salud, incluyendo efectos neurológicos, inmunológicos, disfunción hepática, trastornos reproductivos y un mayor riesgo de cáncer. Estamos expuestos a ellos a través del consumo de alimentos contaminados, inhalación de aire contaminado y contacto directo con materiales que contienen PCB.
Una deficiencia en la gestión de los PCB es que los análisis económicos tradicionales no suelen incluir los costes de salud asociados con la exposición a estos compuestos. Esto significa que los beneficios económicos inmediatos de utilizar PCB en aplicaciones industriales, se han priorizado sobre los costos a largo plazo para la salud pública y el medio ambiente. Los análisis económicos se centraban en los beneficios de la eficiencia energética y la durabilidad del producto, sin considerar los costos futuros asociados con el tratamiento de enfermedades causadas por la exposición a PCB, la descontaminación de sitios afectados y la pérdida de biodiversidad.
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Abordar este problema, implica desarrollar y aplicar metodologías que incluyan los costos de salud en los análisis económicos. Esto es, evaluaciones de impacto económico que consideren los costos directos e indirectos de la exposición a sustancias tóxicas. Además, las políticas públicas deben incentivar el desarrollo y uso de alternativas más seguras y sostenibles: regulaciones más estrictas, investigación y desarrollo de tecnologías verdes e implementación de impuestos sobre productos químicos peligrosos que reflejen sus verdaderos costos para la sociedad.
La historia de los bifenilos policlorados hace urgente integrar los costos de salud en los análisis económicos de productos químicos y otras tecnologías. Ofrecieron beneficios industriales significativos en su momento, pero su impacto a largo plazo sobre la salud y el medio ambiente exige una evaluación económica integral. Así podemos tomar decisiones más informadas y responsables, promoviendo un desarrollo económico que sea verdaderamente sostenible y beneficioso para la sociedad.
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