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Acaba de aparecer la 'nueva' edición de 'El burlador de Sevilla' (Cátedra, 2022), preparada por Alfredo Rodríguez López-Vázquez. En las clases de literatura aprendimos que esta obra la escribió un fraile de la Merced conocido como Tirso de Molina. De tiempo atrás, López-Vázquez ... venía diciéndonos que la obra no la escribió el susodicho fraile sino un dramaturgo murciano llamado Andrés de Claramonte. De modo que hay que corregir atribuciones históricas. Don Juan, don Juan Tenorio para más señas, desde la primera versión de la obra con el título de 'Tan largo me lo fiáis', subió a las tablas en 1617. Pienso en esta fecha y me da por elucubrar que mientras Cervantes y Shakespeare se despedían de este mundo un año antes, en 1616, dejando con nosotros, para nuestra meditación y ejemplo, personajes míticos de imposible superación como Don Quijote o Hamlet, el murciano Claramonte daba vida escénica al último mito de la modernidad en opinión de la crítica: Don Juan.
En 1625 tuvo lugar en Nápoles el estreno de una nueva versión de la obra. En esta ocasión, Claramonte la ideó con un doble título: 'El convidado de piedra' o 'El burlador de Sevilla'. La ubicación de su inicio en Nápoles obedece a que esta ciudad pertenecía a la corona española por aquellos días. Esto explica que nos encontremos con dos reyes en escena: el de Nápoles, en su arranque, y, poco después, el de España. Dos reyes de función poco menos que decorativa, dos reyes de pacotilla, aunque diriman contiendas y arreglen matrimonios según lo dicte el honor. Se atribuyeron estos Donjuanes a Calderón de la Barca y a Tirso. Y ahí empezó el largo recorrido del célebre burlador por el teatro, recorrido que no ha cesado hasta nuestros días, con variaciones sobre el mito que van desde sus inicios (con 'La venganza en el sepulcro', del segoviano Alonso de Córdoba, o 'No hay plazo que no se cumpla', de Antonio Zamora, insistentes en la escena del cementerio, de gran teatralidad) hasta épocas más recientes con versiones de donjuanes porno, con doñas Juanas burladoras o con víctimas burladas de insospechada comicidad (como en la versión de Jacinto Grau, 'El burlador que no se burla', donde tres mujeres confiesan en tres confesionarios sus pecados de donjuanismo declarando al sacerdote que están deseando caer de nuevo en las redes del seductor); sin olvidarnos del 'Tenorio' de Zorrilla, que infringe el mito por partida doble: por enamorarse y por arrepentirse. Con dos versiones de altísima resonancia me quedo en este momento: El 'Dom Juan', la obra cumbre de Molière (que, de un tiempo a esta parte, el análisis semio y lexicográfico atribuye a Pierre de Corneille) y 'Don Giovanni', la ópera sublime de Mozart-Da Ponte.
Otras obras, atribuidas a los grandes autores del Siglo de Oro español, se han restituido a nuestro Andrés de Claramonte. Es el caso de 'La venganza de Tamar' y 'El condenado por desconfiado', que anteriormente pasaban por ser obras de Tirso; o el de 'La estrella de Sevilla', atribuida a Lope de Vega. Están, por otro lado, las obras que nadie le discute. Son estas 'El difunto vengador', 'No sois vos, mi vida, para labrador', 'La esclava del cielo', 'La infeliz Dorotea', 'La libertad restaurada', 'Don Jaime el Conquistador', 'El valiente negro en Flandes', 'El infanzón de Illescas' o 'El rey Don Pedro en Madrid', 'El ataúd para el vivo y el tálamo para el muerto', 'El nuevo rey Gallinato' y un largo etcétera del que tendremos pronta noticia si no tarda en salir a la luz el proyectado 'Teatro completo' de Claramonte que anda preparando López-Vázquez.
Aparte de sus obras para la escena, de la pluma de nuestro dramaturgo salieron escritos de otro tenor: la 'Letanía moral' o el 'Fragmento de la Purísima Concepción», entre otros. Aclaro finalmente que, en la Historia del teatro, son pocos los hombres que, como Claramonte, han hecho de todo: de escenógrafos, escritores, directores y empresarios.
Poco, en cambio, es lo que pueden decirnos de su vida. Aunque se da por seguro que su deceso ocurrió el 19 de septiembre de 1626, no se puede decidir la fecha de su nacimiento, aventurando que debió ocurrir en la década de 1560. Nada se conoce de sus primeros años, aparte de la probabilidad de ayudar a su padre en el taller de zapatería que éste regentaba. Lo veremos luego con distintas compañías, algunas de su propiedad, por ciudades de Castilla y Andalucía, por Madrid, donde muere, y por Sevilla (véase, sobre este punto, el artículo de López-Vázquez dentro de este Ababol). En Sevilla, ciudad de su Tenorio, debió complacerse con especial dilección, a juzgar por el encendido elogio, de seis páginas, que el protagonista hace de la ciudad: «… cuanto el sol engendra, / y el mar y la tierra rinden / para que el hombre lo goce, / lo gaste, y lo desperdicie, / en Sevilla está cifrado». La pregunta que más nos inquieta a los lectores es por qué algunos de los mejores títulos del teatro del Siglo de Oro, escritos por Claramonte, se han venido considerando durante siglos como obras de Lope, Calderón o Tirso. ¿Fue realmente un negro de las letras?, ¿era más rentable para las compañías colocar otros nombres en cartel?, ¿se debió a atribuciones erróneas, no intencionadas quizá, de los editores? Ahí lo dejo.
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