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Batalla de Lepanto. Por Mateo Gilarte y Juan de Toledo, en la iglesia de Santo Domingo de Murcia. Entre los capitanes de la batalla, en los ángulos, el retrato de Solimán corresponde al mecenas, un antepasado del Conde de Almodóvar.
REPORTAJE

El saqueo pirata a la costa murciana

Durante casi un siglo, los corsarios berberiscos asaltaron el litoral de la Región en uno de los episodios más violentos de nuestro intenso pasado. Entre ellos, Morato Arráez, un personaje en el que se unen la historia y la leyenda, responsable de la destrucción de la torre de Cope y tal vez el hombre más temido en el viejo Reino de Murcia

NACHO RUIZ

Lunes, 12 de diciembre 2016, 22:16

Daniel Defoe no habló de Murcia en 'Historias de Piratas'. Sus protagonistas actuaban en el Caribe y el Golfo de México, seguramente el foco más conocido gracias a que el Imperio Británico fraguó su grandeza en corsarios, bucaneros y piratas dulcificando luego la imagen de asesinos sin piedad que saqueaban los galeones del rey desde Manila a Cádiz. El principal botín era el oro y para ello mataban al que se pusiera por delante. Pero en las costas de Murcia, en donde la piratería llegó a ser el primer problema durante el siglo XVI, no había oro, solo había personas que trabajaban de sol a sol; pescadores, agricultores y comerciantes que tuvieron la mala suerte de nacer en un momento en el que sus vidas valían lo que alguien en un mercado quisiera pagar por ellas, así que ellas mismas eran el botín para ser esclavizadas y vendidas en Argel al mejor postor. Entre La Manga y Águilas, en el último tercio del siglo XVI y el primero del XVII, se libró una batalla larga, feroz y desigual por la supervivencia y la libertad contra uno de los grandes piratas de la historia: Murat Reis (o Rais), o como se le conoció aquí, Morato Arráez.

Defender un reino en el mar

Si pensamos que al grito de '¡Piratas!' se estremecía una costa amenazada, y sabemos que había barcos de guerra, tendemos a pensar que el rey del momento -del mítico Rey Lobo a los Ben Hud y de Alfonso X hasta Felipe II- enviaría a sus naves, pero lo cierto es que no existía un sistema defensivo global y estructurado al que recurrir. Los concejos tenían sus guarniciones y solo en casos de guerra primaba la unidad de mando. La inestabilidad de la costa murciana arranca mucho antes, en la guerra que Atanagildo libró contra un antiguo aliado, el imperio bizantino, asentado en Cartago Espartaria. La inestabilidad del periodo islámico se planteó ya en el 756 con la creación del califato independiente, pero fue el asalto vikingo (que ya narramos en 'Ababol') a Orihuela y la Vega del Segura en el 844, lo que llevaría a Abderramán II a comenzar la defensa de la costa con ribats, atalayas y pequeñas fortalezas en el territorio de Tudmir, que iba de Denia a Vera. Una vez fuimos un gran reino, aunque no queramos recordarlo. En aquel reino no había grandes puertos más allá de Cartagena, así que se creó después uno en Los Alcázares, hoy desaparecido, y se hicieron obras en otros menores.

Estos sistemas defensivos fueron reforzados por Ibn Mardanish, el mítico Rey Lobo, los Ben Hud y finalmente Alfonso X. El rey sabio creó en 1270 la desafortunada Orden de la Estrella, integrada en el Cister, con sede en Cartagena y flota propia -machacada por los benimerines ese mismo año-, que está en el origen de la estrategia que llevaría a Carlos V y Felipe II a fortificar la costa recurriendo a dos personajes fundamentales en nuestra historia: Vespasiano Gonzaga, gran coleccionista de antigüedades que rapiñó todo lo que de escultura romana había en Cartagena, y Giovanni Battista Antonelli, uno de los grandes nombres de la ingeniería militar. Para blindar nuestra costa se valieron de las obras anteriores frecuentemente o aprovecharon su ubicación. Así nos han llegado las torres 'de moros' como la de Santa Elena en La Azohía o la de Cabo Cope, junto a otras en el interior, como las de Mazarrón y el Mar Menor.

Pese a la vibrante descripción de La Azohía que Arturo Pére Reverte lleva a cabo en 'La carta esférica', estas torres no solían estar artilladas, tenían un papel puramente defensivo normalmente. Avisaban de la llegada de los jabeques argelinos, naves rápidas con las que llevaban a cabo las razias los piratas. El método era similar. Teniendo en cuenta que cabeotear (navegar por la costa) de noche era una locura para aquellos que no fuesen expertos en la zona, aprovechaban su maestría para asaltar pequeños núcleos de población o explotaciones agrícolas junto a la costa. Apresaban a los pobladores, robaban todo lo que podían y destrozaban lo que no les servía. La velocidad les libraba de un econtronazo con una galera real que saliese de Cartagena. Las torres, cuando avistaban una nave sospechosa, hacían señales a los pobladores cercanos y a las otras torres con fuego y humo, de manera que los indefensos se podían esconder en el interior y los concejos enviar guarniciones de defensa. Los berberiscos no solían internarse demasiado. Cuando las pobres gentes de la costa volvían a sus casas no podían más que rebuscar entre sus pocas pertenencias a ver si algo todavía servía, y rezar a Dios para que aquellos demonios no volviesen. Esa era la vida en los lugares en los que ahora veraneamos, de La Manga a Águilas y, por extensión, en toda la costa.

Morato Arráez: la leyenda y la realidad

Hay una estirpe mítica de bucaneros y piratas caribeños, unos reales, como Francis Drake, otros literarios, como Long John Silver, pero en el Mediterráneo hay otra lista de nombres que acumulan muerte y destrucción sobre sus espaldas de una manera tremenda: Aruj, hijo de un jenízaro que saqueó desde el Egeo a nuestras costas; Jaireddin, vasallo del sultán turco contra el imperio español; el mítico Dragut, Siman, Aidin, uno de tantos cristianos renegados; Hasan, Uluj Ali... y Murad-Murat o, como lo conocimos aquí: Morato Arráez. Murat era un cristiano albanés que, a los 12 años, fue secuestrado por Kara Ali y llevado a Argel. Al mando de su propia nave formó parte del asedio de Malta en 1565, del que desistió desmoralizado ante la férrea defensa española y de los caballeros de Malta. Una vez en Argel, Kara Ali lo castigó retirándole el mando de su barco, pero se hizo con otra tripulación, saqueó la costa española y comenzó una carrera meteórica, apresando incluso la galera insignia de la flota pontificia y, en la considerada su mayor hazaña, saqueando Lanzarote en 1585.

El asalto a Murcia

Relataba Francisco Chacón cómo el 19 de febrero de 1588 llegaba a la ciudad de Murcia la noticia: los turcos y los argelinos habían desembarcado en el Mar Menor, tomando la torre (¿del Rame?) que debía ser reconquistada por los 100 hombres que salieron con urgencia de Cartagena para tal fin. En Murcia se crea una compañía. Era uno de los primeros hitos de una serie continuada de asaltos que en 1594 -cuenta el propio Chacón- acarrearon los secuestrados Juan Romi, Salvador García y el hijo de un alpargatero, «los tres vecinos de Lorca, que se habían desplazado a la ciudad de Vera en busca de pescado. El concejo le prestará a la mujer de Juan Romi cien ducados para el rescate de su marido». Un caso entre muchos no documentados.

El hombre que sembró el dolor en nuestra costa desde el año 1588 era ya parte de la historia y pasaría, con el nuevo siglo, al imaginario popular a través de la literatura. Así Lope de Vega, en el primer capítulo de 'La Dragontea' (1604) escribía:

Pero no podía ser el 'Fénix de los ingenios' el único que aprovechara el tirón popular y el miedo que la sociedad del XVI español le tenía a Morato, en un contexto de segregación racial en el que los moriscos eran motivo de temor. El excautivo en Argel Miguel de Cervantes podía hablar con mayor conocimiento de causa cuando lo citaba en la jornada I de la 'Comedia famosa de la gran sultana Doña Catalina de Oviedo' (1615)

Rais, de donde deriva Arráez (algo así como un reyezuelo o gobernador en el castellano de la época) es un título de gran prestigio en el ámbito otomano que ha pervivido hasta nuestros días por ejemplo en Egipto, donde el presidente es denominado así. Morato-Murat era un héroe desde Argel a Estambul y sus hazañas fueron glosadas también en el otro lado, si bien en cada orilla de aquel mar que había ardido en 1571 en Lepanto -Batalla en la que tenemos un Murad Rais en la segunda línea de las galeras turcas- eran bien distintas. Fue a la vez Dios y el diablo, según el punto cardinal. En España la situación llegó a ser crítica, y de hecho en 1576 se había enviado una expedición a Orán al mando de Gil de Andrade con doce galeras, incluyendo un contingente murciano. Sería una de las muchas lanzadas desde la base de Cartagena con dudoso resultado.

El traidor de Mazarrón

Uno de los numerosos testimonios de la furia de Arráez fue la destrucción de la torre de Cabo Cope en 1602, que hoy luce como nueva. No es un hecho común. Para que un pirata asaltase una de estas torres se debían dar varios factores: contar con una tropa de asedio, medios de asalto, artillería y, lo más difícil, seguridad en sus fuerzas ante el posible ataque de la guarnición de Lorca. Se enviaron arcabuceros a Mazarrón, se reunieron tropas de Totana y Alhama, pero todo acabó siendo inútil. El pirata campó a sus anchas por las playas del antiguo Reino de Murcia.

Debemos tener en cuenta que estamos hablando de una sociedad mixta en la que los moriscos seguían siendo, tras la revuelta de las Alpujarras entre 1568 y 1571, sospechosos y maltratados. El hecho de que un 'moro' como Morato pudiese contar con aliados aquí despertaba un miedo quintacolumnista que sin duda debió provocar una mayor presión sobre la comunidad morisca, que sería finalmente expulsada entre 1609 y 1613. El hecho parece ser que nuestro pirata contaba con un renegado de Mazarrón, un traidor que le franqueó el acceso a las playas, descripciones de los lugares interesantes, detalles de la navegación...

Tal y como relata Francisco Velasco Hernández en un interesante trabajo sobre el tema, todavía en agosto de 1602 se produjo una de sus campañas de saqueo que se saldó con la captura de unas 80 personas en las costas de Málaga y Murcia, además de varias embarcaciones. «Esta razia estuvo provocada indirectamente por los planes españoles para atacar Argel, lo que obligó a sus corsarios a buscar información sobre la concentración de la flota española en algunos puertos, como Cartagena». Este motivo les trajo al litoral murciano y facilitó el citado ataque sobre la torre lorquina de Cope y el enfrentamiento con las milicias locales en La Manga.

Corrida de toros para rescatar a esclavos

Volvemos al profesor Chacón para registrar un hecho fascinante: una corrida de toros celebrada en Murcia en 1587. Este era el momento álgido de las correrías de Arráez y otros piratas menos conocidos, lo que sembró el ya aludido pánico en la Región. El motivo no era pequeño: si alguien era secuestrado desde el norte de África, se le hacía saber a la familia, que debía pagar un rescate voluminoso. En aquel momento, los mercedarios llevaban a cabo una labor humanitaria descomunal rescatando a muchos de aquellos desgraciados, de hecho en la iglesia de la orden anexa a la universidad se talló una enorme cadena que, como Cervantes, los esclavos llevaban en las manos y pies y que donaban a los rescatadores como agradecimiento. Pero no llegaban a todos, los secuestros eran muy frecuentes, así que en ocasiones la sociedad civil se organizaba para rescatarlos. Aquel año de 1587 era necesaria una acción de este tipo y se planeó una corrida de toros, el divertimento de mayor tirón de la época, de carácter benéfico. Los fondos serían destinados a pagar el rescate de seis pastores al servicio de Gaspar Encino que fueron secuestrados en Santiago del Pinatar.

Sabemos que se llevó a cabo en la plaza de la Arrixaca y que «el dinero procedía de los tablados, sitios y ventanas que los dueños de las casas dejarán». Generalmente la historia es circular. Todo ha pasado ya. O al menos casi todo.

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