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El magistrado Antonio Salas, en La Manga. Antonio Gil / AGM
«Con 15 o 16 años, yo era ya una persona madura»

«Con 15 o 16 años, yo era ya una persona madura»

ESTÍO A LA MURCIANA ·

Antonio Salas. Magistrado de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo

Lunes, 4 de septiembre 2017

Antonio Salas, murciano, 64 años, magistrado de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo. Casado hace justo 40 años, padre de dos hijos, abuelo de un nieto de año y medio, «del que estamos disfrutando mi mujer y yo como locos, porque a los dos nos encantan los niños». Ha pasado «un verano tranquilo y en familia» en La Manga. No le gusta viajar, amante de la música clásica, sus opiniones no dejan indiferente. Su amabilidad de trato es exquisita.

-¿No le hubiese gustado tener más de dos hijos?

-No, yo me he quedado a gusto teniendo dos; creo que con dos cumples bien, contribuyes a mantener la población y, tal como están hoy en día las cosas, puedes seguir ayudándoles en lo que puedas. Con más hijos, más complicado.

-¿De qué ha tenido la suerte?

-La vida me ha tratado bien. Mi vida ha sido tranquila, la he podido disfrutar. Estuve muy feliz en casa de mis padres, disfruté mucho de mi época de estudiante, incluso saqué tiempo para todo cuando preparé las oposiciones. A mi primer destino me fui ya casado. Con mi mujer [Rosa María González] también he sido muy afortunado. Llevamos 40 años de matrimonio.

-¿Siempre quiso dedicarse al Derecho?

-No, no. Mi verdadera afición, mi gran pasión, es la música. Mi padre y mi abuelo eran músicos, y mis recuerdos de infancia están relacionados con la música de Beethoven sonando los domingos por la mañana en mi casa. Pero no estudié música, afortunadamente, porque a lo que yo he llegado, con suerte pero también con esfuerzo, en el ámbito del Derecho, en la música hubiese sido muy difícil. Yo habría querido ser un director de orquesta de esos que dirigen a las mejores orquestas del mundo [sonríe]. Lo que sí que toco, desde muy joven y a mi manera, es la guitarra.

-¿De pequeño cómo era usted?

-Un crío buenísimo, pero hay que reconocer que la vida te va abriendo los ojos, muchas veces, y te vas dando cuenta de que no basta con ser bueno, porque si eres solo bueno, la sociedad te puede comer. Hay que tener buenos sentimientos y respetar mucho al prójimo, pero, eso sí, siempre que el prójimo te respete a ti. Yo he aprendido ya a reaccionar cuando alguien no me respeta a mí. No se puede poner la otra mejilla siempre, dejar que te la crucen una y otra vez.

-¿De qué presume?

-De muy pocas cosas, pero sí de que con 15 o 16 años yo era ya una persona madura. Y siempre he tenido muy claro que el dolor, el sufrimiento, forma parte de la vida. Por ejemplo, debe de ser terrible perder a un hijo, pero eso forma parte de la vida. Si alguien no quiere arriesgarse a tener que experimentar la tragedia de perder a un hijo, deberá no tenerlos. La vida es así y el ser humano es muy imperfecto; fíjese que ha sido capaz de crear máquinas que son mucho más perfectas que él, como es un ordenador. No tiene sentimientos, no es autónomo, pero es superior a él en su capacidad.

-¿Qué ha sido una satisfacción?

-A nadie se le ocurrió recurrir mi nombramiento como magistrado de la Sala Civil del Tribunal Supremo. Además, mis propios compañeros de Sala me acogieron de forma fantástica.

-¿Por qué cree que fue así?

-Creo que pudo ayudar el que yo sea una persona componedora. Yo no he creado un conflicto en un tribunal jamás; más bien los he solucionado, y eso los compañeros lo aprecian. Donde he estado, he tenido la suerte de tener una magnífica relación con los compañeros. Tengo una condición que mantengo a rajatabla desde siempre: me exijo yo más de lo que exijo a los demás. Y, claro, si yo estoy teniendo con los demás un comportamiento que desde luego no está por debajo del que ellos tienen conmigo, pues es difícil tener conflictos, que alguien se indisponga conmigo.

-¿Qué no le ha pasado jamás?

-No conozco el aburrimiento.

-¿Qué no hace?

-Discutir por tonterías, qué perdida de tiempo. Además, a mí me costaría mucho tener que pedirle perdón a alguien, así es que para no tener que hacerlo, lo mejor es no provocar la causa.

-¿Viajero?

-No, no, tengo lo que pudiera ser un defecto: soy muy comodón. Conozco París, Amsterdam, Roma y Florencia. Y hasta ahí hemos llegado.

-¿Qué le llamasen públicamente 'burro con toga', le provocó mucha rabia?

-Molesta mucho, sobre todo porque resulta curioso que la gente que se cree muy progresista y muy de izquierdas no respete las opiniones de los demás. Enseguida utilizan el insulto, la descalificación, y encima pensando que están ejerciendo el derecho a la libertad de expresión, lo cual es un disparate. Para mí, y para el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional, la libertad de expresión, que es un derecho fundamental que está en la Constitución y que es básico en una democracia, está para expresar pensamientos, ideas y opiniones, no para insultar, ni para abuchear al Rey. Abuchear al Monarca es un delito porque es un acto injurioso. Además, a mí me parece de cobardes ampararse en la masa. Con eso, lo que se está pretendiendo es insultar a los españoles en general, como cuando se pita al himno nacional. El que haya personas que supuestamente deberían saber lo que dicen, como son los políticos, que defienden que esos hechos los ampara la libertad de expresión, me parece un disparate. Cada uno puede expresar sus opiniones, pero sin necesidad de insultar a nadie. Esto es un juego de libertades, y hay que ponderar unas con otras. Cuando alguien me dice que tiene que ser un derecho ilimitado, y que expresando opiniones no se ofende a nadie, yo le planteo: «Bueno, pues usted imagínese que tiene una hija de 13 o 14 años, y que un vecino la espera todos los días para decirle obscenidades y barbaridades. ¿Eso es libertad de expresión?».

-A usted se le insultó por decir que la llamada violencia de género es «un problema gravísimo en nuestra sociedad que, desgraciadamente, es muy difícil de solucionar; es una manifestación más de la maldad».

-Y lo es. Dejando a un lado la llamada violencia de género, que para mí es un drama enorme contra el que hay que luchar sin descanso, analicemos las estadísticas de las personas que hay condenadas en España por homicidio o por asesinato. El 90% o el 95% son hombres. ¿Por qué? Porque el hombre es más violento, y eso está en relación también con la mayor fuerza física. Con respecto a la Ley de Violencia de Género, que no me parece muy acertada porque para mí rompe principios básicos del Derecho Penal, lo que yo digo es: si en una pareja heterosexual, por la mañana, cuando se levanta uno de ellos, el otro le pone la zancadilla, lo tira al suelo y le da un coscorrón contra la pared, eso hay que castigarlo igual lo haga el hombre o lo haga la mujer.

-También mostró usted su rechazo a esa imagen de Jesucristo al que se vendía por partes en una caseta festiva de Bilbao.

-Sí, eso lo hace alguien allí con un etarra, y hasta a mí me parecería mal. No se atreven con los musulmanes, desde luego, pero con Jesucristo puede hacerse lo que se quiera. El problema es que la razón de Estado, la prudencia política y el evitar males mayores lleva a que, a veces, no se persigan delitos; y eso no puede ser.

-¿Debemos proteger el derecho a, por ejemplo, mofarse de Mahoma?

-No, de ninguna manera.

-Hablando de extranjeros en España, ¿estamos de acuerdo en que «mismos derechos, mismos deberes»?

-El problema es, en el caso de los musulmanes, que no se adaptan a la vida europea. El otro día veía un documental en el que se hablaba de que, en 20 años, Francia iba a ser musulmana; no sé aquí qué pasará. Los musulmanes son mucho más respetuosos en el cumplimiento de sus obligaciones religiosas que nosotros. Y el Corán sigue diciendo una serie de cosas...: muerte a los infieles, la denigración de la mujer... Y todo eso no se va a poder solucionar.

-¿Y entonces qué hacemos?

-Yo admito una inmigración ordenada legalmente. Lo que no se puede permitir es un absoluto descontrol, que entre gente y más gente. Es que nuestra Sanidad y nuestra Educación quizá no puedan aceptar esa situación. Yo, sinceramente, y lo digo de verdad, cuando veo a alguien necesitado en la calle y le voy a dar algo, prefiero dárselo a un español que a una persona que ha venido de fuera. ¿Por qué? Porque el español es cosa mía, y es responsabilidad mía, en la parte proporcional que me toca, el que esté en esa situación; pero del que viene de fuera, la responsabilidad es de su país. De acuerdo que hay que ayudarle y que no se le puede dejar tirado, pero el mensaje que quiero dar es que, al fin y al cabo, nosotros somos un Estado con unas costumbres y con una forma de ser, y no podemos dejarnos avasallar por otras culturas.

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