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Antonio Arco
Lunes, 24 de agosto 2015, 08:44
Hay una reflexión de Polivio que le parece interesante a Alejandro García, almeriense, profesor de Historia de América de la UMU e investigador de conflictos internacionales: no hay que destruir a los inocentes y a los culpables por igual, sino salvar a ambos.
1
-¿Un sitio para tomar una cerveza?
-Ipanema. En Murcia.
2
-¿Qué música le suena en el teléfono móvil?
-Ninguna.
3
-Un libro para el verano.
-'Grecia en el aire', de Pedro Olalla. Editorial Acantilado.
4
-¿Qué consejo daría?
-No doy consejos.
5
-¿Facebook o Twitter?
-Niguna de las dos.
6
-¿Le gustaría ser invisible?
-Sí, cómo no.
7
-¿Un héroe o heroína de ficción?
-No tengo.
8
-Un epitafio.
-Estoy esperando a que Nieves Concostrina me recomiende uno.
9
-¿Qué le gustaría ser de mayor?
-Profesor de Historia.
10
-¿Tiene enemigos?
-No
11
-¿Lo que más detesta?
-La traición.
12
-¿Lo peor del verano?
-Las megápolis playeras sudorosas e insoportables.
-¿Su próximo viaje?
-Estoy trabajando sobre la violencia en la frontera de México, en Ciudad Juárez. Ahora me voy veinte días a una zona que es un agujero negro, Reynosa, donde no existe ley, ni existe Estado, ni existe prensa porque los periodistas hace tiempo que fueron asesinados o que tuvieron que huir; me dedico a investigar sobre conflictos, pero una vez que el fuego se ha apagado. Escribí sobre la violencia en Argentina en los años 70, también sobre el conflicto del Sáhara, y el libro mío que más amo trata sobre Colombia ['Hijos de la Violencia. Campesinos de Colombia sobreviven a golpes de paz (1996)'. Libros de la Catarata].
-¿Qué le sobrecoge de México?
-Por primera vez, estoy escribiendo sobre un conflicto que se está desarrollando en tiempo presente. Mire un dato de hace unos años: en 2011, en Ciudad Juárez (México) se cometieron 3.700 asesinatos, mientras que al otro lado de la frontera, en El Paso (Texas), solo 5. De esos 3.700, solo un 8% fueron instruidos judicialmente, y sentenciados tan solo un 1%. Hay por tanto un 99% de impunidad. Matar es gratis. ¿Hay acaso una mafia satánica que viola y asesina a las chicas de Juárez? ¡No! El machismo criminal existe en los seres humanos, hay personas desviadas. Y tienen barra libre porque falla el orden social, el Estado, falla todo. Hay una falta absoluta de compasión por las víctimas, de la que el Estado mexicano no quiere ni oír hablar. Pero no es solo un tema mexicano, amigo; si metemos el microscopio, veremos que ese escenario forma parte de un contexto global hipercapitalista globalizado.
-¿Cómo se prepara para viajar a un territorio donde campea la violencia, a una boca del lobo?
-Es el destino, es el compromiso, es un imperativo ético que uno tiene y que lo lleva a eso. Lo hablaba con mi mujer, que está muy preocupada, como siempre que me marcho a un escenario de este tipo. Le decía: «Físicamente no tengo ganas, el cuerpo no me lo pide; pero hay una especie de destino inevitable y de compromiso que hace que yo vaya allí.
-¿Para qué?
-Para dar luz a lo invisible, para visibilizar historias que nadie las canta; por el miedo, por la amenaza, por el terror. Y, en este momento, yo tengo mucho interés en darle voz a las víctimas. Este próximo trabajo de campo se centrará exclusivamente en las víctimas. Llevo treinta años escribiendo sobre conflictos de la Humanidad, y la experiencia te va transformando como persona, te va esculpiendo como ser humano.
-¿Qué es muy necesario?
-Hay un concepto importantísimo: la compasión, en el sentido clásico de 'ponerte en los zapatos del otro'.
-¿Se acostumbra a mirar a la cara de la tragedia que afecta a los más indefensos, usted que disfruta de una cotidianidad cómoda y privilegiada?
-Somos muchas personas en un mismo cuerpo; dependiendo de las situaciones, podemos ser personas brillantes, emotivas, duras, complejas, envidiosas, generosas... Ese cóctel polifacético que nos habita, si sabemos gobernarlo, podemos utilizarlo como una herramienta importante en nuestro trabajo. Yo me acompaño de la compasión, no hay otra manera. Intentar imaginar lo que ha vivido esa persona que tienes delante. Conozco a una madre en México, la señora Ardila, a la que le han asesinado a cinco hijos; y he tratado con familias mexicanas que han perdido a seis o siete de sus miembros.
-¿Cuándo entró en contacto con la devastación que provoca la violencia?
-En Colombia, hace más de 20 años. Allí entré de lleno en ese dolor ambiente que deja la devastación que arrastra la violencia. Me enseñaron mucho los campesinos de un área muy remota donde hice un trabajo de campo, una zona de selva tropical asolada por los enfrentamientos entre la guerrilla, las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y los paramilitares. Tuve el privilegio inmenso de darle voz a esa gente que no tuvo quién les cantara.
-¿Qué ha tenido que hacer?
-He convivido físicamente, en promiscuidad directa, con víctimas, pero también con verdugos. He conocido a gente que ha matado mucho, y que ha sido muy generosa conmigo y me ha recibido en sus casas como a un príncipe.
-¿Cómo se comporta usted con los asesinos?
-Es un cúmulo de percepciones muy objetivadas. Nadie nace asesino. Existe un contexto social, una atmósfera, una experiencia educativa desde la infancia: todo eso hace que las personas asuman este tipo de actos de una manera natural. Se mata porque todos los hacen.
-¿Qué procura cuando está con ellos?
-En primer lugar, entenderlos a ellos mismos como víctimas, sin duda alguna. No juzgarlos. Yo soy historiador, no soy juez, y quiero que mis lectores tengan la visión más completa posible de la realidad; para eso tengo que convivir con Satanás y saber a qué huele, cómo mira, cómo se relaciona contigo.
-¿Encuentra respuestas?
-Hay tanto por entender, tanto acto incomprensible. En Colombia conocí a un chico, Alejandro; su papá y su mamá habían sido asesinados de una manera calamitosa, con ensañamiento, por cuadrillas de paramilitares que trabajaban siempre al servicio de los grandes poderes públicos: del cacique local y, en última instancia, del Estado colombiano. Dos meses después, Alejandro estaba trabajando al servicio de esos asesinos y asesinando él también. ¿Cómo se puede entender eso?
-¿Trató con las FARC?
-Las FARC eran la autoridad en la zona donde yo trabajaba y había que ser consecuente con ello. El comandante del Frente 23, que era donde yo estaba, Álvaro, me llamaba con frecuencia. Y, claro, yo tenía que ir a verlo. Al hombre le gustaba compartir conversación con un doctor europeo. Siempre acababa borracho de cerveza. Cuando salió mi libro, compré 300 ejemplares y los distribuí entre los campesinos de la zona. Después vi, en prensa, fotografías de algunas de sus humildísimas casas; en todas había un calendario con chicas en pelotas, la Biblia y mi libro.
-¿Qué ha aprendido?
-Primero, sobre mí mismo: diría que el pecado que me habita es la soberbia; es fácil ser soberbio si tienes un repertorio de historias de vida con las que el destino te ha privilegiado. Combatir la soberbia es la interpretación que yo hago del mito de Sísifo. Y de las personas: que son dioses y demonios en un formato corporal, en una estructura matérica. El mal no tiene rostro de diablo, la maldad no es fea, es pavorosamente normal, lo que Hannah Arendt llamó 'la banalidad del mal'. Estando en Argentina, conocí a tipos muy siniestros que habían estado implicados en las terribles torturas y las miles de desapariciones de detenidos de los años 70; hablo de oficiales cosmopolitas de la Marina y de las Fuerzas Aéreas, tipos que hablaban lenguas, con mundo; pero que cuando bajaban a los fosos de la tortura, a los llamados 'chupaderos', actuaban como verdaderos demonios. Y le seguí la pista al Tigre Acosta [capitán de corbeta Jorge Eduardo Acosta], que era quien dirigía la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), el lugar por antonomasia de torturas y desapariciones. Este hombre tenía un trato encantador, pero pasaba ocho horas al día torturando a la gente; después, colgaba su uniforme, se iba a su casa y le ayudaba todo cariñoso a su hija pequeñita a hacer los deberes.
-¿Qué se puede hacer?
-A mi juicio, superar el proceso de infantilismo en el que está sumida la Humanidad, un infantilismo pueril alimentado por un consumo innecesario. La Humanidad sigue viviendo, y en estos años más, en un proceso de infantilismo generalizado que huye de las comprensiones complejas y rechaza cualquier idea profunda. Todo es de una instantaneidad consumista brutal. Un mundo 'bajo coste': trabajo 'bajo coste', salario 'bajo coste', consumo 'bajo coste'... Y en esa ilusión glotona, y de alguna manera 'colesterótica', vive anestesiada la sociedad. ¿Hay salvación? Supongo que sí: dar un paso hacia adelante en la madurez humana. Pienso que el gran proyecto de la especie 'homo sapiens' está todavía por llegar. Estamos en la etapa infantil; si el 'homo sapiens' es capaz de evitar el autoexterminio por la glotonería, por muerte por colesterol, probablemente estemos abiertos a infinitos proyectos interesantes. Deberíamos acabar rápidamente con este orden devorador capitalista para que haya todavía una posibilidad de reorganización.
-¿Qué certezas tiene?
-Hay certezas heredadas: el amor a los hijos, el compromiso con los amigos, el respeto a nuestros mayores y, sobre todo, una adoración por la bondad inteligente. La inteligencia es bondad, tiene que ser así. La maldad es una fisura que debilita la inteligencia.
-¿Cómo disfruta usted?
-Con mis amigos; bebiendo, comiendo, dejándome llevar, fluir, para de alguna manera convertirme en una especie de otro en fusión con la gente con la que estoy en ese momento. La amistad para mí es una pasión, por eso la traición me hace mucho daño, me cuesta mucho encajarla.
-¿Qué le resulta esperanzador?
-Podemos.
-¿Acaso sabe qué es la vida?
-La vida es un milagro, un trayecto entre dos sueños eternos. Yo aspiro a poder legarles a los que nos van a suceder un mundo interesante.
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