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RICARDO FERNÁNDEZ rfernandez@laverdad.es
Viernes, 28 de marzo 2014, 14:13
Manuel Abadía es juez y además lo parece. Porque es necesario aclarar que existen jueces, sobre todo de un par de décadas a esta parte, a quienes nadie, de no verlos vestidos con la toga y las puñetas y presidiendo una sala de vistas, confundiría con un juez. Con la imagen prototípica, con el arquetipo, que cualquiera podemos tener sobre un juez, vamos. Los ha habido incluso insumisos, como lo fue Marcos de Alba hace un cuarto de siglo, cuando aún era obligatorio destinar trece meses de tu vida a pegar barrigazos en claro servicio a la Patria, y los hay más recientes que hasta llevan los pelos largos, escriben poemas y se pirran por el 'heavy metal', como Andrés Carrillo, e incluso están ejerciendo juezas que pasarían por completo desapercibidas entre el 'modelamen' de la Madrid Fashion Week (llegados a este punto, mejor abstenerse de dar nombres). Jueces, en suma, sin pinta alguna de jueces.
Al contrario, Abadía es un hombre a quien nadie confundiría con cosa distinta de un juez. En esto se registra una de esas unanimidades que en extrañas ocasiones afloran con insólita contundencia. «Es el prototipo del juez de toda la vida», dice uno de sus compañeros. «Es un juez a la antigua usanza», lo define otro. «Juez de gran relieve y envergadura», señalan más allá. «Nació ya determinado para ser juez», sostiene un cuarto jurista que, pese a su característico sentido del humor, no bromea al caracterizarlo de tal manera. «Es juez hasta las cachas», aseveran en otro despacho. «Es un juez de jueces», resume en fin un alto magistrado, utilizando una expresión que parece de común aceptación entre la Judicatura murciana por variadas razones: la gran veteranía, la magnífica formación que atesora y el extraordinario respeto que despierta Manuel Abadía en la Administración de Justicia.
«Un pata negra», en suma, de los escasísimos que a día de hoy pueden presumir de haberse sacado la plaza de juez hace cuarenta años largos (lo hizo en 1973), cuando la materia propia de la oposición constaba de más de 400 temas y su sola mención provocaba escalofríos incluso entre las mentes más preclaras. El hecho de haber aprobado un año antes, en 1972, la oposición a secretario judicial no lo disuadió, como ahora resulta evidente, de su legítima aspiración de llegar a ocupar un lugar relevante en el mundo de la Judicatura.
Formación jesuita
Con el ejemplo tomado de su padre, un director de la Caja Central de Orihuela que está cerca de convertirse en centenario y a quien adora, y los estrictos valores que le inculcaron los jesuitas en cuyos institutos se formó (Santo Domingo de Orihuela y, más tarde, La Inmaculada de Alicante), este vegabajero nacido en 1945 se fue forjando una personalidad que los más cercanos -que no 'íntimos', pues de ésos no se le conocen- definen como «severa, adusta, firme, insobornable, concienzuda, rigurosa, distante...».
Aunque además de todo lo anterior es hombre de amplia cultura, formas suaves y refinada educación, hay que dar por seguro que no constituye una experiencia agradable verse en su presencia, en calidad de imputado, como en los últimos tiempos les ha ocurrido al consejero de Agricultura, Antonio Cerdá, y al exconsejero Francisco Marqués (ambos encartados en el 'caso Novo Carthago'), o como este mismo viernes les ha pasado a la alcaldesa de Pliego, Isabel Toledo, y a su antecesor, Juan Guillén, juzgados por un presunto delito contra el medio ambiente.
También ha sido el ponente de la resolución por la que se revocó el archivo de la causa contra el exalcalde de Puerto Lumbreras y actual consejero de Educación, Pedro Antonio Sánchez, de forma que éste le 'debe' particularmente a este magistrado el hecho de seguir imputado, nada menos que por un presunto delito de cohecho y, por añadidura, haber visto frustradas sus expectativas de ser ya, en este instante, el sucesor 'in pectore' de Ramón Luis Valcárcel.
El interrogatorio a Marqués bien merecería pasar a los anales de la Administración de Justicia de Murcia, a modo de ejemplo de cómo se puede dejar a alguien en pelota picada -dialécticamente hablando-, por más que ese alguien se empeñe en negar las evidencias o en no responder. «Que no quiere contestar..., ¡pues ni falta que hace!», bien pudo decirse ante ese escenario Manuel Abadía, quien no dudó en recordarle hasta el último de los muchos euros que, de manera aparentemente irregular y quién sabe si hasta ilegal -se le investiga por supuesto cohecho-, fueron como incesable torrente contribuyendo a engordar las cuentas y el patrimonio del ex alto cargo de los Gobiernos de Valcárcel.
Manuel Abadía perteneció al extinto cuerpo de magistrados del Trabajo, fue integrante del Tribunal Central del Trabajo en comisión de servicios y decano de los magistrados de Trabajo en Barcelona, lo cual desvela una excepcional formación en materia laboral, pero podría inducir a error respecto de su capacidad como instructor de procedimientos penales y, más concretamente, de asuntos de corrupción, como el de 'Novo Carthago', con el que ahora le ha tocado lidiar.
«Es un magnífico instructor; sin duda de los mejores, si no el mejor, de cuantos hay en Murcia», asegura sin dudarlo un altísimo responsable de la Administración de Justicia en la Región. Si hay que creer tal afirmación, habrá que pensar que esa competencia para investigar los asuntos penales es la herencia de su ya lejano paso por el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Priego de Córdoba, donde estuvo entre 1974 y 1976; el de Primera Instancia e Instrucción de Yecla (1976-81), el de Primera Instancia e Instrucción número 1 de Terrassa (Barcelona), en el que permaneció apenas un mes, y el de Instrucción número 4 de Las Palmas de Gran Canaria (1981-82).
Loco con sus nietos
Cuenta un viejo conocido suyo que una vez, hace ya años, Manuel Abadía se compró una bicicleta y que se propuso utilizarla para dar algunos paseos, aunque nadie tiene constancia de que así llegara a ocurrir. Nada se sabe, tampoco, de la suerte que pudo correr la bicicleta. Lo cierto es que quienes más lo conocen aseguran que no se le atisban otras pasiones que ejercer el Derecho, nadar en el mar y disfrutar de la familia. «Va a todos sitios acompañado de su esposa y está completamente loco con sus dos nietos. Va enseñando a todo el mundo las fotos de su nieta pequeña, una niña preciosa de ojos azules, con la que está 'chocho' perdido», desvela otro magistrado.
Tanto es así que el pasado martes, después de hacer sudar tinta china durante un rato a Francisco Marqués, el insigne magistrado de la Sala de lo Civil y de lo Penal del TSJ abandonó el Palacio de Justicia casi a la carrera, alertando de que lo esperaban sus nietos. Y es que, aunque probablemente ninguno de sus no menos insignes imputados apostara su patrimonio en ello, resulta que también tiene su corazoncito.
Sus compañeros de profesión, sobre todo los más juerguistas, que también los hay, confiesan que jamás lo elegirían como compañero de farra, ni se lo imaginan -«ni remojados en 'jumilla'»- ganando un concurso de chistes verdes, pero advierten de que como juez resulta de lo más fiable. Una muy buena, o muy mala noticia, en función del particular pellejo en que cada cual habite.
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