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El chef de Foodie Gastrobar, José López, y el propietario del local, Jesús Briones. :: VICENTE VICÉNS / AGM
Croqueta líquida y tostón de cerdo. Foodie Gastrobar se hace un hueco entre los locales de tapas de Murcia con sugerentes propuestas
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Croqueta líquida y tostón de cerdo. Foodie Gastrobar se hace un hueco entre los locales de tapas de Murcia con sugerentes propuestas

SERGIO GALLEGO Twitter @sgallegob

Viernes, 20 de septiembre 2013, 14:26

Dice Juan Antonio Pellicer, profesor de la escuela de hostelería de La Flota, que un 'foodie' es un aficionado a la gastronomía y a todo este mundo culinario, mientras que un 'gourmet' es un profesional del sector que solo busca la excelencia en la mesa. Pues bien, para entendernos, el Foodie Gastrobar es precisamente eso; un local de tapas destinado a esta corriente de aficionados a la gastronomía que va buscando sitios nuevos por descubrir, independientemente de si los locales son restaurantes de mantel de lino a 50 euros por cabeza o bares de barra de acero, servilletas de zig-zag y cabezas de gamba en el suelo en donde te hinchas por 15.

El local está centrado en desayunos y almuerzos para los trabajadores de la zona, con miles de promociones de lanzamiento -abrieron hace dos meses-. Para las comidas y cenas encontramos una docena de platos resueltos en tapas y medias raciones, una selección de quesos e ibéricos y tres menús de 15, 20 y 25 euros. Una barra en el centro del bar da servicio a las cervezas rápidas y en las mesas de madera, manteles individuales de plástico acordes a la informalidad de un gastrobar.

Comienzo con una croqueta líquida de jamón ibérico y ave con mayonesa de eneldo. La textura está perfectamente conseguida y el sabor es potente y persistente. La croqueta de queso de cabra con confitura de tomate es aún más fuerte de sabor y, aunque sí que recomendaría comer primero la de jamón, esta última mantiene el nivel. Si indagáis un poco, la receta de la croqueta líquida es muy sencilla y su perfecta elaboración hace que probemos un bocadito vanguardista de Adrià -año 2006- en la capital murciana.

La brocheta de gamba con crujiente de kikos está acompañada de una salsa agridulce casera. Al preguntarle al cocinero, José López -quien ha estado varios años con Martín Berasategui-, si las salsas que acompañan a los platos son caseras, me explica que en un cien por cien sería una locura, pero que si alguna crema se compra de quinta gama por comodidad, siempre son tratadas antes de salir a las mesas para hacerlas únicas.

Un soldadito de pavía con el rebozado negro por la tinta de calamar -empieza a ser una constante en todos los bares- jugoso y crujiente sobre una cama de alioli de avellanas y unas excelentes patatas bravas continúan el servicio del menú intermedio del local.

El revuelto de morcilla lo sirven en vaso con una espuma de setas. La morcilla es de Burgos y aporta el crujiente, el huevo queda en el fondo y la espuma en la parte superior. El camarero no me lo indica, pero este tipo de platos es mejor comerlo del fondo hacia la superficie, para coger de las tres capas que forman el (vaso) plato a la vez. El resultado es mejorable, pero si con dos meses con la persiana arriba el chef ya está sacando platos 'deconstruidos' como este revuelto, auguro que en unos meses la carta va a ganar en peso, sorpresa y diversión.

La hamburguesa de atún también resulta un tanto floja, tanto por las patatas paja frías y flácidas que acompañan a la protagonista principal como por el pan utilizado. En cambio, la costilla de cerdo ibérico cocinada con piel a baja temperatura en tostón con confitura de manzana, aunque queda a falta de aportarle una salsita jugosa y untuosa, no tardará en convertirse en uno de los bocados más demandados de los clientes por su ternura, consistencia y su crujiente.

Termino con un aburrido cremoso de chocolate que ha sido rociado con un chorrito de aceite de oliva virgen extra y unas escamas de sal, y me quedo con las ganas de ver cómo es el Wellingtons de buey a 4,90 euros de Foodie Gastrobar. A la próxima.

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