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NACHO BOLÍVAR
Jueves, 29 de agosto 2013, 02:58
Gracias a la Real, que vuelve a la máxima competición continental después de diez años en los que conoció el infierno de la Segunda División y un concurso de acreedores, San Sebastián disfruta de otra fiesta grande. Mérito enorme de un bloque joven, repleto de canteranos y con un entrenador, Jagoba Arrasate, que trabajó con Montanier y se conoce al dedillo a su plantilla pero hace solo seis años entrenaba en Preferente al Berriatuko, el equipo de su pueblo.
La indiscutible eliminación del Lyon y el pase, con todos los honores, al gran escaparate de la 'Champions', representan el triunfo de la humildad, del trabajo bien hecho desde la base. Xabi Prieto puso el orden, la calma y el toque cuando sus compañeros parecían nerviosos, Griezmann la velocidad, Seferovic los remates y Carlitos Vela esos golazos que cercenaron las esperanzas de los lioneses.
Había optimismo pero cierta desconfianza en Donostia a pesar de ese 0-2 de Gerland que en buena lógica resultaba definitivo. La inexperiencia de los locales y la jerarquía de un rival venido a menos pero con historial y orgullo, eran claves a tener muy en cuenta en finales de este tipo. Y el recuerdo del sufrimiento de los Xabi Alonso, Karpin, Kovacevic o Nihat ante un Lyon que les pasó por encima en la 'Champions' 2003-04, aún pesaba. Avisó Arrasate en la víspera de que el objetivo era no especular, ni pensar en el resultado de la ida. Y añadieron históricos como Jesús Mari Zamora que se antojaba fundamental que los guipuzcoanos jugasen alegres, sin complejos, sin presión, como lo vienen haciendo en los últimos tiempos. Ciertamente, la tensión era palpable en los primeros minutos. Los del Ródano salieron apretando arriba y los locales apenas veían el balón. Es cierto que Bravo apenas tuvo que intervenir pero la noche no tenía buena pinta.
Cambió el panorama cuando Griezmann se internó e intentó una 'cuchara' sobre la tímida salida del portugués Lopes. Le adivinó la intención el guardameta pero fue el descaro del galo el que animó la fiesta. A partir de ahí, Xabi Prieto comenzó a dictar su magisterio. Y creció la Real tras la reanudación. A este grupo cohesionado, rápido y profundo solo le faltaba un gol para evitar sobresaltos. Seferovic lanzó la palo tras acción genial de Girezmann. Llegó la calma merced a un cabezazo enorme del pequeño Vela. Cuando Xabi Prieto, ya exhausto, fue reemplazado, recibió una ovación inolvidable. Era el único superviviente de la última experiencia realista en la gran Europa, aunque entonces no llegó a jugar. Faltaba aún la galopada de Vela y su toque sutil. Una maravilla.
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