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ÓSCAR BELLOT
Martes, 13 de agosto 2013, 12:28
Una operación de marketing político convertido en fenómeno viral. El sueño de cualquier estratega de campaña lo han materializado los asesores del primer ministro noruego, el laborista Jens Stoltenberg, elaborando un vídeo en el que el político se despoja de su traje habitual y se pone el uniforme de taxista para pasear a sus conciudadanos por las calles de Oslo. Todo ello ante la mirada estupefacta de quienes no estaban avisados de tan avispada maniobra.
Stoltenberg, cuya popularidad ha bajado desde los atentados perpetrados en 2011 por Anders Behring Breivik en Oslo y la isla de Utoya, que dejaron 77 muertos, se enfrenta el 9 de septiembre a unas elecciones que podrían desalojarle del puesto que ocupa desde 2005, a tenor de unas encuestas que le sitúan por detrás de la candidata conservadora, Erna Solberg. Es por eso que su equipo de campaña ha optado por bajarle a la calle, mostrándole como un político dispuesto a escuchar sus propuestas para mejorar el país.
Ataviado con el uniforme de chófer que visten los empleados de la compañía Oslo Taxi, el consiguiente carné que le identificaba como tal y unas gafas de sol, Stoltenberg se metió una tarde del pasado mes de junio en un coche equipado con cámaras ocultas destinadas a grabar las conversaciones que mantenía con sus pasajeros.
También, cómo no, a registrar sus reacciones al descubrir la verdadera identidad de su insólito taxista. Algunos de los clientes fueron escogidos al azar mientras que otros fueron llevados al vehículo sin saber quién estaba verdaderamente al volante. No tardaron en descubrirlo, derivando rápidamente las charlas en debates sobre diversas cuestiones políticas en una suerte de 'Tengo una pregunta para usted'. «Es importante para mí oír qué opina la gente en realidad. Y si hay un lugar donde la gente realmente dice lo que piensa por encima de todo es en un taxi», señala Stoltenberg en el vídeo. «Fue muy interesante. Me gusta hablar con la gente y conduje durante varias horas. Me dio pena cuando acabó», apunta el primer ministro en el diario VG que deja claro que no tardó en vencer sus reticencias iniciales.
Satisfechos de la experiencia quedaron también los pasajeros de Stoltenberg, pese a que la pericia de éste al volante deja mucho que desear. Algunos incluso bromean y aseguran que temen por sus vidas con un conductor que confunde el freno de mano con la palanca de cambios. «Creo que tanto al país como a los pasajeros noruegos les serviría más que yo fuera primer ministro y no taxista», espeta Stoltenberg en un guiño al electorado que debe decidir su futuro.
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