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Raimundo González Frutos, con el periódico 'La Verdad', en el jardín de su chalé de Campoamor. :: NACHO GARCÍA/AGM
«Nunca disfruté de niño jugando al balón; lo que me gustaba era cocinar»
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«Nunca disfruté de niño jugando al balón; lo que me gustaba era cocinar»

«Los puestos de trabajo no los crean los políticos, sino los empresarios como yo, que llegué a tener 150 empleados. Me negué a hacer regulación de empleo» Raimundo González Frutos / Restaurador y ex propietario de ´El Rincón de Pepe'

M. J. MONTESINOS

Lunes, 29 de julio 2013, 13:35

Ha recibido numerosos premios y homenajes a lo largo de su dilatada vida profesional, tiene una plaza que lleva su nombre y el alcalde Cámara le pidió permiso para dárselo también a un aula gastronómica del mercado de Verónicas. A sus 88 años, Raimundo González Frutos (Puente Tocinos, 1925), cocinero y ex propietario de 'El Rincón de Pepe', asegura que no cambiaría nada de su vida. Pero sí admite que tiene una pincha clavada con las autoridades murcianas. Estos días descansa en su magnífico chalé de Campoamor, junto a la familia, para la que todavía cocina cuando se junta mucha gente. Tiene 5 hijos y 7 nietos.

-E l último homenaje, hace 15 días, se lo han dado sus antiguos empleados. ¿Ha sido el más emotivo?

-Fue un homenaje muy agradable. Yo alucino con mis empleados. Siempre he sido muy rígido con ellos, aunque muy humano también. Nunca les permití que tutearan a los clientes, ni siquiera si entraba un hermano suyo por la puerta. Cuántas veces me habrán maldecido por obligarles a muchas cosas. Y, ahora, personas que estuvieron conmigo más de 40 años, que entraron a trabajar conmigo cuando eran unos críos, me han dado una placa agradeciéndome la disciplina que les había enseñado. Eso da mucha satisfacción.

-¿Por qué se arruinó el negocio?

-No llegó a ser ruina. Llegó un momento (era 1995 o 1996) en que yo debía mucho dinero al Banco Popular. Yo tengo una pincha clavada con las autoridades de Murcia porque no lo quisieron ver. Tampoco hacía falta tanto. Yo les propuse que se ubicara en el Rincón de Pepe el hotel escuela de Murcia, como lo había en otras ciudades. Pero había interés en ubicar allí el casino. Yo no quería eso.

-Usted vivió la crisis de los 90. ¿Cómo ve la situación actual?

-Peor que aquella. La situación la veo muy mal. No sé cómo lo van a resolver estos señores, mande quién mande. El problema es muy difícil.

-¿Va peor España o la Región?

-España va mal, pero la Región está muy mal: El tema del aeropuerto, la estación de Murcia... Elche tiene una estación nueva, a Alicante ha llegado ya la alta velocidad y si quiero ir a Madrid en AVE tengo que desplazarme a Alicante.

-¿Qué cree que habría que hacer para solucionar el paro?

-Yo no tengo color político. Pero hay una cosa importante: los puestos de trabajo no los crean los políticos, los dan los empresarios, como yo, y como todos los empresarios de Murcia. Yo he tenido en el Rincón de Pepe a 150 personas trabajando porque me hacían falta y cuando el asesor me propuso hacer regulación de empleo me negué a ello. Le dije: «tú tienes 4 hijos, ¿de cuál prescindes? Pues yo tengo 150 hijos porque todos son personas que me han ayudado a hacer el Rincón de Pepe y todas son necesarias, tanto en la cocina, como en limpieza o en recepción. No puedo dejar en la calle a personas que tienen hijos». Me negué a ello.

-¿Qué personajes pasaron por su restaurante?

-Recuerdo a mucha gente. Carrero Blanco salía de Madrid con su mujer y otro matrimonio amigo para ir a Campoamor, y paraban en el Rincón de Pepe a comer. A la vuelta hacían lo mismo. He dado de comer varias veces a Franco, cuando se hizo el pantano de Cenajo y cuando se inauguró, yo dí el banquete. También a Santiago Carrillo. Y a famosos como Hemingway y Orson Welles, con quien me entendía no en inglés sino chapurreando algo de francés.

-¿A qué se dedica ahora?

-A nada. A leer. A escribir. Quiero recoger en un libro la verdadera historia del Rincón de Pepe porque la gente no la conoce.

-¿Y cuál es la verdadera historia del Rincón de Pepe?

-El Rincón de Pepe no nace de la inversión de un empresario, sino de la ilusión y la historia de un niño de 13 años. Mi bisabuelo tenía una posada en Murcia. Mi madre nació allí y era una gran cocinera. Cuando salía del colegio ayudaba a pelar patatas, guisantes, habas o lo que fuera. A mí la cocina me encantaba. Recuerdo que, antes de la guerra, pasaba por el pasaje de Zabalburu, detrás del hotel Victoria y me pegaba a los ventanales del sótano para oír el ruido de las cacerolas, que para mí era un encanto. Y me preguntaba: ¿Cuándo podré estar yo en un restaurante de esta categoría? Y al final lo conseguí.

-De niño, ¿no le gustaba jugar al fútbol?

-Nunca he disfrutado como un niño jugando al balón o teniendo un patín. Mi afición era otra, la cocina. Y tampoco podía jugar con mis amigos porque tenía que ayudar a mi madre a cocinar y a hacer la compra.

-¿Y cómo nace el restaurante?

-Mi tío Pepe tenía un bar frente a Correos y lo alquiló para irse a Baza, donde lo destinaron. Cuando volvió, montó una bodega para servir vino a domicilio. Yo estaba en la huerta, donde nos habíamos refugiado durante la guerra, y mi tía me llamó para que les ayudara. En mitad de la bodega había un barril vacío y a Andrés Gabaldón, que era ejfe de Correos, le dio por ir a tomar un bote de vino con cascaruja. Y ahí aparece la idea y la ilusión de Raimundo. Me fui a la plaza de las Carretas y compré media docena de vasos. Empezó a venir más gente a tomar vino con cascaruja. Y le dije a mi tía: «Aurelia, hazme una tortilla o una ollica de michirones». Luego vi que el bar España, en la calle Isidoro de la Cierva, estaban desmontándolo y había unas placas en la calle. Eran lápidas del cementerio. Me empeñé en que mi tío las comprara y montamos la barra. Y ya mi tía comenzó a preparar un arroz y habichuelas, un guiso de trigo... compramos sillas y se convirtió en una casa de comidas. Comprando las casas de alrededor -(la historia es larga para resumir en estas líneas)- conseguimos montar el restaurante y el hotel.

-¿Qué pasó con la muralla?

-Me tuvo tres años parada la obra de ampliación del hotel. Cuando se fueron los de la brocha, el arquitecto (que era mi yerno) me dijo: «ya se puede tapar». Pero me pareció un sacrilegio enterrar 1.000 años de la historia de Mrucia. Me empeñé en conservarla aunque me costó mucho dinero y muchos disgustos.

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