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PEPA GARCÍA FOTOS: GUILLERMO CARRIÓN
Viernes, 21 de junio 2013, 17:48
En las tierras altas de Lorca, casi en el límite con el término municipal de Caravaca de la Cruz, se levanta imponente un farallón calizo y de cara rojiza conocido popularmente como la 'Piedra' María o Peña María. Una cresta rocosa que estuvo habitada desde el eneolítico (3.000 a. C.) por el hombre.
Su situación privilegiada, desde sus 1.088 metros se domina el valle del río Turrilla y el pasillo de Los Royos (vías de comunicación fundamentales desde la Prehistoria), y sus magnéticas paredes han atraído al hombre hasta época reciente. Hoy, este promontorio rocoso desde el que se aprecia El Carro que vigila las pedanías altas de Caravaca, ha quedado casi olvidado, pero la presencia cercana de agua, las grietas de la roca y su orografía lo convirtieron en una zona ideal para refugiarse en tiempos convulsos de los posibles ataques, lo que explica que, además de la presencia del hombre prehistórico, se haya podido constatar la huella del hombre en época tardo-romana y en el periodo islámico.
Hoy recuperamos la memoria de este bello paraje, surcado por nacimientos de agua como el de Fuente Atocha, acompañando al montañero Ángel Ortiz, guía de lujo, a preparar una ruta para la próxima temporada de Chortenrutas. Acude armado con un plano 1/25.000 de Zarcilla de Ramos y un GPS para diseñarla, sin olvidar su pasión por la naturaleza. La ruta comienza en El Mingrano, una cortijada dedicada a la explotación de la tierra y el ganado, adonde se llega pasando la pedanía de La Paca y antes de cruzar el hoy seco lecho del Turrilla, por un desvío a la izquierda de la RM-711. Este itinerario completo es de 15 km., pero tiene la opción de reducirlo a 9 km., si opta por salir desde el Cortijo de Fuente Atocha, al que se llega en coche desde Zarcilla de Ramos.
El primer tramo de la opción larga discurre entre tierras de cultivo y rediles de ganado, por un camino que bordea el Cerro de Mingrano y que está salpicado por cebaderos de cerdo. El objetivo es llegar al collado que une Mingrano con la Loma de las Coquetillas para poder acercarnos, pasando por el Cortijo de Fuente Atocha y por la fuente y su monumental pino, hasta el pie de Peña María.
El primer kilómetro y medio es un territorio áspero, plantado de cereal (ahora ya se ha recogido) en el que no es raro encontrar perdices. Siguiendo en paralelo al Cerro de Mingrano se llega a una gran granja (con cinco silos pintados de verde), y siguiendo el itinerario de un camino que circula paralelo a este cebadero -se pasa junto a dos balsas de secado de purines-, se entra en un antiguo camino ascendente que en los márgenes aromatiza la mejorana y que está rodeado de pinos y cubierto de vegetación.
Con el verano ya tórrido encima, el de los grillos es el canto predominante. El camino desciende junto a una rambla y bordeando los dorados campos de trigo y avena le llevará hasta el Cortijo de Fuente Atocha, después de dejar a la derecha la Loma de las Coquetillas (hay una senda que sale a la derecha que le sube hasta su cumbre), hasta situarle justo frente al farallón de la piedra.
El camino ascendente pasa junto a la granja cinegética Fuente Atocha y el Cortijo de Peña María. Los pinos empiezan a abundar a un lado del camino y junto a uno monumental, al lado de un cruce de caminos, encontrarán un nacimiento en el que han construido una balsa y entubado su agua. Ahora tiene que coger, pasada la balsa, la bifurcación de la izquierda y comenzar el ascenso a la Piedra. De camino hasta la cumbre, cada vez más empinado, encontrará otra bifurcación pasada una rambla, tome la de la izquierda y continúe hasta que se acabe. Allí, junto a unas enormes piedras que bloquean parte de la rambla, si gira 180 grados verá con nitidez la lengua por la que podrá subir hasta la atractiva cresta rocosa.
Este territorio está dominado por el buitre leonado -cinco de ellos salen de sus refugios en la pared y alzan el vuelo en busca de presas cuando perciben nuestra presencia- y su escarpada ladera hace dificultoso el ascenso. Debe aprovechar las terrazas de repoblación para cruzar hacia el único flanco de la montaña sin muralla caliza y coronado por un enorme y solitario pino.
Al final de la terraza, un pedregoso, empinado y zigzagueante camino de cabras (sígalo lo más pegado posible a la base de la cresta) le conducirá hasta la cima. Agárrese de las esparteras para facilitarse el ascenso. Una vez arriba, respire hondo y dedique su tiempo a disfrutar de las vistas mientras se repone para atacar la cumbre. Hay que seguir, en la misma dirección que subió, rodeando la cresta rocosa, para ascender luego por lo que parece un camino empedrado y sentirse el rey del mundo.
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