

Secciones
Servicios
Destacamos
ISABEL IBÁÑEZ
Jueves, 27 de junio 2013, 13:43
Fueron muchas las visitas que tuvo que hacer al depósito de cadáveres para reconocer los cuerpos de compañeras, mujeres transexuales como ella asesinadas en su país. «A veces era posible saber quién era, otras veces no, porque estaban quemadas, o 'picadas', hechas pedazos», recuerda Alexandra Licona. Hace unos años, ahora tiene 33, era una de las cabezas visibles del activismo por los derechos de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (LGTB) en Honduras. O lo que es lo mismo, un objetivo prioritario de las mentalidades machistas, homófobas y criminales que aún persisten en aquel país, un cóctel especialmente grave cuando se trata de representantes de la ley, impunes de muchos de los asesinatos y violaciones que se cometen allí contra estos colectivos. Hace un año que Alexandra vive en Madrid, y desde hace seis meses disfruta -gracias a la asistencia de la Comisión de Ayuda al Refugiado (CEAR)- del asilo concedido por el Gobierno español, que le ha reconocido la persecución a la que ha estado sometida por motivos de identidad de género en su país, donde en los últimos diez años han sido asesinados al menos 117 gays, lesbianas o transexuales, según las propias autoridades hondureñas. Pueden ser muchos más.
Hoy se celebra el Día Mundial del Refugiado, personas que escaparon de su país perseguidas por su pensamiento político, su raza, su religión, su condición sexual... y que han sido acogidos en otros países. 15,2 millones de personas en el mundo tienen reconocido este estatus, aunque en realidad sean tres veces más las que lo necesitarían, la población de España, por hacer una comparativa. Porque a veces no son suficientes las historias de terror que algunos cuentan al llegar al país que esperan que los acoja, y la mayoría son devueltos a la boca del lobo. «Ahora las cosas están especialmente mal para pedir asilo en países como España, Italia y Grecia, y no por la crisis; es aquí donde se están aplicando con mayor rigor las políticas de externalización de fronteras impulsadas por la UE para el control de los flujos migratorios, con lo que estas personas no pueden siquiera llegar aquí para pedir ayuda», explican en CEAR-País Vasco. Y aportan datos que hablan por sí solos: el año pasado, 2.580 personas pidieron asilo en España, un 25% menos que el año anterior y la mitad que en 2006, la cifra más baja de la historia. En Francia, sin embargo, hubo 60.000 peticiones, el doble que hace seis años.
Así que Alexandra puede considerarse afortunada. Pocos saben que sigue viviendo y que lo hace en Madrid, apenas su familia, su querida madre, Ana Dalmira, con la que cada noche habla por Skype. Podría haber sido uno de esos cuerpos destrozados, inertes sobre el frío de una camilla que ella tenía que identificar día sí y día también. Pero hubo suerte, aunque mencionar aquí esa palabra es de chiste, sí, aunque de humor negro. Habrá que avisar de que su historia no es para estómagos frágiles, porque da asco escuchar lo que los humanos son capaces de hacer. Asco pensar que los policías que la secuestraron, torturaron, violaron e intentaron asesinar siguen patrullando por Tegucigalpa, ataviados con sus respetables uniformes, disfraces con los que esconder las bestias que llevan dentro.
¿Cómo huele la sangre?
Tan solo un breve paréntesis para explicar un escenario que se repite en algunos países 'exportadores' de refugiados. Honduras tiene un grave problema. Una investigación sobre sus cuerpos de seguridad concluyó que necesitan depurar un cuerpo manchado por la corrupción y los asesinatos. El presidente del Gobierno, Porfirio Lobo, asegura que están en ello. Desde el año pasado, hay un encargado de ejecutar esa limpieza, se llama Juan Carlos Bonilla, le apodan 'el Tigre'. Bonilla ha sido cuestionado porque, el año pasado, investigadores de asuntos internos lo acusaron de dirigir un escuadrón de la muerte cuando era un alto oficial de la policía regional, según publica el diario hondureño 'La Tribuna'. Así las cosas, los hondureños quieren creer que el señor Tigre, contratado por el señor Lobo, arreglará el desaguisado para que la fábula tenga final feliz.
Alexandra no guarda rencor porque dice creer en Dios. También creer la ayudó durante el mes que estuvo encerrada con los desalmados que la secuestraron hace seis años, más o menos cuando volvió a nacer. «Sentí un golpe en la puerta y se me echaron encima, me golpearon y me llevaron atada y con los ojos vendados a un cuarto donde me encerraron». Después, ya sin venda, asegura haber reconoció entre sus captores a aquellos policías que la acompañaban en los reconocimientos de cadáveres. Incluso a alguno que había estudiado con ella en la escuela. «Yo sabía que si me enseñaban las caras era porque me iban a matar», dice. Y prosigue con su relato: «El primer día me violaron diez de ellos. El segundo cinco. Incluso dos a la vez. Me golpeaban en todo el cuerpo, en mis partes, en mis pechos, se ponían de pie sobre ellos... Me cortaron el pelo, mi cara no era ya cara. Sangraba por todos los agujeros de mi cuerpo».
Hay mucho más porque la tortura duró un mes. El relato es tremendo, pero ella lo ha vivido así y lo cuenta serena porque quiere que se sepa lo que están pasando, quiere ayudar. Recuerda la habitación llena de su propia sangre sin limpiar durante días: «¿Sabes cómo huele la sangre? Cuando lleva días, el olor es muy fuerte, muy fuerte, vienen las moscas y salen gusanos. Yo creo que aguanté gracias a Dios. ¿Sabes cómo es el dolor cuando te clavan una aguja? Pues cuando te apuñalan es como si te lo hicieran con 500 a la vez. Me apuñalaron las piernas, quisieron sacarme un ojo, yo sentí cómo salía... Intenté colgarme, pero no fue posible. Me tragué esponjas llenas de sangre para asfixiarme, pero las devolvía. Un día, me dieron un golpe en la cabeza y me sentí muy bien, por fin descansaba. Noté que me tocaban, oí cómo decían que estaba medio muerta. Alguno propuso despedazarme para esconder el cadáver, pero finalmente decidieron meterme en un saco y tirarme por un barranco. Al caer me pegaron dos tiros, pero me dieron en una pierna. Caí y caí, y con los golpes se fueron soltando las ataduras. Me di uno en la cabeza que ahora hace que de repente se me olvide lo que estoy contando. El saco se rompió allá abajo y no sé cómo conseguí salir. Me fui arrastrando hasta una casa donde vivía una señora que me dio un albornoz y dos monedas para llamar a mi madre. Vinieron a buscarme y me escondieron en una de las organizaciones para las que trabajaba, porque si me llegan a llevar al hospital, estoy muerta».
Devueltos en Barajas
Desde entonces dejó de existir en Honduras; dice que su familia fingió su entierro. Tras la recuperación, pasó por Nicaragua, Costa Rica y Brasil, donde vivió cuatro años. Tuvo que prostituirse, porque... ¿quién quiere contratar a una transexual? Ella es peluquera, también fue, cuando tenía pinta de chico, tractorista de maquinaria pesada y electricista, hasta estudió Comercio. Incluso ahora, en Madrid, le dan largas: «Me dicen que con esta pinta, nada. El otro día, una chica china de una peluquería me salta, 'pero si eles malicón'», imita .
Hace un año, con intención de escapar del país, aceptó una invitación para un congreso en España y se vino. Desconocía la opción de pedir asilo. Cuando fue detenida en Barajas por un problema con su carta de invitación (asegura que los polícias también la llamaron maricón), fue «gracias a Arsenio (García)», un abogado de CEAR que estaba por allí atendiendo a otros, que se enteró de esta posibilidad. Su caso era claro y en medio año consiguió el estatuto de refugiada. En marzo, sin embargo, una transexual panameña que solicitó refugio en este mismo aeropuerto por las agresiones físicas y el maltrato policial que venía padeciendo desde los 13 años fue devuelta a su país. El Ministerio del Interior le denegó el asilo alegando que «en los informes de diversos organismos internacionales consultados vía Internet no existe una mención explícita del colectivo LGTB como grupo de riesgo» en Panamá. Así, fue devuelta a su país sin poder salir de Barajas, pese a las gestiones realizadas por CEAR para paralizar su devolución. ¿Qué estará siendo de ella en este mismo instante?
Y de tantos otros, porque en realidad el final feliz de la historia de Alexandra es la excepción. Otro hondureño, Óscar Martínez, 45 años, Lady Óscar la llamaban, murió dos días antes de la Nochebuena de 2010: fue apuñalado, atado a una silla y quemado vivo. Alexandra ya no estaba allí para intentar adivinar entre sus restos. En los últimos 18 meses, 34 homosexuales y transexuales han sido asesinados en Honduras, como Gamaliel, Lulu y Francesca, encontrados un mísmo día del pasado febrero en San Pedro Sula, al norte del país. Hoy suelen decirle a Alexandra que no entienden cómo sonríe tanto: «No soy la persona más feliz del mundo porque lo que quiero, mi familia, no lo voy a tener, pero ya he llorado mucho. Antes lo hacía soñando. Ahora sueño menos», dice esta mujer admirable.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Horarios, consejos y precauciones necesarias para ver el eclipse del sábado
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.