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Trágico verano. El terrible suceso ocurrido en El Palmar hace ya casi 23 años recibió un trato preferente en las páginas de la 'La Verdad'. :: JUAN LEAL
El Palmar fue un infierno
9 de agosto de 1990

El Palmar fue un infierno

Ocho personas murieron y tres resultaron heridas muy graves al incendiarse un camión cisterna que se quedó sin frenos bajando el Puerto de la Cadena. Cargado con 30.000 litros de gasolina. El vehículo arrolló a varias personas, entre ellas dos niños, calcinó 24 coches y se empotró contra varias viviendas

PACO LASTRA

Domingo, 12 de mayo 2013, 11:53

Pasar por delante de La Arrixaca en dirección a Murcia y llegar a la primera curva de El Palmar sigue poniendo los pelos de punta a muchos murcianos. En este punto resulta difícil no mirar a la izquierda y acordarse de uno de los sucesos más espeluznantes que se han vivido en la Región de Murcia en los últimos años. El Palmar se convirtió en un infierno a las 10.30 horas del jueves 9 de agosto de 1990. Aquel día, y a esa hora, un camión cisterna, que iba sin frenos y cargado con 30.000 litros de gasolina, descendió a gran velocidad el Puerto de la Cadena. Atropelló a cuatro transeúntes, se empotró contra un edificio y explotó inmediatamente provocando la muerte por calcinación a otras cuatro personas que esperaban un autobús que les iba a llevar a la playa. Otras tres personas resultaron heridas muy graves.

Testigos presenciales declararon a 'La Verdad' aquel fatídico día que el camión, una cisterna perteneciente a una subcontrata de Campsa y procedente de la refinería de Escombreras con destino a Albacete, se salió de su carril en una curva de la carretera N-301. Este tramo, aunque desdoblado con cuatro carriles, tenía limitada la velocidad a 60 kilómetros por hora, ya que transcurría, y transcurre, por zona semiurbana.

«La explosión convirtió en pocos segundos varios bloques de viviendas en una gigantesca antorcha de la que los moradores trataban de escapar a través de las ventanas y de los tejados. También a través de las mismas llamas. No creo que exista nada terrenal que pueda parecerse tanto al infierno. Era como los ríos de lava que salen en las películas», declaró a 'La Verdad' aquel día un testigo presencial de los hechos.

El camión derramó los 30.000 litros de combustible que transportaba y convirtió las calles adyacentes «en un verdadero torrente de fuego, que destruía todo a su paso». 24 vehículos quedaron calcinados sobre un asfalto derretido.

Los fallecidos fueron el conductor del camión, Ginés Hernández Nicolás, cuyo cuerpo apareció calcinado; Pedro Vera López, vecino de El Palmar y vendedor de lotería; Antonio Franco Orenes, atropellado al cruzar la carretera; María Martínez Druso, que esperaba el autobús al producirse el accidente; los niños Ángel María y José Martínez Pérez, de dos y tres años, respectivamente; Antonia Rosario Pérez de Otón, abuela de los niños, y otra persona, no identificada, que apareció bajo los restos del camión.

Heridos de pronóstico muy grave resultaron María Luisa Pérez, Isidoro Soriano Sánchez y Catalina Martín Baz.

El alcalde de Murcia, José Méndez, que acudió al lugar, declaró que aquella fue una tragedia como pocas se pueden recordar en la ciudad.

Siete vehículos de bomberos, con 30 hombres y una grúa de grandes dimensiones, participaron en las operaciones de salvamento. Se emplearon 4.000 litros de espuma y 50.000 de agua para la extinción del siniestro.

La carretera nacional permaneció cortada durante tres horas. El juez de guardia inició la instrucción del caso para esclarecer las causas del mismo. Éste declaró que «aunque es pronto para afirmarlo, parece que puede tratarse de un fallo mecánico, puede que en el sistema de frenos».

En el hospital de La Arrixaca, situado a unos 200 metros del lugar del accidente, fueron atendidas siete personas. Una de ellas falleció a las dos horas de ser ingresada. Fue Antonia Rosario Pérez Otón, que según el parte médico presentaba quemaduras de tercer grado en el 90% de su cuerpo y traumatismo craneoencefálico.

El personal sanitario se echaba las manos a la cabeza y sonreían con amargura cuando se les preguntaba por el estado que presentaban los ingresados más graves. Los voluntarios que ayudaron a llevar a estos heridos a las salas médicas de urgencias lo vieron claro desde el principio. «Algunos van a tardar poco en morir. Han llegado totalmente destrozados, sin un pequeño trozo de piel en su cuerpo que no se haya visto afectado por el fuego. Nunca hemos visto algo tan impresionante».

De aquel 9 de agosto de 1990 se pueden contar muchas historias con la horrorosa experiencia que vivieron los vecinos. Pero hubo una que llamó la atención. Una anciana y su nieta fueron rescatadas por los bomberos cuando estaban a punto de morir asfixiadas dentro de un armario. «Nos escondimos allí porque toda la casa era un infierno», explicó Josefa Martínez Sánchez, propietaria de un concesionario de Peugeot-Talbot que fue devorado por las llamas.

Josefa estaba hablando por teléfono con una vecina cuando escuchó la explosión. Su casa se llenó de humo inmediatamente y fuertes llamaradas se colaron por las ventanas. Cogió a su nieta Ana, de cinco años, y las dos se escondieron en un armario empotrado. «Después de una eternidad, nos encontraron los bomberos cuando ya me había hecho a la idea de que íbamos a morir».

La pequeña Ana, totalmente tiznada de negro por efectos del humo, no paraba de gimotear, agarrada a su madre, a la que pedía insistentemente que la sacara del hospital, a donde había sido trasladada. «Nos vamos muy lejos de aquí, hija. Ya ha acabado todo».

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