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Rafaelillo, ayer en Valencia durante su faena a Jerezano, de la ganadería Miura, cuarto toro de la tarde. :: EFE
Rafaelillo se va de vacío en una 'mihurada' de pesadilla
Sociedad

Rafaelillo se va de vacío en una 'mihurada' de pesadilla

El murciano recibió a su cuarto toro en Valencia, al que mató de una gran estocada, de rodillas y con una temeraria larga cambiada

BARQUERITO

Jueves, 14 de marzo 2013, 02:19

Clásicos de la feria de julio, algo arrumbados en Valencia últimamente, los Miura nunca habían lidiado en Fallas. La corrida de ayer fue a su manera un debut. Un estreno desafortunado. Serias pero desiguales las hechuras. Corrida cinqueña y bien armada, pero con aire sobrante de camada. No fue, desde luego, la 'miurada' de Pamplona ni la de Sevilla ni la de Arles. No tenía por qué. La desigualdad en láminas se hizo evidente en un contraste: un quinto altísimo, largo, de rico cuajo, y un primero terciado, acapachado, sin sello de Miura, por citar las dos notas más disonantes de la escala. Mayoría de capas cárdenas; original por facado y girón el tremendo quinto que, puesto por delante y la gaita al acecho como una guadaña, parecía ir montando más y más a medida que avanzaba una lidia sofocante, porque el toro salió manso de irse de engaños y pelea, y volvió grupas con andares cabestreros. Ese toro había galopado de salida. Y no fue el único.

Una manera de galopar poco habitual en Miura. Lo clásico fue una violencia común al tomar engaños. Solo que Javier Castaño, que viene acertando con la tecla de los miuras hace tiempo -seis de una tacada mató en Nimes hace casi un año-, acertó a recogerlos en tablas por los vuelos y por abajo, y a sacárselos hasta fuera de las rayas y ahí dejarlos. No hubo ni un solo toro mínimamente agradecido. Ni siquiera los del lote de Castaño: el tercero de corrida, asustadizo, reculó cobardón después de fijado en sabios lances; el sexto, renqueante y derrengado tras una briosa aparición, llegó a sentarse y, si no es por clemencia del palco, vuelve a corrales por invalidez manifiesta. La pelea recostada en dos varas fue un simulacro. Su galope ligero en banderillas, un mero espejismo. Fue el toro más frágil de todos.

Bastante más que un segundo de corrida que, después de emprenderla a porrazos en una gatera con una cámara oculta de televisión, se dolió de blando en el caballo, dobló las manos y pareció asfixiarse. El toro más aplaudido de salida de los seis. Pero lo devolvieron. Receloso, el toro se resistió en el umbral de la puerta de toriles y, vuelto, tardó en meterse un buen rato.

No hubo toro que no bramara o gimiera muy lastimeramente. Un desolador concierto que sería tan duro de sentir como el propio aliento díscolo de cualquiera de las prendas del envío. Un primero revoltosísimo, buscapiés, frenado a mitad de embroque como si topara y, al hacerlo, arreaba gañafones y cabezazos. Esquivel había picado a ese toro con tanto acierto que se dio al toro por bravo, y porque atacó tres veces, una de ellas a caballo vuelto y desprevenido. Rafaelillo intentó la misión imposible de pasarse el toro por las dos manos. Saltaron chispas.

El tercero se fajó a cabezazos con el estribo de la silla que montaba Tito Sandoval, tan ducho; metió riñones en una segunda vara tras arrancarse desde lejísimos y hasta vino a un tercer puyazo más literario que procedente. Fue seguramente el miura de menos temperamento y resabios, pero se paró y se acabó yendo. Castaño, tan puesto y seguro, hizo las cosas a favor del toro -pasarlo por alto de partida para afirmarlo-, pero se interpuso un vendaval que descubría al torero. Con su nobleza, el toro tuvo también su quejido corralero.

El cuarto, ancho y gacho, se encontró de salida a Rafaelillo hincado de rodillas en tablas para dibujar una temeraria larga cambiada. Dos puyazos buenos de Antonio Muñoz, cierta aceleración de un Rafaelillo resuelto y parecía que apostando en serio. Pero el toro salió de genio incorregible y atizó de verdad. Trallazos tremendos. Un natural precioso en medio del fragor de la batalla. Y una estocada extraordinaria.

El quinto desarmó a un valiente y entero Robleño en la primera toma de contacto, y con el inválido sexto estuvo asentado, paciente y templado Castaño. Pero el toro no le puso a nadie. Lo mejor de la tarde fue la bella primera mitad de faena de Robleño con un lindo sobrero de Valdefresno. El festejo se celebró con un cuarto de plaza y corrió durante la tarde viento muy fresco y desapacible.

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