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PEPA GARCÍA
Sábado, 28 de julio 2012, 03:42
Cuenta el dibujante Juan Álvarez (Mula,1960), sentado en una terraza de Murcia y aprovechando un descanso entre viñeta y viñeta, que los 8 años marcaron en él un antes y un después. «Del vacío al todo, menos cómo se hacían los niños porque todavía creía en las cigüeñas. De antes no tengo ni idea, pero a los 8 años hago mis primeros descubrimientos, ya soy consciente de lo que me rodea».
Hace cuatro años que este artista del dibujo, que con 18 años empezó a colaborar con la productora Hanna Barbera (entonces reina del mundo de la animación), comenzó a revisar '1968. Un año de rombos', «quizá porque me acercaba a los 50», con la intención de conocerse mejor: «Y revisándome me he dado cuenta de que hay muchas cosas que sigo manteniendo: soy igual de juguetón, de enamoradizo...; me molesta mucho que el tiempo pase y sigo teniendo pánico a la muerte», resume mientras habla del álbum que acaba de publicar con Edición de Ponent bajo el título '1968'. Precisamente ese año descubrió a Tintín en un libro que su hermana sacó de la biblioteca y decidió que de mayor sería lo que es hoy: dibujante de tebeos.
En 1968, Guinea Ecuatorial era colonia española, gobernaba El Caudillo, el pecado se sentaba a la mesa y la tele en blanco y negro iba conquistando los salones del país con sus omnipresentes dos rombos. Precisamente a esta primera generación audiovisual, que tuvo en la tele «de dos únicos canales» una nueva ventana al mundo pero que disfrutaba de plena libertad en la calle, es a la que retrata con precisión Álvarez a través de sus recuerdos, a veces autobiográficos, a veces inventados. «No he querido hacer un relato largo, sino retratar en una página la sensación fugaz de un recuerdo».
Flashes de vida trazados en el papel y también en blanco y negro, como la tele que presidía su salón y las aventuras de unos niños que despertaban a la vida, al amor, al desamor, al paso del tiempo, al placer de lo prohibido y a la muerte; aventuras que se pueden oler, tocar y sentir y que «reflejan una época muy especial», recuerda sin nostalgia uno de los artífices de la serie animada para TVE 'Don Quijote', que en poco más de 40 historietas esboza con detalle una sociedad en la que no faltan los héroes de celuloide y que dedica a sus padres, «unos padres extraordinarios: cariñosos y exigentes, que nos dejaban disfrutar pero nos hacían ser responsables sin necesidad de pegar y sin gritar (visto ahora me parece increíble). Eso sí, jamás vi que mis padres se besaran en la boca»... Eso pertenecía al intrigante mundo de los dos rombos.
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