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MARÍA ZÁRATE
Jueves, 7 de junio 2012, 03:11
Los volantazos, el fuerte oleaje y las turbulencias hace tiempo que se las hacen pasar canutas a muchos viajeros. Sí, los medios de transporte han mejorado y muy pocos son los que siguen metiendo a cinco personas en un seiscientos para atravesar las carreteras de España de norte a sur. El mareo es desde los años 50 un mal menor gracias a una rápida y fácil solución: la Biodramina. Líder indiscutible del mercado de fármacos contra ese molesto vahído, el medicamento cumplió ayer 60 años. Y, como tantos otros, su origen surgió en el campo de batalla.
El 6 de junio de 1944, el día del decisivo desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial, estaban en juego demasiadas cosas como para dejar morir en la playa a cientos de soldados por un simple mareo. Puede parecer una tontería, pero tras el viaje los soldados pisaban la arena de la playa demasiado aturdidos como para protegerse del fuego enemigo y además apuntar con acierto a las tropas nazis.
La Marina de los EE UU y la Royal Navy buscaron una alternativa a la escopolamina, el único fármaco que combatía el mareo en aquella época, pero que por desgracia también provocaba taquicardia. Uno de los investigadores médicos dio por fin con el remedio: el dimenhidrinato. Los soldados de infantería que llegaron por mar y aire hasta el norte de Francia se libraron por fin de los vómitos durante una operación militar que cambió el rumbo de la Historia.
El doctor Uriach, ahora presidente honorífico del grupo farmacéutico Uriach, vio en ese antihistamínico la perfecta solución a los problemas del mareo para los civiles viajeros. Lo trajo a España y lo empezó a comercializar en 1952 con el nombre de Biodramina.
El boom de los Seat 600 y la compra masiva de automóviles disparó su venta en las farmacias hasta convertirlo en un producto indispensable en cualquier equipaje. Sin embargo, con la mejora de las carreteras y la aparición de automóviles más confortables el medicamento dejó de ser el rey del botiquín. Su segunda oportunidad llegó con la afluencia de los ferrys a Baleares y los cruceros de lujo, que le devolvieron el éxito.
Desde entonces, goza del predicamento en los hogares. Lo que parece claro es que los miles de soldados que dejaron su vida en las playas de Normandía no murieron mareados.
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