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DANIEL VIDAL
Domingo, 6 de mayo 2012, 04:29
En la foto no se ve, pero el pequeño Sergio lleva en una mano lo que queda del bocadillo de salchichón que su padre le había preparado unos minutos antes de que le cayera encima un edificio de tres plantas. No lo soltó ni un momento. «Se aferraba a su bocata, que no era más que una bola de pan con polvo y piedras, como quien se agarra a la vida misma», se emociona María José Carrillo, la médico del Servicio Murciano de Salud que en la imagen de Nacho García se lleva al niño del infierno de escombros en que se había convertido la calle Infante Juan Manuel, en el humilde barrio de La Viña. La 'zona cero' de los terremotos de Lorca.
Los recuerdos surgen sin esfuerzo. Como a María José Carrillo, al policía nacional Miguel Ángel Martínez, que aparece en segundo plano con una mochila al hombro y que esa tarde rescató a cinco personas, también le han llovido premios, reconocimientos y muchos aplausos estos últimos meses. Incluso una cruz al mérito policial que conlleva pensión vitalicia, lo mismo que le durará el recuerdo de su barrio «como si hubiera sido bombardeado». Pero la médico y el agente huyen de la palabra héroes. No va con ellos, campechanos y sencillos. «Hicimos lo que teníamos que hacer y nos sentimos orgullosos», responden casi al unísono, sin entrenamiento alguno. Y lo que hicieron fue arrancar de los brazos de la muerte a dos chiquillos de 3 y 6 años, Sergio -el campeón de la fotografía- y Salva, su hermano mayor, que durante unos minutos permanecieron sepultados por el mismo monstruo de ladrillo y hormigón que sí se llevó para siempre a su mamá, Toñi Sánchez. Una de las nueve víctimas mortales de los seísmos que el 11 de mayo del año pasado cambiaron la vida de todos los lorquinos.
«A medida que se acerca la fecha del primer aniversario, lo único que quiero es coger a mis dos hijos y salir huyendo de aquí», se sincera Salvador Terrones, el padre de las criaturas, mientras tuerce el gesto y se toca su anillo de casado. En la otra mano luce el que recuperó de su esposa antes de enterrarla. Un año no es suficiente para olvidar cuando lo que se te cae encima «es el mundo entero. Yo aún no puedo dormir, pero los niños sí van saliendo adelante. El pequeño dice abiertamente que su mamá está en el cielo. El mayor lo lleva más adentro. No habla mucho».
A Salvador, de 44 años, el segundo terremoto le sorprendió en casa. Salió despavorido en búsqueda de su familia. Ni siquiera reparó en que el edificio colindante se había venido abajo, atrapando a su mujer y a los niños. «Llamaba a Toñi pero me daba apagado o fuera de cobertura, preguntaba a todos, la busqué en el parque donde estaban los vecinos... pero nadie la había visto». No fue consciente de la cruda realidad hasta casi dos horas después, cuando volvió hacia su casa y un amigo le dijo que sus hijos estaban bien. Al preguntar por su mujer, el miedo se volvió amargura. Acabó por derrumbarse. «Si se hubiera quedado en casa, como le dije»... se lamenta Salvador. Su viuda ya le pidió perdón por no haberle hecho caso. Al menos eso le dijo la médium Anne Germain a Salvador en un programa de televisión. Le sirvió para «volver a Lorca más tranquilo».
Hoy regresa en moto de dejar a sus hijos en un cumpleaños. «La vida sigue». Atiende sereno a la prensa mientras rebusca en su cartera los recortes de aquel día. En uno de ellos aparece una fotografía de un cadáver tapado por una sábana. Es ella. «La reconocí por el reloj y las zapatillas de deporte». A veces le da por reír. «Pero es por no llorar». Las lágrimas son protagonistas indiscutibles en las visitas al cementerio, que Sergio y Salva aborrecen cada vez más. «Les cuesta mucho ir y quieren salir enseguida». Los momentos más duros llegaron en Navidad, Reyes «y también la Feria de Septiembre», recuerda Salvador, al borde del sollozo. Enseguida se recompone y piensa en las ayudas que no llegan. «Lorca necesita ayuda real y a muchos parece que se les ha olvidado». El desasosiego de los vecinos con el penoso ritmo de la 'solidaridad pública' va en aumento. «Eso sí, regalos no les han faltado a los chiquillos este tiempo. Los juguetes no me caben en casa. Todo el mundo les compraba algo». Incluida María José Carrillo, que cuando volvió a ver a sus pacientes se llevó para el más pequeño un camión de 'Rayo McQueen', protagonista de la película 'Cars'. Aparecía en la camiseta que vestía Sergio la fatal tarde. «La imagen no se me olvidará nunca». Jesús. Párroco de San Diego La casa de Dios en 18 módulos de obra Las gigantescas letras negras y rojas que forman la palabra 'construcciones' en la chapa metálica casi no dejan ver el papelito que indica que la caseta de obra amarilla y anodina es, en realidad, el despacho parroquial de la iglesia de San Diego. Por eso, varios magrebíes han llamado a la puerta el último año para pedir trabajo. Muchos de ellos compartían tienda en el campamento de damnificados del Huerto de La Rueda. «Cuando vienen, yo solo puedo decirles que solo puedo bautizarles en la fe cristiana», bromea Jesús, el 'pater' de una de las iglesias más afectadas por los seísmos y cuya espadaña, con campana incluida, casi aplasta en directo a un reportero. Millones de personas soltaron un 'uf' con las imágenes. A las 18.47, la hora del segundo seísmo, «suele haber en la puerta muchos niños y jóvenes que entran y salen de los ensayos de la Comunión y de las catequesis». Pero fue la intervención de las fuerzas de seguridad la que evitó males mayores. «Más que un milagro, si no hubo heridos o víctimas, fue gracias a la cinta con la que se acordonó la zona. Lo que pasa es que el reportero se la saltó y casi se le cae encima el campanario...»
Doce meses después, con la desvencijada iglesia encomendada al poder de los andamios, Jesús celebra bautizos y comuniones en las 18 casetas prefabricadas, con capacidad para 270 personas, que hoy conforman la estructura temporal de la parroquia de San Diego, justo detrás del templo. «En precario, pero sigue siendo la casa del Señor», se enorgullece este cura de 31 años y pelo canoso, que también tiene reservadas varias fechas para bodas. «Me sorprende que haya personas -sobre todo novias- que se quieran casar en unas casetas prefabricadas, pero también me llena de alegría que no renuncien a su parroquia», enclavada en uno de los barrios más humildes de Lorca. A San Diego pertenecían cuatro de los nueve fallecidos en los terremotos. Dos de las familias se negaron a despedir a sus muertos en los funerales de Estado en los que participaron los Príncipes de Asturias y le pidieron al párroco que oficiara los sepelios aparte, en la intimidad. Sin políticos, pinganillos y fotógrafos de por medio. Jesús, claro, no pudo negarse.
Luego dio cobijo en su casa, a solo unos metros de la parroquia, a una familia que lo había perdido todo y que se vio abocada a dormir en un sofá junto a cientos de damnificados. Y 'perdonó' el ateísmo rampante de Sebastián, uno de los ancianos que vivían en la residencia contigua a la iglesia, y que tuvieron que ser desalojados a toda mecha. Uno de ellos engrosó la lista de víctimas mortales de los seísmos. Sebastián no podía ni ver a Jesús, que también es capellán del geriátrico. El mismo que le ayudó a salir del edificio cuando el miedo agarrotaba todo el cuerpo del abuelo. Hoy tienen una relación excepcional y siempre le pregunta cuándo acabarán las obras de rehabilitación para poder volver a su antiguo hogar. «Yo le digo que hay una fiesta preparada para el 26 de junio, y se pone loco de alegría». Casi llega a dar gracias a Dios. Alba Buendía Alcázar. Nacida el 11 de mayo Una tienda de 'chuches' bajo el brazo
Alba decidió venir al mundo el mismo día y en el mismo momento en que el mundo parecía hundirse en Lorca. Aunque el parto iba a ser natural, la necesidad de evacuar el hospital Rafael Méndez obligó a los médicos y a las matronas a tirar por la calle del medio y practicar una cesárea. La niña tenía que nacer ya. Mientras el personal sanitario y los enfermos corrían en dirección a la salida, Mayte, su marido Paco y Alba, pidiendo salir del vientre de su madre, lo hacían en dirección al quirófano. «El miedo que tenía al parto se triplicó. Las paredes de la sala de dilatación en la que me encontraba se resquebrajaron, la claraboya de cristal amenazaba con caerse encima de mí... Y encima las prisas son siempre malas consejeras. Y más en una operación...», recuerda Mayte.
El enérgico llanto de Alba, que inundó de vida una sala de operaciones cubierta de cascotes y rodeada de caos y destrucción, supuso un feliz contrapunto, sin complicación alguna, a la jornada más dolorosa que recuerda Lorca. Las abuelas y el padre sacaron a la recién nacida a la explanada del aparcamiento del hospital, donde se agolpaban enfermos en camilla o en silla de ruedas, facultativos, celadores y cientos de familiares. Mientras, los médicos y enfermeros montaban a Mayte en una ambulancia. Una hora después, toda la familia estaba a salvo en el hospital de La Arrixaca, en Murcia. La madre, primeriza, sigue dando las gracias a todo el equipo que sacó adelante el parto. «Decir que se portaron bien es poco. Me acariciaron, me dieron ánimos... fue un trato excelente a pesar de todos los nervios. No se me olvidará nunca». La frase vuelve a repetirse.
A punto de cumplir un año, Alba no deja de reír, de agitar los brazos y de pedir marcha para el cuerpecito. «La niña es puro nervio, es un verdadero trasto. ¡Un terremoto!», espeta Mayte, que ya prepara el cumpleaños de la pequeña, de grandes ojos azules, al mismo tiempo que Lorca se prepara para conmemorar el aniversario de la catástrofe. «Todos los once de mayo serán así», reflexiona Paco, el padre, vende chucherías justo debajo del domicilio familiar, en Águilas. Antes de que los seísmos aceleraran el nacimiento de su hija, Paco estaba en paro y la situación económica de la familia no atravesaba por su mejor momento. Parece que Alba, además de con dos seísmos, vino con un pan bajo en brazo en forma de tienda de 'chuches'. «El negocio lleva abierto un mes y pico y funciona muy bien».
No pueden decir lo mismo los propietarios del 10% de los comercios de Lorca, que un año después siguen cerrados por los efectos de los terremotos. Todos los negocios del casco urbano resultaron afectados, pero está visto que unos han tenido más suerte que otros.
Ajena aún a la fecha que figurará toda su vida en el DNI, Alba sigue disfrutando con la visita. Gesticula, chapurrea 'papá' y 'mamá' y da «palmas, palmitas, higos y castañitas». No entiende de terremotos, evacuaciones de hospitales o casualidades cósmicas en un nacimiento que se tenía que haber producido 48 horas antes de que la tierra comenzase a temblar.
-¿Le contarán la aventura o la mantendrán en la ignorancia?
-Nooo, ¡se lo contaremos! Tenemos guardados todos los recortes y todos los vídeos de aquellos días para que los vea cuando sea mayor. Ya encontraremos el momento... Palmas, palmitas...
En el saco de anécdotas imborrables también tienen un lugar preferente «los guardias de seguridad que nos pusieron en la puerta de la habitación del hospital para que no entraran periodistas» -una se coló diciendo que era familiar y llevándole un ramo de flores- o las visitas de la entonces ministra de Sanidad, Leire Pajín, y del presidente del Gobierno de Murcia, Ramón Luis Valcárcel. «Al principio de la mañana me pedían permiso, y yo no ponía pegas... Pero es que luego aparecían en unos momentos... ¡Alguno me pilló dándole el pecho a la niña! ¿Cómo no le vamos a contar todo eso a nuestra hija?» Familia Gutiérrez Pisano. Su casa se derribó a los 13 días « Tuvimos suerte; hay gente muy necesitada »
Vicente solo podía pensar en el chupete de su hija Marta. A pesar de que en la fachada del edificio ponía bien claro 'peligro de derrumbe', atravesó el desvencijado umbral, subió hasta el ático en el que llevaba viviendo 25 años, rebuscó entre los cascotes y salió corriendo de su casa, o lo que quedaba de ella, después de recuperar el preciado tesoro. De aquella primera entrada 'furtiva' a su hogar -la Policía acordonó el inmueble y prohibió el acceso- Vicente solo se llevó el chupete de su querida niña, que aunque no le valía para nada en el aspecto material (Marta ya era mayor de edad), fue el comienzo de la recuperación emocional de esta familia solo unas horas después de los dos devastadores terremotos. Esa misma noche durmieron en la casa de unos amigos con otras 18 personas, con colchones en el garaje y compartiendo el zafarrancho diario. «La incertidumbre que sentimos pensando que nos habíamos quedado sin casa fue lo peor de aquellos días, pero lo mejor es que lo estamos contando y que tenemos casa. Otros no han tenido tanta suerte. Hay mucha gente que necesita ayuda», recalca Marta, que demuestra su madurez aludiendo a «la banalidad de lo material. En un segundo, te puedes quedar sin nada».
En esa situación siguen muchas familias del barrio de San Fernando, que han tenido que recurrir a robar los puntales que sirven para sujetar sus casas. Sus propias casas. Con los 20 ó 30 euros que les dan por cada uno de ellos en la chatarrería, se llevan algo de comida a la boca. Vicente cuenta la historia lamentándose, haciendo de tripas corazón y perjurando contra unos y otros.
Aunque la familia disfruta hoy de una casa de alquiler con todas las comodidades, Dolores, la madre, ha empezado a pisar el salón «hace solo quince días. Me costaba sentirme a gusto. Mi casa cayó con el terremoto», reconoce.
En siguientes incursiones, casi todas de madrugada y burlando la vigilancia policial, Vicente fue rescatando más enseres. Al principio, recuerdos con gran valor sentimental. Después, «llenando el coche con todo lo que podíamos. Hasta con las perchas de los armarios». No pudieron con todo. Aún recuerdan, con el gesto torcido, la colección de cuentos infantiles que se quedó dentro de la vivienda y que acabó sepultada junto con cientos de recuerdos de todos los vecinos. Trece días después de los seísmos, con la ayuda de unas grúas y ante la mirada impotente de los vecinos, su casa acabó convirtiéndose en escombro, como otras 1.124 viviendas que no resistieron los envites de los seísmos.
El desesperante paso de tortuga en el proceso de reconstrucción de la ciudad es una sensación que recorre cada rincón de Lorca. Incluida para esta familia, a pesar de que su comunidad de vecinos, que tiene cita con el arquitecto el mismo día once, se ha puesto de acuerdo para levantar un nuevo inmueble en el mismo solar. Y eso llena de ilusión a las familias que perdieron su vivienda. Al menos, a las 32 del edificio Nuevo Ensanche. En una de ellas, el chupete de Marta ocupará un lugar preferente en el salón. Allí donde Dolores volverá a sentirse como en casa.
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