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CÉSAR GARCÍA GRANERO
Lunes, 7 de mayo 2012, 18:47
Sábanas rebeldes, contestatarias, que dejan de ser sábanas para ser pancartas. En el barrio de La Viña hay sábanas de dos tipos: unas sirven para dormir, las otras para protestar, porque el paso del tiempo ha convertido la desgracia de sus vecinos en disgusto. Pasado el mazazo, empieza a aflorar el descontento. Y con él las protestas de la gente a la que prometieron unas ayudas que nunca llegan o son insuficientes. «El dinero que nos quieren dar no nos vale», se queja Encarna Martínez. Ella vive en el último piso de un edificio en la calle Jardineros. En su balcón se ve una pancarta: 'Necesitamos soluciones. El consorcio no paga', reza. ¿Pero hay 'money' o no? «Sí, pero poco. Nos dan 100.000 euros y necesitamos 300.000», dice Paco Sánchez tres pisos más abajo. Es el presidente de la comunidad de vecinos y acaba de recibir la visita del 'coco', un funcionario del consorcio creado para gestionar las ayudas: el que tiene el grifo, no del agua, sino de la pasta.
Lo encuentro en el portón del edificio. El funcionario sale a la calle, mira hacia arriba y ve la pancarta: «¿Que el consorcio no paga? Eso es mentira», dice.
La de la calle Jardineros no es la única pancarta de La Viña. En la carretera de Granada, la calle más grande del barrio, hay otras dos en edificios deshabitados. Vienen a pedir lo mismo: soluciones, es decir, dinero. El funcionario del consorcio explica el problema: «Todos los que tienen seguro han cobrado un adelanto. Pero muchos no tenían seguro o tenían uno tan pequeño que no les cubre casi nada».
«¿Y qué van a hacer?», pregunto al presidente de la comunidad. «Está claro -asegura-: lo que falte tendremos que ponerlo los vecinos». A Paco Sánchez el terremoto le pilló en casa. Estaba viendo, qué casualidad, 'Reforma sorpresa', y explica así lo que pasó: «Ese armario -señala un mazacote de mueble al fondo- que no hay cojones a moverlo, acabó en medio del salón». Encarna se había quedado dormida: «Me despertó un temblor y vi la cabeza de un San Pancracio rodando por el suelo -dice-. Solo entonces me di cuenta de lo que había pasado».
Y lo que pasó fue tan gordo que este bloque de pisos tiene cinco portones y en dos de ellos aún no se puede entrar. Sin 'money' no hay solución y el problema se agiganta: «Al no reparar los pilares es cada vez peor -dice el funcionario-. Estos edificios están vivos. Es como el que tiene una pierna jodida y no se opera. Cada vez estará más cojo».
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