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G. M. P.
Viernes, 10 de febrero 2012, 11:19
Moisés Ruiz se define como un fotógrafo de bodas, bautizos y comuniones. Así, sin más. Aunque tiene la periódica costumbre de alternar su creativa rutina con curiosas exposiciones que comparte con aficionados al arte en su fotogalería de la calle San Diego (frente a la parroquia), La Ventana de Gras. Su penúltima ocurrencia ha sido enviar por correo a distintos destinos de todo el mundo cámaras estenopeicas para obtener una mezcla de imágenes que estos días enseña bajo el título de 'Packet Pinhole'.
«Lo que he hecho es un ejercicio de 'voyeurismo postal», dice el fotógrafo antes de explicar a los profanos en qué consiste ese trabajo: convertir en cámaras fotográficas pequeños paquetes a los que hace un agujero de apenas 0,2 milímetros para que entre la luz. Dentro, como única mercancía, papel fotográfico en blanco y negro en el que se van fijando como huellas del viaje todas las imágenes que a través del minúsculo orificio entran durante largos ratos de exposición a la luz, y que después él escanea y amplía.
Así, si el paquete descansa con el agujero apuntando a una ventana, el paisaje queda impresionado en el papel fotográfico. Si lo hace sobre la estantería de un almacén postal, quedan fijadas las luces de los techos. Y si es transportada en una carretilla, sale su elevador mezclado con otras imágenes recogidas en el trayecto recorrido.
«Esto es un auténtico 'kandinski'», dice el fotógrafo señalando una imagen enmarcada en cuyo interior se mezclan ráfagas de luces, los neones del techo de un almacén y otros objetos impresos durante largas exposiciones que convierten el conjunto en el mayor homenaje a la abstracción.
Moisés Ruiz aprovechó los viajes de amigos a distintos lugares del mundo para mandar sus cámaras. Una estenopeica llegó a Nueva York siguiendo el rastro del pintor Ángel Mateo Charris; otra, al local de Melilla donde su colega Joaquín, fotógrafo y músico, ensaya con su grupo de jazz. El propio Moisés ha remitido cajas desde China o las ha paseado en mano por el aeropuerto londinense de Luton. El juego lo completó enviando dos cámaras a Tikitiki, Nueva Zelanda, buscando las antípodas y una dirección imposible. La huella que dejen en el papel fotográfico los viajes de ida y vuelta completarán este experimento artístico.
«Esto es un juego para perder el tiempo y gastar dinero. En el fondo es un trabajo sencillo porque se aprenden los rudimentos de la fotografía», explica Ruiz, fotoperiodista en otra época, referente de la fotografía procesionista, reportero viajero e irónico 'voyeur' desde su observatorio de San Diego.
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