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ANTONIO ARCO aarco@laverdad.es
Miércoles, 16 de noviembre 2011, 11:40
«Tengo un perro futbolista», dice completamente feliz la actriz Lola Escribano (Beniaján, 1957), elegida por Antonio Saura, director de la compañía murciana Alquibla, para dar vida a Bernarda Alba en el montaje que se estrenará, mañana, en el Teatro Circo de Murcia (TCM). La expectación es enorme, casi tanto como la vitalidad arrolladora que deja a su paso Escribano, que devora aire. Tiene delante un zumo de naranja recién exprimido, pero no le hace ni caso: habla, se ríe, se emociona, se divierte, suspira, recuerda y, sobre todo, da gracias (a la vida). Su 'perro futbolista' se llama Kim, es un experto con el balón y no tiene más empeño que, en cuanto escucha a su dueña hablar por teléfono, acudir veloz, con la esfera en la boca, para 'entrenar' con ella. «Está loco con el balón, se pone debajo de los marcos de las puertas, para utilizarlas como porterías, y no se cansa nunca», cuenta la actriz, madre de tres hijos -Lola (29 años), José Luis (27 años) y Lucía (26 años)-. Funcionaria en excedencia -a los 37 años inició los estudios de Arte Dramático-, estos días, cuando está en casa, no deja de atender el teléfono. Sus amigos y familiares no cesan de llamarla para ver cómo lleva los preparativos del estreno, y Kim no está dispuesto a dejarla hablar en paz con ellos. «¡Serás perro!», le dice ella, cuyo último trabajo en el teatro, siempre, en estos últimos años, con compañías de Murcia y de Alicante, ha sido en la obra de Ibsen 'Casa de muñecas', con Doble K Teatro y a las órdenes de Alfredo Zamora.
«¡Estoy feliz, muy contenta y muy ilusionada con este proyecto!», exclama. Se le nota a cien metros. «El otro día, mi amiga de toda la vida, Carmen (Buendía) me decía: '¡Qué guapa estás!'. Y yo le dije: '¡Es que estoy feliz, Carmen, y eso en la cara se te nota!'», cuenta. Que Saura la llamara para interpretar a Bernarda Alba fue un regalo inesperado. «Yo estaba tranquilamente en la playa (en La Manga pasa al menos cinco meses al año), cuando me llamó Saura y me dijo que había pensado en mí para este proyecto, y que me lo pensara yo también bien porque hay gente que se asusta cuando le ofreces un personaje como la Bernarda».
-¿Qué le dijo usted?
-Sin dudarlo: 'Con mis 54 años, con mi madurez y siendo tú el director, lo que quieras'.
-Después, ¿qué hizo?
-Lo primero que hice fue ponerme a dar gritos, la verdad. Estábamos cenando, tan a gusto y tan tranquilos, mi marido y yo, mis futuros consuegros y mi hijo y su novia, porque andamos con los preparativos de su próxima boda; cuando dejé de hablar con Saura empecé a dar gritos, '¡creo que voy a hacer la Bernarda, creo que voy a hacer la Bernarda!'. Por supuesto, Saura me dijo que teníamos que vernos para hablar y hacerme alguna pequeña prueba..., pero yo estaba ya muy segura de que haría la Bernarda; '¡esto es mío!', pensé». Y ya no pudo seguir cenando.
No tiene el menor temor a interpretar a Bernarda Alba, uno de los personajes más importantes del teatro universal, una fuente de dolor y de heridas que se multiplican. Autoridad férrea, oscuridad. «¿Le digo la verdad? Soy una mujer madura que tiene muy claro lo que quiere. Decidí, con 37 años, hacer lo que quería: prepararme las pruebas de acceso a la Escuela de Arte Dramático de Murcia; hacía mucho tiempo que había dejado de estudiar, y me pasé meses entregada a las pruebas, haciendo comentarios de texto con mi hermana, que es catedrática de Literatura. Cuando entré en la Escuela, supe que había acertado, que eso era lo que yo quería hacer en mi vida: subirme a un escenario».
Detrás de la puerta
«Cuando yo, siendo una niña, estudiaba piano en el Conservatorio, con Miguel Baró, me fumaba las clases de piano y me iba a ponerme detrás de la puerta de las clases de declamación; ¡me emocionaba! Allí estaba entonces Antonio de Béjar de alumno», informa. La música no era lo suyo. «No acabé los estudios en el Conservatorio, pero gracias al piano aprobé las oposiciones a auxiliar administrativo», indica Escribano.
-¿Al piano?
-Al piano, sí, porque gracias a él mis dedos volaban en la máquina de escribir y en taquigrafía saqué la nota más alta de todos los que nos presentamos a la oposición, que yo me preparé en seis meses y que aprobé con 18 años y dos meses.
La actriz murciana, fan número uno de las películas de Marisol -«mi padre me tuvo que hacer una espada de madera para que fuera por todo el pueblo cantando eso de 'adelante, mis valientes, con la espada y con los dientes'»-, repasa su vida a toda velocidad: «Me dediqué a ser funcionaria, en Cartagena conocí a mi marido, José Luis, y con él me casé con 23 años». Y con 25 años tuvo a su hija Lola. «Conocer a José Luis ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida, porque, además, con él he tenido a mis tres hijos, que son una maravilla», deja claro. «Estoy -añade- orgullosísima de mi familia. Me dicen que soy muy exagerada al hablar de ellos, pero es que todo lo bueno que diga es poco. José Luis siempre me ha apoyado, siempre. Con él, que no tiene nada que ver con todo este mundo del teatro -llegó en su día a ser delegado de Hacienda en Soria-, fueron todo facilidades por su parte cuando le dije que quería estudiar Arte Dramático. Yo trabajaba de ocho a tres, y luego entraba en la Escuela a las cuatro de la tarde y salía a las diez de la noche; un día José Luis me dijo: 'Pide la excedencia, es el momento'. Gracias a él he podido cumplir mi sueño de hacer teatro, y también gracias a mis hijos porque no me han dado ninguna guerra, ningún problema; han sido unos estudiantes estupendos, y son buenas personas, de verdad».
El zumo de naranja sigue intacto. Ella sigue recordando. Su vida puede parecer, hasta aquí, una especie de agradable comedia primaveral, pero no es así. Lola Escribano conoce bien las tormentas que te dejan empapado: «Mi madre murió, de cáncer, muy joven; también se llamaba Lola. Yo tenía 22 años. Mi padre murió nueve años después. Formaban la pareja más enamorada que yo he conocido en mi vida». Sus padres también están presentes en este montaje de 'La casa de Bernarda Alba', que cuenta la historia asfixiante de «una madre que condena a sus cinco hijas a permanecer enclaustradas con motivo del luto del marido y padre».
«Los encajes que sacan las hijas de Bernarda en esta función», desvela la actriz, «proceden de la tienda que tenía mi madre, una especie de pequeño Corte Inglés donde se vendía de todo, desde telas a perfumes. Y la foto de Pepe el Romano que utilizamos en nuestra función es la de mi padre, con el que yo tenía un vínculo muy especial, que se llamaba Pepe y que era guapísimo, rubio con ojos verdes. Además, estrenamos el día de su cumpleaños. Para mí, todo está siendo muy emocionante».
La muerte de sus padres no la condujo a perder la alegría: «Pensé en la suerte que había tenido pudiendo conocer a mis padres, unas personas que nos habían llenado de vida, de ilusión y de muchísima fuerza, porque mi madre estaba empeñada en que mis tres hermanas y yo fuésemos mujeres independientes. 'Nunca dependáis de ningún hombre para nada', nos decía. Estamos las cuatro muy unidas, formamos una piña. Yo jamás me he sentido sola, jamás».
«Mi madre», cuenta, «fue una mujer muy valiente, que afrontó ella sola su enfermedad porque mi padre también estaba enfermo del corazón. Era una mujer muy fuerte, la recuerdo preguntando que cuánto tiempo le quedaba de vida porque quería dejarlo todo bien organizado...». En cuanto a su padre, «desde el día en que mi madre murió, decía que ya nos veía a nosotras bien situadas en la vida, y que no le importaría irse con su mujer. De hecho, yo quería presentarle novias y no me dejaba (risas). Me decía: 'Si es que yo estoy enamorado de tu madre, Lola'».
Ahora mismo, asegura, «estoy preparada para afrontar las cosas que me vengan en la vida sin salir corriendo. Me siento fuerte, pero también me entristecen muchas cosas, sobre todo que haya gente conocida que lo está pasando muy mal, tanto económica como emocionalmente». ¿Qué hace entonces? «Ayudo lo que puedo», responde. «Cuando me entero de que algún amigo o amiga tiene un problema, estoy allí la primera; pero cuando sé que están bien, ni llamo, soy un desastre», reconoce. «Me siento muy querida por la gente que me rodea, y nunca he tenido problemas con nadie, ni disgustos con nadie, ni me he enfadado con nadie», enfatiza. No cambiaría nada de su vida, «ni siquiera los años que tengo. No me importa cumplir años. Yo me lo paso muy bien con muchas cosas, incluyendo el punto de cruz. No me preocupa la vejez, seguro que mis hijos me llenan de nietos y tendré que echarles una mano; y allí estaré yo».
Explosiva
Tiene Lola Escribano algo muy claro: «Si yo me quejara, sería para matarme». Y otra cosa más: «No tengo nada de Bernarda Alba, yo soy una mujer muy feliz; y, sin embargo, me encanta. No soy nada sargento, aunque bueno, sí soy gritona. Cuando me enfado soy muy explosiva, lo suelto todo y, al terminar, me digo: '¡Qué a gusto que me he quedado, vamos ahora a otra cosa!'. Soy muy exagerada, ¡disfruto de la Bernarda porque grito lo que quiero y nadie me dice nada (risas)!».
Habla rotunda de 'mi Bernarda'. «Me sale del alma decir 'mi Bernarda'», comenta. Una Bernarda que «es dura porque la vida le ha hecho ser dura, porque ella no ha recibido amor; ella no sabe lo que es el amor, y si tú no recibes amor no puedes darlo. El amor que tiene hacia sus hijas es un amor dañino». También es «una Bernarda que tiene un punto débil, y ese punto débil tan fuerte es su madre, que la desequilibra. Ella tiene miedo a acabar como su madre, con demencia senil. Cada vez que la madre sale a escena, Bernarda pierde la fuerza. Hay veces que está hecha un animal y otras en las que es muy cínica, sobre todo con Poncia. Con su sonrisa esa tan fría de la que habla Lorca».
Hay una frase de la obra que a Lola Escribano, que se deshace en elogios hacia sus compañeras - «son geniales, unas actrices magníficas y unos bellezones»- le gusta especialmente: '¡Qué escándalo es éste en mi casa y en el silencio del peso del calor!'. «Esa frase me vuelve loca. Me imagino en plena siesta, con el calor ese tremendo que no te deja ni hablar; yo, cuando tengo mucho calor es que no me quedan ganas ni de hablar, y eso es muy raro en mí».
Esta convencida de que este espectáculo de Alquibla Teatro, realizado en coproducción con el TCM, que dirige César Oliva, «le va a gustar mucho a la gente. Creo que el público se lo va a pasar muy bien, porque Antonio Saura ha hecho un trabajo maravilloso y corre una energía muy fuerte, encima del escenario, que seguro que se contagia al público». Está dispuesta, desde ese escenario del que habla, a comerse el mundo ardiendo en llamas. «La única vez que pasé un poco de vergüenza, desde que decidí estudiar Arte Dramático, fue cuando me tuve que poner una nariz de payaso. ¡Me salió un poco el 'espíritu' de funcionaria y de mujer de un exdelegado de Hacienda que llevo dentro! (Risas). Pensé: '¡Madre mía si me vieran en Soria!'».
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