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FERNANDO BERMÚDEZ LÓPEZ
Lunes, 17 de octubre 2011, 03:17
Vivimos en la era de la globalización neoliberal, un sistema que gira en torno al mercado. Este sistema ha configurado una manera de pensar y una determinada cosmovisión. Ha creado una corriente de idolatrización de la economía. Toda la actividad humana está en función de la misma. Valora a la persona no por lo que es en sí misma sino por su capacidad de competitividad, de producción y consumo, de compra y venta. De esta manera convierte al ser humano en una pieza del engranaje del sistema y en un objeto al servicio del mismo.
En este modelo socioeconómico un sector minoritario acapara cada vez más la riqueza del planeta. Según Noam Chonski, 260 familias acaparan el 80% de la riqueza del planeta. Sin embargo, las condiciones de vida de las grandes mayorías de la humanidad son cada día más dramáticas: crece la pobreza, el hambre, la mortalidad infantil, las migraciones del sur hacia el norte Se agudizan las crisis económicas, no sólo en España sino en casi todos los países. Nunca como hoy ha habido tanta riqueza en el mundo y, sin embargo, aumenta el número de desempleados y de hambrientos tanto en el norte como en el sur.
Los criterios de este sistema, conocido también como de pensamiento único, son la ambición económica, la competitividad salvaje, la privatización de los servicios públicos, el libre mercado y la especulación. Sus expresiones más visibles son el consumismo descontrolado, el materialismo, el narcisismo, el hedonismo, la superficialidad y la creciente falta de sentido de la vida. El individualismo y egocentrismo se imponen sobre la solidaridad; la discriminación y el racismo sobre la fraternidad; el armamentismo y la guerra sobre la paz; el desarrollo salvaje sobre el desarrollo sostenible y humano; la llegada del 'fin de la historia' y la desesperanza sobre la utopía de un mundo distinto, más humano. La degradación de valores ha forjado el principio de que «todo lo que puede hacerse debe hacerse», sin ninguna orientación ética y moral.
Hemos entrado en una espiral deshumanizante, carente de ética y de espiritualidad lo cual está llevando a la humanidad a un desequilibrio, generando una crisis de humanidad que se manifiesta no solo en lo económico, sino también en otras dimensiones: climática, energética, social, alimentaria
Es aquí donde surge la apremiante necesidad de reconstruir la espiritualidad para impregnar la realidad histórica de espíritu, transformarla y humanizarla. Para ser creyente hoy, en un mundo globalizado por el neoliberalismo, es necesaria una sólida espiritualidad. Sin espiritualidad no hay posibilidad de un futuro esperanzador. La espiritualidad es el alma de la vida, raíz y fuente de inspiración para el buen vivir, como «aquello que produce en el ser humano una transformación interior».
El hombre y mujer de espíritu están atentos a la realidad histórica. Viven con actitud de permanente vigilancia. Observan y analizan, a la luz de la fe, lo que acontece a su alrededor con un espíritu contemplativo, para darle sentido a sus vidas y a la historia.
Corremos el riesgo de vivir la vida superficialmente, atrapados por el materialismo neoliberal, preocupados tan solo por el tener, el poder y la búsqueda del máximo placer, no importando el crecimiento humano-espiritual ni el sufrimiento de multitud de hombres y mujeres.
Hoy más que nunca necesitamos tomar conciencia del momento histórico que vivimos, dónde estamos, a dónde queremos ir y cómo queremos vivir. Necesitamos liberarnos del sistema de destrucción y muerte que se nos ha impuesto, para recuperar el sentido de la vida y de la historia. Necesitamos descubrir y trazar un camino nuevo, más limpio, más feliz, más esperanzador y espiritual. Urge ver y vivir la vida sin ambición de lucro y de poder, y reconstruir el espíritu de justicia, solidaridad, ternura y gratuidad contemplativa. Jesús dijo que no está hecho el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre, lo que equivale a decir: no está hecho el hombre para la producción y para el mercado sino la producción y el mercado para el hombre. El ser humano, como señala también la doctrina social de la Iglesia, es el centro de toda actividad social y económica.
Urge retornar a las fuentes de nuestra fe y emprender un cambio de conciencia y una profunda transformación interior que dé sentido a la vida, anime la esperanza en la utopía del reino de Dios y dé fortaleza a la lucha por un mundo nuevo, alternativo.
La espiritualidad, por lo tanto, lejos de evadirnos de la realidad social, económica y política, se presenta como una alternativa ético-profética de renovación y de cambio personal y social. Así lo expreso en el libro 'Espiritualidad en un mundo globalizado', recientemente publicado por la editorial San Pablo, el cual busca ser una modesta aportación a la reconstrucción de la espiritualidad y de la ética en el corazón de la sociedad.
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