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PEPA GARCÍA, FOTOS: GUILLERMO CARRIÓN pegarcia@laverdad.es
Viernes, 10 de junio 2011, 18:22
El Mar Menor es un espacio único en Europa (es la laguna salada más grande del viejo continente con sus 180 km2) que en las últimas décadas ha sufrido mucho por la presión humana en el entorno. Pese a estar protegida por muchísimas figuras (Espacio Natural Protegido, LIC, ZEPA, Humedal de Importancia Internacional Ramsar o Zona Especialmente Protegida de Importancia Internacional) y aunar numerosos valores ambientales y naturales, la degradación de este privilegiado entorno natural continúa. Formado entre hace 10 y 7 millones de años, a partir de una gran bahía natural abierta al Mediterráneo, no fue un mar cerrado -está conectado al Mediterráneo por varios canales en la zona del Estacio y La Encañizada- hasta hace menos de un milenio, cuando terminó de formarse la barrera natural de arena que es La Manga (22 kilómetros de tierra de entre 100 y 80 metros de anchura) y que tiene acceso al Mar Mediterráneo, con la maravillosa isla Grosa al frente, y al Mar Menor.
Desde el fondo del mar
Precisamente las islas marmenorenses -isla Mayor o isla del Barón, isla Perdiguera, isla del Ciervo, isla del Sujeto y Rondella o Redonda, todas ellas Paisaje Protegido- son fruto de afloramientos volcánicos submarinos que hicieron emerger la tierra por encima del nivel del mar. Hoy, estos espacios se han convertido en una reserva de aves de gran importancia, así como en hábitat de especies vegetales, como el bosque de palmito que domina la isla del Barón.
Lugar ideal para la práctica de los deportes náuticos, conocer este 'mar interior' es posible de distintas maneras, desde recorridos a pie o en bicicleta a lo largo y ancho de todo su litoral -tiene 73 kilómetros de costa pertenecientes a los municipios de San Javier, San Pedro del Pinatar, Los Alcázares y Cartagena- a surcar sus aguas a bordo de embarcaciones de vela, las menos dañinas para los ecosistemas que alberga.
Esta última opción es la que les proponemos. Si dominan el arte de la navegación, no tienen más que hacerse con un barco e iniciar la travesía. Si no, pueden acudir a alguna de las decenas de escuelas de vela que se ubican en el Mar Menor para aprender en este lugar ideal por la casi total ausencia de olas y por la seguridad que aporta el hecho de estar rodeado de costa; o alquilar un barco con patrón que les lleve de travesía. Así hicimos nosotros. Salimos del Puerto de Tomás Maestre en el 'Yaquestay 2', uno de los veleros que alquila la empresa Yaquestay, con Rafa de patrón y guía.
Aunque el Mar Menor era un plato a primera hora de la mañana, enseguida se movió viento y pudimos desplegar las velas en dirección a La Encañizada, la última de estas explotaciones tradicionales de pesquería que queda en funcionamiento en Europa y junto a la que se sitúan los canales que conectan este mar interior con el Mediterráneo.
La última encañizada
Desde el barco se aprecia en el horizonte la línea de tierra que se extiende desde el Molino de Quitín hasta la misma encañizada, un perfil casi a ras de agua que tan sólo rompen los postes de electricidad, las dos casas de la encañizada, las hirientes y blancas montañas de sal de las Salinas de San Pedro y sus molinos. Nos encontramos en territorio pinatarense, con los palos de los barcos que descansan en el puerto deportivo de San Pedro del Pinatar de fondo.
Siguiendo la curva que describe la laguna nos encontramos ante el puerto de Lo Pagán, lleno de barcos pesqueros, con la lonja como destino final, la Casa del Mar, el Instituto Oceanográfico y las nuevas instalaciones para la práctica de deportes náuticos de Lo Pagán, aún funcionando a bajo rendimiento. Es en esta zona donde se aprecia que la costa marmenorense está superpoblada. Se suceden las hileras de casas, los edificios de más o menos altura..., pero sobre todo, se descubre la peculiaridad de los balnearios, que han dotado de su particular idiosincrasia a esta parte de la costa murciana y que hoy se encuentran en peligro de desaparecer por la estricta aplicación de la Ley de Costas. Escuelas de vela, museos, pescaderías o simplemente plataformas para tomar el sol y disfrutar de un inigualable baño son los diferentes usos que se dan a estas construcciones de madera surgidas, como mínimo, a finales del siglo XIX.
Le siguen las kilométricas playas de La Ribera, con la inconfundible silueta de su Club Náutico, los barcos fondeados en la laguna y con las pescaderías ya en la playa; y las privilegiadas, por su ubicación, instalaciones militares de San Javier. Los humedales y salinas que circundan el Mar Menor y el monte de El Carmolí, también de origen volcánico, así como el Cabezo Gordo, habitado desde hace decenas de miles de años por los homínidos y, a lo lejos, la Sierra Minera, se pueden admirar en todo su esplendor desde el mar, a bordo de un velero de 12 metros cuyas velas cazan el viento sin problema.
Un paraíso en alquiler
En la zona sur de la laguna, donde a mediodía de una jornada ventosa se prodigan las cometas de quienes practican kitesurf sobre sus tablas dando colorido al impresionante azul del cielo, pueden disfrutar de las islas. La Mayor o del Barón alberga en su superficie un palacio y una torre neomudéjar construidos a finales del siglo XIX por el barón de Benifayó, sobre uno de los volcanes que dieron origen a la isla. El barón, condenado a permanecer en esta porción de tierra de casi 10 km2 por matar en duelo a Diego de Castañeda, quedó cautivado por la belleza de esta ínsula. Tanto que cuando acabó su cautiverio la compró para quedarse para siempre en ella. Hoy propiedad de la familia Figueroa, cuenta con un par de edificaciones de tiempos recientes y se alquila por 12.000 euros a la semana para alojar a 10 huéspedes en la torre, con habitaciones circulares. Un paraíso del relax de alto 'standing' que se puede encontrar en la web Vladi Private Islands. Además, a esta extensión de tierra surgida del fondo del mar se le atribuye la leyenda de la princesa rusa, una joven con la que el barón se casó (con el beneplácito de su familia) pero que nunca logró conquistar su amor. Dice la leyenda que el barón, harto de intentar conquistarla, acabó matándola y enterrándola. Y, aún hoy, los pescadores cuentan que la joven princesa rusa se aparece al atardecer para bañarse en el mar, donde su figura se desvanece. En esta isla no se puede desembarcar, al ser propiedad privada, pero sí se puede rodear, excepto por su extremo este -un emisario a dos metros de profundidad impide a los barcos circundarla por completo-, para observar sus bellas calas, su vegetación y las aves que la habitan.
La isla Perdiguera, que hasta hace poco contaba con embarcaderos y chiringuitos para comer, hoy es menos frecuentada, pero se puede fondear en sus inmediaciones y acercarse a nado a tierra para recorrerla y disfrutar de sus playas, la más grande es la que conforma el tómbolo que la une con la isla Espartera. Al fondo y pegadas a La Manga, se aprecian la isla del Ciervo, hasta 2004 accesible desde tierra, y la Rondella o Redonda, muy plana y con forma de tortuga.
Un recorrido por el Mar Menor a bordo de un velero es una placentera experiencia a la que se puede sumar un inmejorable baño, el avistamiento de aves, un aperitivo mecido por las olas y una refrescante siesta veraniega climatizada por la brisa marina. ¡Qué más se puede pedir para conocer este mágico rincón de la Región! Eso sí, sean conscientes que su fragilidad exige un comportamiento intachable para no perjudicar aún más este espacio natural de valores excepcionales. Además, si no conoce la gastronomía de la zona, no dude en aprovechar su visita para comer en algunos de los muchos y buenos restaurantes que pueblan la zona.
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