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Eduardo Balanza, ayer, en su discoteca de discos difuntos: 3.000 plásticos de música decadente. :: VICENTE VICÉNS / AGM
El club de los vinilos muertos
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El club de los vinilos muertos

El 'empaquetador de conceptos' Eduardo Balanza participa en el área artística del Estrella Levante SOS 4.8

GONTZAL DÍEZ

Viernes, 6 de mayo 2011, 18:48

Dobla por aquí, dobla por allá, corta, pega, construye. Eduardo Balanza (Murcia, 1971), empaquetador de ideas, 'cartonero' de conceptos, es el último e imprescindible 'fichaje' musical del SOS Arte, al mando de la batuta de David Barro. Artista inquieto y siempre inquietante, que montó una impresionante discoteca de cartón en el quinto ciclo de La Conservera de Ceutí ('Remixes. Arqueología de las pistas de baile'), y que no podía faltar en una edición dedicada a la cultura dance, las discotecas y el baile. «Mi obra versa siempre sobre apropiaciones, falsificaciones, sucesos históricos, propaganda, música, iconos, identidad colectiva, economía y religión... El alma humana en ebullición», asegura Balanza.

Así que se ha puesto en movimiento y ha ideado una extraña discoteca para camaleones decadentes o cementerio de melómanos desmemoriados. 'Música muerta' se llama esta propuesta de club de vinilos difuntos. «Una invitación a escuchar música que está totalmente obsoleta y pasada de moda: bakalao, música disco desfasada, folk alemán, solistas olvidados de los 70, terribles versiones orquestales de música rock muy difíciles de escuchar, coros tiroleses, la banda sonora de Heidi; 'música casposa' es su mejor definición&hellip», argumenta Balanza.

Unos 3.000 vinilos que el espectador puede pinchar, escuchar, incluso pisar y robar, en un reproductor mono de los años 60-70 con dos altavoces, una especie de 'picú' de los de toda la vida. «Me interesa la improvisación. Es -explica- una reflexión sobre esa necesidad que tenemos de escuchar permanente e infatigablemente música desde el invento de los 'walkman'. El gran negocio de la música nos crea un gran desasosiego falaz. Oímos mucho y no escuchamos nada, vivimos rodeados de sonidos pero no prestamos atención ni a ellos ni a casi nada».

«Ahora se pueden llevar 3.000 vinilos en el bolsillo y esta instalación trata de ser también una reflexión sobre la actual escala de las cosas, sobre cómo se comprime todo y, a la vez, se sobredimensiona su valor. Quizá se trate de un problema de cantidad y espacio. Hace 30 años para lo que cabe en un bolsillo necesitabas una habitación entera, pero escuchabas la música que tenías, ahora la mayoría no escucha lo que lleva en el bolsillo», recalca.

¿Una época con demasiado ruido, con demasiadas interferencias? «John Cage ya decía en 'Escritos al oído' que el 80% de lo que escuchamos son ruidos, pero estamos acostumbrados a ello, no hay ningún drama en el ruido», argumenta.

«Hay música en los autobuses, en los bares, en las peluquerías, en las salas de espera de los dentistas... el mundo está sonorizado; quizá sea una estrategia para evitar que nos concentremos en lo que realmente nos importa; pero quizá tan sólo se trate de una moda. Yo he rescatado esa música imposible que ya nadie quiere escuchar». Su próximo proyecto será también musical y está relacionado con las viejas cintas de casete, en cartón y de tamaño gigantesco con cajas de metacrilato y con el diseño personalizado de esas cajas. «Es sólo un proyecto muy incipiente y sin financiación», matiza. Acaba de llegar de la Semana de la Literatura de Avilés, donde ha ofrecido otra de sus sesiones de Radio Cobra, emisora ficticia en directo con participación del público. En esta ocasión sobre 'música zombie' y con el título de 'De Lázaro a Michael Jackson'. «Quizá entre ambos personajes se cierre una era y un ciclo. Lázaro es el primer zombie acreditado de la historia», subraya.

Y el baile continúa.

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