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La radiactividad también cura
Cultura

La radiactividad también cura

La radiación controlada se utiliza en medicina desde hace más de un siglo

FERMÍN APEZTEGUIA

Domingo, 3 de abril 2011, 14:02

Siete y media de la mañana en el Instituto Oncológico de San Sebastián. Más de 300 profesionales trabajan en el centro de la capital guipuzcoana, considerado una referencia en España en la prevención, diagnóstico y tratamiento del cáncer. A esa hora temprana, como cada día, un equipo del servicio de Física y Protección Radiológica revisa la maquinaria más potente de las instalaciones siguiendo el escrupuloso protocolo establecido por la ley. No son una excepción. Todos los hospitales y centros sanitarios con servicios de radiología tienen que hacerlo exactamente igual, con el mismo rigor y nivel de detalle.

El primero en encenderse es el acelerador lineal. Luego el equipo de tomografía, que requiere una puesta a punto de dos horas. Uno tras otro van mirándose todos y cada uno de los dispositivos. El trabajo es delicado. Los especialistas tienen que medirlo todo. El ángulo del campo de irradiación, la potencia de sus rayos, la velocidad a la que se desplaza la mesa sobre la que se situarán los pacientes, el engrase de la máquina, las dosis.

«La seguridad es total, no sólo porque lo establece la ley, sino porque la radiación es algo que da mucho miedo a los pacientes. Es lógico: si te equivocas con la dosis, no hay marcha atrás», explica el especialista Jesús Rosa. «La radiación que te metes, se queda en ti». El experto, jefe del servicio de Radioterapia del centro, explica con detalle las claves de la especialidad médica que cuenta con mayores controles de seguridad y vigilancia, comparables tan sólo con los que se practican en la aviación civil.

Las inspecciones no se limitan al examen de rutina que se efectúa cada día. Las máquinas tienen fijado un calendario trimestral de paradas técnicas, que permite verificar el buen funcionamiento de los dispositivos. Después, una vez al año, se realiza una puesta a punto general. Los registros obtenidos en cada una de esas pruebas se anotan y guardan debidamente en ficheros que el Consejo Nacional de Seguridad Nuclear audita anualmente. Los exámenes siempre han sido exhaustivos, pero desde diciembre de 1990 lo son aún más.

Accidente en Zaragoza

El incumplimiento de normas básicas de la legislación nuclear provocó entonces el mayor accidente conocido en la historia de la medicina nuclear. El siniestro tuvo lugar muy cerca, en la Unidad de Radiología del hospital Clínico de Zaragoza. Entre los días 1 y 20 de aquel diciembre, la potencia de la unidad de aceleración de electrones se averió y comenzó a emitir radiaciones descontroladas, a un nivel bastante más alto de lo saludable.

La sobredosis de energía llevó a algunos pacientes a padecer quemaduras en la piel en un primer momento y lesiones más graves después, como inflamación de órganos internos y de la médula ósea. Oficialmente, el exceso de radiación mató a once personas y provocó heridas de distinta consideración a casi una treintena. Como era previsible, el accidente sirvió para endurecer la normativa de seguridad.

Veinte años después, los equipos han mejorado no sólo en calidad sino también en sistemas de protección al enfermo. «Los avances han venido, sobre todo, gracias al desarrollo de la informática, que garantiza un mejor control del paciente. El tratamiento que puede recibirse hoy no tiene nada que ver con lo que se venía haciendo hasta los años ochenta», relata el especialista. «¡Qué duda cabe de que la radiación pueden ser buena para la salud!», concluye: «Depende del uso que se haga de ella».

El presidente de la Sociedad Española de Radiología Médica, Eduardo Fraile, corrobora sus palabras. «Los pacientes pueden tener la tranquilidad de que el equipo médico que les asista les aplicará siempre un tratamiento personalizado, ajustado a sus necesidades físicas y terapéuticas y que será, por tanto, el más beneficioso para su salud». Las radiaciones que se emplean, tanto para el diagnóstico como para el tratamiento de enfermedades, son variadas, pero tienen todas una característica común: «No tienen nada que ver con las que emanan de la central de Fukushima».

El 80% de los tratamientos que se administran hoy en un servicio de radioterapia se aplican a través de aceleradores lineales, unas potentísimas máquinas que emiten fotones y electrones directamente sobre la zona tumoral. En realidad, no son más que rayos equis de una intensidad tan alta que son capaces de matar las células cancerosas y evitar su crecimiento y multiplicación descontrolada. Se trata, por tanto, de las mismas radiaciones que utiliza un dentista para obtener la radiografía de una muela, pero lanzadas en una cantidad e intensidad muchísimo mayores.

Algunos servicios, los menos, todavía emplean las viejas bombas de cobalto que los precedieron, más peligrosas, aunque prácticamente en desuso. El riesgo de estos aparatos es bastante mayor. Según detalla la directora del Instituto Oncológico, María Jesús Mitxelena, el cobalto que utilizan es un material radiactivo «puro» y emite una irradiación continua, imposible de regular en intensidad. «Tenían un haz que podías abrir y cerrar como si fuera un grifo de agua. El problema es que la pastilla de cobalto de su interior seguía emitiendo radiaciones hasta agotarse, independientemente de que el equipo estuviese encendido o apagado. Alguna queda, pero son máquinas a extinguir», explica.

Células sanas y malignas

Las radiaciones se miden en sieverts, unidad que recibe su nombre del físico sueco Rolf Sievert, que estudió los efectos de las emisiones ionizantes en los seres vivos. Según detalla la revista 'New Scientist', el límite internacional de consumo al año es de 1 milisievert por encima del que se absorbe de manera natural, que es de 2,5. La radiografía del dentista, o la que le hacen a uno cuando se rompe un brazo, arroja sobre el paciente sólo una centésima. Y tiene que ser así, porque la exposición a un sievert de radiación, de manera constante, puede causar hemorragias y la muerte en el plazo de dos meses.

Cuando termina el tratamiento de radioterapia, un paciente de cáncer puede haber recibido bastante más, hasta 40 sieverts. La situación, sin embargo, no es comparable con la que se vive en un accidente nuclear. «Los efectos para la salud dependen de la cantidad de radiación y del volumen de cuerpo que se vea afectado», detalla el especialista Jesús Rosa. Las dosis terapéuticas se distribuyen a lo largo de un ciclo de cuatro a seis semanas y se centran exclusivamente en una zona concreta, el área afectada por el cáncer.

Las células sanas reciben una dosis aproximada de 1 sievert al día. No les pasa nada. De una a otra sesión, tienen tiempo de recuperarse. Las malignas, en cambio, son castigadas con una dosis mayor y no logran reponerse. «Es una técnica tan evolucionada que el 40% de los cánceres se superan ya sólo con radioterapia», concluye el experto. Aun así, queda margen de mejora. «En el futuro -dice-, las terapias serán más eficaces y se evitarán efectos secundarios no deseados». El camino ya está abierto.

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