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Aspecto de la A-30 a su entrada en la ciudad de Murcia, ayer por la tarde. :: GUILLERMO CARRIÓN / AGM
33 minutos más para ahorrar 1,57 euros
REPORTAJE

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'La Verdad' comprueba en un viaje a Madrid la efectividad de la bajada de la velocidad máxima en las autovías

DANIEL VIDAL dvidal@laverdad.es

Martes, 8 de marzo 2011, 15:07

Ha sido la primera vez en mi vida que temía la llegada de una recta. Salir de una serie de amplias curvas a 110km/h y enfilar 'tó tieso' un interminable trayecto de asfalto a la misma velocidad, una larguísima recta con muchos camiones en el horizonte a los que nunca das alcance, puede provocar diferentes sensaciones al volante en personas de toda condición. Desesperación, intranquilidad, ansiedad, incomodidad en el asiento, frustración, 'tics' en un ojo o ganas de contemplar el paisaje como nunca lo había hecho a bordo de un vehículo -mira, una oveja; mira, dos-. Hay hasta quienes se relajan y se sienten más tranquilos al volante viendo cómo florecen los almendros. El que suscribe pasó por todos esos estadios, pero el aburrimiento supino fue protagonista absoluto cuando llegaban las temidas rectas de Albacete. Haga la prueba. Hay para todos los gustos.

'La Verdad' quiso comprobar de primera mano cómo repercute en el bolsillo y en el depósito del combustible la nueva medida puesta en marcha por el Gobierno de la nación, y que entró en vigor ayer, de reducir la velocidad máxima en autovías y autopistas de 120km/h a 110 para ahorrar energía. Petróleo, vamos. El experimento era sencillo y con premio en el recreo. El domingo, último día en el que los conductores podían apurar el velocímetro hasta los ya añorados 120, pasé a buscar a mi compañero Raúl Hernández y nos pusimos en marcha hacia Madrid. Al día siguiente, ayer, había que volverse para Murcia a 110 para ver cuánto diésel ahorrábamos y, de paso, cuánto tiempo nos dejábamos por el camino. El domingo, después del café sagrado de la sobremesa, echamos las maletas en el Ford Focus TDCI 1.6 90 CV y pusimos los contadores a cero. Vamos a ver cómo sale la cosa.

El viaje a la capital del reino, cumpliendo escrupulosamente a 120 km/h gracias al control de velocidad de crucero, se hace relativamente tranquilo por la A-30 y posteriormente por la A-3, ambas muy despejadas. No nos libramos de miradas cortantes de ceja levantada cuando se nos ocurre invadir el carril izquierdo para lanzarnos a la aventura de adelantar a algún camión y nos pilla el toro por detrás en forma de Audi o Mercedes. La 'señora-copilota' nos mira peripuesta a instancias del caballero, que parece proferir 'noséqué'. Pues ya verán mañana, pienso. Llama la atención que casi todas las señales, por no decir todas, están cambiadas un día antes de la entrada en vigor de la medida. En los paneles luminosos se recuerda el inminente cambio de velocidad máxima y se pide la colaboración de los conductores. Sólo falta el 'por favor' para dar una sensación 100% pedigüeña. El coche va bien y el consumo que marca el ordenador de a bordo nos conciencia de que a 120 kilómetros por hora se hace un consumo muy respetable que baila alrededor de los 5 litros a los cien. Mucho más estarán gastando todos los que nos adelantan a 140 y 150, que son muchos a pesar de los avisos, las señales y los radares. El hombre es un animal de costumbres. Tras la pertinente parada cerca de Honrubia, donde la parroquia del bar de carretera parece que no presta atención a la polémica de la semana, llegamos a Madrid tres horas y 45 minutos después de la salida y sin encontrar mucho atasco en la entrada a la gran ciudad -tampoco hemos provocado ninguno-, lo que nos hace sentir unos afortunados. Siendo fieles a nuestros 120, el coche ha gastado 4,7 litros cada cien kilómetros para un trayecto de algo más de 400 kilómetros. 18,8 litros que, a 1,287 euros que nos ha costado cada litro de gasoil, nos sale una cuenta de 24,19 euros. No está mal.

Vamos al recreo. Dejamos las maletas en el hotel a eso de las diez de la noche y nos lanzamos a tomar unas tapas y unas cañas por el barrio madrileño de La Latina. Con el espíritu limpio y las necesidades básicas cubiertas, nos vamos a dormir para afrontar con fuerza el primer día que se baja la velocidad máxima desde la época de Franco.

Llegó el 'día de la tortuga'

Es gracioso el primer anuncio que escuchamos en la radio cuando ponemos en marcha el coche al día siguiente: «...consiga ahora su Porsche con unas condiciones excepcionales en su concesionario más cercano». Vaya momento de comprarse un Porsche y vaya condiciones 'excepcionales', sobre todo de velocidad. A 110 kilómetros por hora, como mucho se puede apurar la tercera marcha de un motor tan potente. Sus propietarios deben estar contentos hoy -por ayer-. Salimos a la M-30 con todos los parámetros del coche -utilitario, turismo, normalito- reseteados mientras observamos cómo los vehículos capitalinos circulan temerosos de esas espadas de Damocles que son los radares de la circunvalación madrileña. Un tráfico muy ordenadito, el de la M-30, que a estas horas de la mañana -las 9.30- se presenta sin mucha circulación para regocijo del conductor. Las cámaras de fotos sorpresa mandan en este territorio. Al coger la A-3, dirección Valencia, la cosa sigue igual. Todos respetando los límites. Nosotros nos empezamos a clavar en 110 km/h cuando se nos permite y parece que la gran mayoría de conductores a nuestro alrededor van al mismo ritmo. Un ritmo tipo 'tortuga' para gente acostumbrada a ir algo más 'ligera', pero sin infringir la ley. Cuando nos alejamos unos 50 kilómetros de Madrid, la cosa empieza a cambiar. La radio no deja de informar de la noticia del día. De las sanciones. De los radares. Uno que se queja. Otro que se queja más. El de más allá que defiende la medida. Vamos a cambiar de emisora cuando vemos por el retrovisor que un Mercedes MLK -de los todoterreno- viene dándole rápido con intención de adelantarnos. Rául sáca la videocámara para grabar. La conductora nos pasa pero, de repente, frena en seco y se pone a la derecha mientras no deja de mirarnos por los espejos retrovisores. Raúl no deja de darle al 'rec'. O se ha pensado que somos guardias civiles y la vamos a 'cazar' o nos quiere parar para algo, pero la hemos dicho de todo menos bonita porque nos ha hecho reducir la velocidad hasta 100 km/h. Si hubiéramos sido miembros de la Benemérita, otro gallo hubiera cantado, pero la adelantamos -sí, a 110- y nos colocamos delante otra vez. Y allí ha estado, detrás nuestro, casi 200 kilómetros. Cumpliendo la norma. Los que sí estaban 'sacando fotos' eran una pareja de agentes a bordo de un Peugeot a poco más de 100 km/h, que ha sido la única patrulla 'camuflada' de la Guardia Civil que esta pareja de periodistas ha logrado 'descubrir' en el viaje.

Tras la preceptiva parada en La Roda, en la que nos imbuímos de la 'mala leche' generalizada entre los conductores y la «responsabilidad» que emana de algún otro, continuamos el trayecto. Un trayecto que, por cierto, estaba plagado de obras. Tramos de carretera levantados cada pocos kilómetros en la zona de Cuenca y Albacete en los que los frenazos y los acelerones eran constantes y en los que la media de consumo amenazaba con dormir el sueño de los justos y arruinarnos el reportaje. «Las ovejas que entran por las que salen», pensaba más de una vez. En la vuelta a Murcia, los vehículos a los que hemos adelantado se cuentan con los dedos de una mano. Bueno, seamos justos. Contando autobuses, se cuentan con los dedos de las dos manos. De hecho, una de las situaciones más surrealistas del recorrido la vivimos al adelantar a un autocar que iba a un poco menos que nosotros. Quizá a 108, 109km/h. Fue la única vez en la que nos permitimos 'una ilegalidad', y nos pusimos a 115 km/h. Y encima con miedo de caer en un radar. Lo que hemos cambiado.

«Ha llegado a su destino», dice el GPS. La conclusión final, después de unas buenas dosis de tedio, es que bajar la velocidad de 120 a 110 km/h nos ha supuesto un ahorro de 0,3 litros a los cien kilómetros. En total, 1,22 litros para los 407 kilómetros del recorrido -hasta la entrada de Ronda Sur-. Algo más de 1,57 euros. Eso sí, hemos tardado 33 minutos más. ¿Cree que merece la pena?

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