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GARCÍA MARTÍNEZ
Lunes, 7 de marzo 2011, 03:17
Está de moda -y lo veo bien- referirse y preocuparse de las que se llaman 'enfermedades raras'. Son aquellas que afectan a las minorías y de las que se sabe poco. Algunas son muy jodidas, por molestas e incluso graves. Ya que los médicos andan metidos en faena, parece llegado el momento de que se investigue otra gravísima enfermedad, como es la que padecen los políticos. En este caso, la rareza no consiste en que la soportan muy contadas personas, sino a la esencia misma de la infección. Porque tenerla agarrada la tienen prácticamente todos los que se dedican a la profesión del 'servicio público'. (No olvidemos que a las 'pobres putitas', como las llamaba el inefable obispo Sanahuja, se les denomina por la autoridad 'mujeres públicas).
La enfermedad política es rara, más que nada porque no acaba uno de explicársela. Ese afán de vivir del cuento, de aquí me las den todas, de alabar al jefe -como en la puta mili- y hacer la pascua al inferior, de llorar y patalear si te echan de un cargo, de angustiarse hasta el desiderátum si no entras en la próxima lista, de prometer y no cumplir... Y, en ciertos casos (cada día más) de introducir la manaza en la caja registradora.
Lo de Camps, que es impresentable (y encima presumiendo de no haberlo cesado), lo de Rubalcaba con la cosa del faisán, lo de los EREs en Andalucía, el supuesto (o no tan supuesto) latrocinio en el partido ese de Mallorca, que se ha tenido que disolver, o lo del diputado murciano -un Morales de escasa moral- para quien pide el fiscal 28 años, pero sigue sentado en su escaño de la Asamblea Regional, cobrando (¿o no cobra?) y sin dar palo al agua. El sí puede aparcar bajo cubierto parlamentario, mientras que a los periodistas no nos dejan hacerlo ni en la puta calle.
De esto último tiene la culpa el presidente Celdrán, al que, sin embargo, no tenemos derecho a acusarlo de trincón. Que se muestre tan hierático no es delito. El hombre está haciendo allí su papel dentro de un orden y, quieras que no, justifica el sueldo. O sea que no cabe comparanza. Todo esto que cuento, excepto lo de Celdrán, resulta indicativo de que existe la 'enfermedad de la política'. Y que, hoy por hoy, no tenemos investigador que nos ladre sobre cómo curar ese particular.
Y así nos va.
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