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LUNES DE MÚSICA

El 'neoclásico' Martinu

El compositor checo del siglo XX escribió una música, que, siendo totalmente de su época, suena como la música de siempre

ANTONIO DÍAZ BAUTISTA

Lunes, 7 de marzo 2011, 03:23

No es habitual nacer en la torre de una pequeña iglesia centroeuropea, en medio de un bosque, como le sucedió a Bohuslav Martinu, en 1890. Su padre, que era zapatero, trabajaba como vigilante de la iglesia de Policka, una pequeña localidad checa y se conoce que la familia se alojaba en la torre. Desde muy niño tocaba el violín y dio su primer concierto en su ciudad natal a los 15 años.

En 1906 ingresó en el Conservatorio de Praga, aunque, al poco tiempo, lo echaron por su carácter 'negligente'. Quizá su temperamento fuese más anárquico y rebelde que perezoso, ya que, durante los años posteriores, desarrolló una actividad muy intensa y compuso muchas obras. Terminó, por libre los estudios, consiguió un puesto como violinista en la Filarmónica Checa y dio lecciones de música.

En 1923 se trasladó a París, donde entró en contacto con las vanguardias musicales y el jazz, aunque nunca perdió su interés por las melodías populares checas. En 1941, atemorizado por la invasión alemana, huyó a los Estados Unidos.

Como otros grandes compositores, que se refugiaron en Norteamérica, por ejemplo Rachmaninof, su estancia en aquel país, estuvo marcada por sentimientos contradictorios. Fue bien acogido, obtuvo importantes encargos y se apartó de los trágicos avatares que sacudían Europa, pero nunca se adaptó bien al inglés, ni al ambiente estadounidense y sentía nostalgia por su tierra natal. Pero jamás regresó a su patria, porque la república checoslovaca se liberó de la dictadura nazi para caer en la, no menos ominosa, dominación soviética. Desde 1953 se estableció en Niza y Roma. Falleció en 1959, en una clínica de Suiza, a los 69 años.

Martinu fue un compositor extraordinariamente prolífico, con cerca de 400 obras. Entre las más conocidas están 'Epopeya de Gilgamesh' para coro; 'La revista de cocina', influida por el jazz; 'Memorial de Lídice', 6 sinfonías; conciertos para violonchelo, clavecín, violín, oboe y piano; las óperas 'Comedia en el puente' y 'La pasión griega', y abundantes obras de cámara.

Tras algunas experiencias vanguardistas, regresó a una línea más tradicional, la del neoclasicismo. Criticaba la obsesión por las novedades a cualquier precio y jamás ocultó su admiración por los grandes maestros.

Su música es asequible y de grata audición. Los atrevimientos, que no faltan, están siempre sabiamente insertados en un contexto sonoro, de gran refinamiento tímbrico, que al destinatario le suena a 'música de siempre'.

Este tradicionalismo innovador se aprecia muy especialmente en las composiciones para piano y orquesta, como los dos conciertos que recoge el compacto que hoy les propongo, grabado bajo la batuta del gran pianista Ashkenazy, últimamente reconvertido en director. En el nº 2, una de sus obras más conocidas, escrito en 1934 durante su etapa parisina, está muy presente el recuerdo de los grandes conciertos románticos. El Cuarto Concierto fue compuesto entre 1955 y 1956, tras su regreso a Europa, cuando el régimen comunista checo le prohibió la entrada al país. Según el autor, había querido que fuera un «concierto fantasía» y, por ello, le había puesto el subtítulo de 'Encantamiento', pues, decía que «la magia es el reino de la Música». La grabación se completa con la 'Obertura', compuesta en Niza, en 1930, un guiño al 'concerto grosso' barroco, y con un homenaje sonoro, escrito en 1955, tras un viaje a Arezzo, a los frescos de Piero della Francesca sobre la vida de San Francisco, en el que retorna, en cierto modo, al lenguaje impresionista que le cautivó al llegar a París.

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