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PEPA GARCÍA, FOTOS: GUILLERMO CARRIÓN pegarcia@laverdad.es
Viernes, 14 de enero 2011, 17:13
En plena Sierra de Carrascoy se encuentra el Majal Blanco, un Parque Forestal Municipal del Ayuntamiento de Murcia con poco más de 600 hectáreas en el que se conserva una estupenda zona boscosa, reserva de fauna, surcada por hasta cinco itinerarios de pequeño recorrido perfectamente señalizados. La mayoría comienzan junto a la plaza de las Moreras, donde se encuentra el punto de información del Aula de Naturaleza Majal Blanco (abre fines de semana y festivos de 9 a 14 horas) y donde puede recoger folletos con las rutas descritas. Pero si va entre semana o no tiene ganas de parar en la plaza, no se preocupe, no se perderá.
Un kilómetro y pico más adelante (por la carretera), encontrará el inicio de ruta del Camino de los Arejos (PR-1). Puede dejar el coche justo al lado e iniciar el gratificante paseo. La ruta, de unos 8 kilómetros, discurre por la umbría, por lo que es preferible que escoja un día soleado para realizarla.
El paseo, tranquilo y apto para caminantes que no sean atletas (aunque hay un tramo que desciende bruscamente y que el paso de las bicicletas ha empeorado), comienza con una subida. Enseguida le sorprenderá el contraste entre el panal de adosados que puebla Torreguil y la naturaleza en estado puro. A poco más de un kilómetro empezará a disfrutar de un bosque mixto en el que los pinos se alternan con las carrascas -casi ganan la partida al halepensis-, al principio de un tamaño más menudo para, algún kilómetro más adelante, dar paso a ejemplares adultos y de mayor porte que contribuyen al mantenimiento del suelo. Y durante todo el camino se aprecian los restos de madera que ha dejado la labor de clarear el bosque que se lleva a cabo en esta zona, un cuidado que, aparentemente, es constante.
Acebuches -olivos silvestres-, algarrobos y palmitos, enebros, espinos, lentisco, romero y tomillo se alternan con pinos y carrascas, aunque de los alcornoques -un pequeño reducto de la población que habitó la zona- no queda rastro visible durante la ruta: algún tocón seco que cuesta distinguir es lo único que se puede encontrar.
Especialmente atractivo es el paisaje en el collado de la Garganta, desde el que se ve el barranco de Los Cañones: respire hondo, deténgase y aprecie el espacio. Las lluvias recientes han reverdecido el musgo y los líquenes que alfombran la zona, una imagen que no deja de ser curiosa para los murcianos, poco acostumbrados a disfrutar de estas especies de flora en nuestros bosques. Incluso las ramas de los pinos están plagadas de líquenes.
En alguno de los tramos de la ruta, ascendente siempre en la primera mitad del recorrido, se pueden admirar enormes ejemplares de pinos piñoneros, así como algunos cipreses, cuyas piñas y piñones alimentan a ardillas y aves. Y también son visibles, por todas partes, las huellas de los numerosos jabalíes que pueblan este área forestal y que remueven la tierra en busca de alimento. Estas ricas tierras arcillosas también son el hábitat de zorros, aunque ni en la charca del camino encontramos sus huellas; de conejos que corretean y de perdices que alzan el vuelo en cuanto sienten compañía.
En el primer cruce de caminos, debe seguir la indicación del Cabezo del Alto y no la del Camino de los Arejos, y a unos pocos cientos de metros se encuentran otras señales en las que se indica el camino al Pico del Águila (un espléndido mirador) y el Cabezo del Alto, continúe por este último itinerario. Aunque antes de llegar al vértice geodésico puede continuar la ruta sin ascender hasta el citado cabezo, le recomiendo que no lo haga y que siga ascendiendo por la inclinada pendiente que le subirá hasta los 604 metros de altitud de la cima del cabezo, donde las vistas son impresionantes y un cartel le indica el nombre de cada una de las sierras y parajes que desde él se aprecian: el Cabezo Gordo, La Manga, Calblanque, la Sierra de La Unión, la de la Fausilla, La Muela, Peñas Blancas, la Sierra de las Moreras y de Almenara, la Sierra de Carrascoy, Sierra Espuña... Desde allí, una indicación marca dos rutas para llegar a Corvera y, si se aguza la vista o se lleva prismáticos, se puede ver hasta el mar, el futuro aeropuerto y algún que otro campo de golf.
Volviendo por donde ha subido, a 200 metros, otro panel informativo le marca el inicio de otra ruta que le lleva hasta las montañas del Valle atravesando el Puerto de la Cadena.
La ruta comienza ahora un descenso vertiginoso por una senda, en la que han tenido que instalar unos postes unidos por cuerdas para evitar que los caminantes derrapen demasiado rápido, pues las bicicletas han hecho un surco y removido la tierra y las piedras. Al final de esa bajada llegará hasta el lecho de la rambla de Sangonera, una garganta encajonada entre abruptas paredes unas veces y suaves laderas otras y, a menudo, bloqueada por enormes pinos caídos que es fácil sortear.
Seguir el curso de esta rambla, totalmente seca, es una delicia. Sus rocas de color violáceo aportan mayor colorido a un paisaje ya de por sí rico en tonalidades.
El recorrido pasa junto a las instalaciones valladas de una antigua mina de agua, La Pizarrosa, y hace un quiebro a la izquierda para abandonar la rambla de Sangonera y entrar de nuevo en territorio de carrascas y pinos por otra senda, también estrecha y protegida con cuerdas, por la que se llega, apenas un kilómetro más adelante, de nuevo al inicio del recorrido realizado.
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