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José Antonio Moreno nos explica las peculiaridades de la zona en el Molino de las Cuatro Ruedas. :: VICENTE VICENS / AGM
El camino de la vida
PLANES | LA RUTA

El camino de la vida

Recorrido junto a la acequia Aljufía para descubrir la belleza y los valores de una huerta amenazada

PEPA GARCÍA pegarcia@laverdad.es

Lunes, 29 de noviembre 2010, 14:16

La huerta de Murcia ha sido seña de identidad de la ciudad desde tiempos inmemoriales. Prueba de ello son las infraestructuras hidráulicas que irrigan las productivas tierras de la Vega del Segura, muchas de ellas remontan su origen al siglo IX -como la Contraparada- y corren un serio riesgo de perderse. Pero además, la huerta y sus acequias son fuente de vida y el pulmón verde de Murcia: hábitat de especies autóctonas y devorador de CO2.

Para dar a conocer unos valores únicos a los ciudadanos, José Antonio Moreno, presidente de Huermur (asociación dedicada a la defensa y conservación del patrimonio de la huerta de Murcia) nos acompaña en una ruta en bicicleta siguiendo el trazado de la acequia mayor Aljufía (s. X), una artería de agua que debemos a los habitantes árabes del Reino de Murcia, que abastecía a toda la ciudad y que hoy se hunde bajo el hormigón y el asfalto en la mayoría de sus tramos.

El recorrido empieza junto al río, alimento de todo el sistema de irrigación que convirtió Murcia en la Huerta de Europa, en el Paseo del Malecón. Un espacio lleno de vida y frecuentado por paseantes y cicloturistas, a cuyo fin les espera la acequia Aljufía de la que, cuenta José Antonio, la población no sólo se ha servido para tomar agua, sino que se utilizó como sistema defensivo, «como foso», e incluso «en el siglo XVIII el Cardenal Belluga la utilizó para inundar determinadas zonas que imposibilitasen o dificultasen el avance del enemigo».

Finalizado el corto pero agradable y seguro trayecto del Malecón, la ruta continúa siguiendo la carretera de La Ñora, con la Aljufía como guía y límite entre La Arboleja (queda a su izquierda) y La Albatalía (a su derecha). Antes de tomar la citada carretera, puede pararse a ver los restos del Molino del Amor, un molino de pimentón hoy semiderruido a cuya altura nacen otras dos arterias hidráulicas: las acequias Zaraiche y Caravija. En esa zona, ahora en plena urbanización, se encuentra la Casa Torre de Los Clérigos (s. XVIII), una de las construcciones tradicionales de la huerta murciana y una de las chimeneas industriales (Industrias Caravacas) que fueron declaradas BIC. Sin embargo, la planificación urbanística de ese entorno no ha tenido en cuenta las peculiaridades de ese espacio, que está perdiendo totalmente su identidad y se está quedando descontextualizada con el entubamiento de las acequias y la construcción de edificios que no respetan el entorno histórico.

En apenas dos kilómetros por la transitada e incómoda carretera de La Ñora (tengan precaución), tendrán también la oportunidad de ver el Molino de las Cuatro Ruedas. Otro antiguo molino pimentonero semiderruido, a cuyo alrededor se conservan varias casas del siglo XIX protegidas y dos antiguos puentes. Un lugar ideal para proyectar un centro de interpretación que prolongue la vida de la huerta y que preseve sus tradiciones, porque como nos dice Francisco Gallego, un huertano de Los Canalaos, «la huerta poco a poco se va a ir perdiendo».

Unos metros más adelante se encuentra el puente de Guadalupe, donde se conserva la tradición de construir un sistema de elevación del agua llamado rafa con el que los huertanos riegan sus tierras una vez al mes. Antes de llegar al Rincón de Beniscornia, el cicloturista deberá tomar, por el puente de Magaz, la vía amable 4 que el Ayuntamiento ha señalizado, un itinerario que, ahora sí, le adentra de lleno en la huerta, siguiendo (a la izquierda) el carril de los Silvestres.

Este carril le lleva de nuevo a la acequia Aljufía en un entorno idílico, Los Canalaos: los pájaros cantan, los patos nadan por la acequia, las fochas comunes se esconden cuando oyen el más mínimo ruido y las carpas nadan en las limpias aguas de la acequia. De vez en cuando, unos perros alertan a sus dueños de la cercanía de extraños y si curiosea en los quijeros (terrenos que bordean las acequias) descubrirán una mágica olmeda, un granado repleto de rojas y apetitosas granadas, un álamo plateado aquí, una morera centenaria allá. También es frecuente ver a los huertanos 'escardando' árboles o recogiendo frutos.

Algunos de los pequeños huertos por los que se pasa descubren el amor por la tierra de sus propietarios. Junto a cardos y habas, crecen floridos rosales en pleno otoño. Y, al fondo, se yergue poderoso el Monasterio de los Jerónimos. También se disfruta el espacio que ocupa el Molino Viejo de la Pólvora, que un accidente saltó por los aires en el siglo XVIII, y que sería un espacio ideal para darse un remojón. Al final del camino encontramos el Molino de Puxmarín o Los Casianos y la Casa del Molino, de estilo barroco popular.

El recorrido termina en la Rueda de La Ñora, cuyo deterioro ha obligado a retirar la rueda para sustituirla por una de nueva construcción.

El camino de regreso se realiza por la mota del río, un carril bici con mucha vida que ofrece espacios arbolados (lástima que no sean autóctonos) frecuentados por los murcianos en sus días libres. Se pueden ver aves y a vecinos pescando, y, para quien no lo conozca, un río que es un remanso de paz, en el que a ratos dan ganas de zambullirse.

Al llegar a La Arboleja, hay que coger una senda que lleva al carril de los Chornos, donde se encontrará de frente con el Ateneo Huertano Los Pájaros, un espacio ecléctico en el que este viernes se celebra la primera fase de un concurso de flamenco y en el que lo mismo puede comer que asitir a un recital de poesía, a una actuación de cantautores o visitar la exposición de 40 calabazas autóctonas que han montado con la Red Murciana de Semillas. Comida tradicional en un ambiente familiar rodeado de huertos y junto a una morera centenaria.

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