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Un momento de la representación de 'Donde comienza el día', el lunes en Molina. :: V. VICENS/AGM
Historias contadas al oído
CRÍTICA DE TEATRO

Historias contadas al oído

ANTONIO ARCO

Miércoles, 6 de octubre 2010, 02:54

Cinco espectadores están sentados, expectantes, en el interior de una blanca tienda de campaña-barca a la deriva. Silencio. Hay varios de esos pequeños y sencillos escenarios luminosos y extremadamente íntimos dispuestos en el espacio de la nueva sala recién inaugurada en el Teatro Villa de Molina -enhorabuena-. Cinco espectadores por tienda de campaña-quirófano para operaciones del alma. La propuesta, de los argentinos de la compañía Íntimo Teatro Itinerante, se llama 'Donde comienza el día' y apenas durará treinta minutos. Más que una representación es un suspiro -desesperantemente hermoso-, y más que una caricia -todo es muy triste, una torrencial lluvia de nítidas emociones por segundo- es un leve desgarro. Silencio.

Uno a uno, los actores van entrando al pequeño espacio en el que los cinco espectadores esperan que ocurra no se sabe qué, y van contando brevísimas historias -hay mucha soledad en todas ellas, hay dolor y miedo, y poesía y peticiones de socorro, y lágrimas congeladas y corazones abiertos en canal-, mientras te miran a los ojos con una fuerza abrumadora. Como si te conocieran de toda la vida, como si no te conocieran de nada, como si sólo tú existieras sobre la Tierra. La mirada se convierte en un arma poderosa que te deja sin armadura frente a los peligros del mundo: empezando por el peligro ácido que cada uno de nosotros somos. Te miran, te susurran prácticamente al oído, se escuchan las respiraciones, se palpan cada una de las emociones que fluyen contenidas, vergonzosas; tu cabeza empieza a funcionar: recuerda, añora, desea, se arrepiente, quiere huir, desea quedarse. Silencio.

Un actor detrás de otro...; van de un minúsculo escenario a otro contando historias que se hacen carne y sed. O te atrapan o te dejan frío. Son muy buenos intérpretes, y se creen de veras que están participando en un ritual sagrado y tremendamente efímero. Los textos son de Fernando Rubio, también el director de esta compañía de cómicos-poetas tan singular. «Estaba escuchándome y se me cayeron las lágrimas», te cuenta un actor cobijado en tu propia respiración. Una brevísima historia, y se va. Aparece otro actor, otra actriz, como llegados del cielo, como fantasmas, como náufragos...; parecen conocerte desde siempre, parece que te estaban esperando. Te emocionas. Silencio. Te cuentan: «Un señor algo mayor está solo. Tiene familia pero está solo. Cada tarde otro hombre va a visitarlo. Lo saluda, le deja algo de comer y se va. Así cada día...». Tú también te sientes solo.

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