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ROCÍO GONZÁLEZ
Miércoles, 14 de julio 2010, 12:16
«Brrrr, brrr...» Daniel, Souaya y desde hace unos meses también la hija de ambos, no escuchan más que este ruido en casa. Son las vibraciones que emite la panadería que hay situada en un bajo comercial en la barriada San Ginés, al lado del edificio donde residen. Según la ordenanza municipal, los comercios no pueden superar los 40 decibelios de día y los 30 de noche. Pero las mediciones de ruido avalan que esta panadería los supera.
Han pasado dos años y medio desde que Daniel Pando denunció por primera vez la situación al Ayuntamiento. Ha tenido que insistir siete veces más. Ha acudido a la Asamblea Regional y también al Defensor del Pueblo. Todos le dan la razón pero aún nadie ha hecho nada para solventar su problema. «Es como quien predica en el desierto. Conseguí reunirme con el concejal Isaías Camarzana. Me dijo que me daba toda la razón, que cómo podíamos vivir así. Que los informes de los técnicos decían que los niveles de ruido eran muy altos y que lo solucionarían. Aún estoy esperando», comenta Daniel visiblemente abatido.
Cuando Daniel y su mujer adquirieron la vivienda en 2007 desconocían que tendrían que vivir día y noche escuchando las vibraciones que emiten la amasadora, los compresores y demás maquinaria de la panadería de abajo. «La primera noche nos asustamos. No sabíamos qué eran esos ruidos. Hablamos con los vecinos y nos lo explicaron. Ellos ya se han acostumbrado y no quieren problemas, pero yo tengo una niña de seis meses que no puede dormir por la noche», explica Pando.
Le ha dado más de mil vueltas a la cabeza. «¿Cómo puede ser que esté demostrado con documentos que la panadería supera los decibelios permitidos y aún no se haya hecho nada?», se pregunta indignado Daniel. Sin embargo, uno de los responsables del comercio, niega todo lo que dice esta familia y lo que dice la documentación oficial que enseñan para avalar su malestar. «Nosotros tenemos todo en regla y cumplimos las normas», aseguran en la panificadora.
La familia Pando tendrá que aguantar los ruidos hasta que alguien tome cartas en el asunto.
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