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JUAN MASIÁ CLAVEL
Viernes, 2 de julio 2010, 03:38
Con noventa y siete años, todavía en este mundo, a pesar de mis achaques. ¡Qué raro seguir con vida!», comentaba en la última visita el 'jesuita sin papeles', convaleciente en la enfermería de la Compañía de Jesús en Alcalá de Henares. «Es que eres recio de nacimiento, José María». «No, esto solo tiene una explicación. ¿Sabéis por qué me deja Dios tanto tiempo en esta vida? Es que, de vez en cuando, yo digo algunas cosas que no coinciden con la opinión de las jerarquías eclesiásticas. Y como a Dios Nuestro Señor tampoco le gusta lo que dicen los obispos... pues, por lo visto, ha decidido dejarme más tiempo con vida para incordiarles».
En la madrugada de este 25 de junio se extinguió la vida terrena de José María Díez Alegría. Al recibir la noticia, no entonamos un 'Dies irae', ni un responso 'Libera me Domine', sino un 'Te Deum' de gratitud por la vida cumplida y consumada de este creyente utópico, pensador crítico y jesuita heredero del espíritu fronterizo de Ignacio de Loyola, que supo clamar evangélicamente sin dejarse silenciar por ningún fariseismo ni saduceismo, aunque provinieran de la misma plaza de san Pedro.
Entonamos hoy un 'Te Deum' de agradecimiento por su trayectoria humana y cristiana. Gracias por su magisterio en Alcalá y Roma; por su dedicación al Pozo del Tío Raimundo con el P. Llanos; por su animación de la Asociación Teológica Juan XXIII; por sus artículos y conversdaciones; por su testimonio de alegría evangélica, a pesar de todos los pesares.
Al recibir la noticia de su fallecimiento, me vino a la memoria un texto de Isaías y otro de Ortega. «Clama, decía el profeta, ne ceses de gritar a voz en cuello tu denuncia...» (Is 58,1). Buen emblema para un epitafio evocador de la voz profética de Díez Alegría.
Cuando Ortega escribió su artículo elegíaco 'En la muerte de Unamuno', publicado en el diario 'La Nación' el 4 de enero de 1937, dijo así el filósofo de la vida en su necrológica sobre el pensador de carne y hueso: «La voz de Unamuno sonaba sin parar en los ámbitos de España desde hace un cuarto de siglo. Al cesar para siempre, temo que padezca nuestro país una era de atroz silencio».
Hoy, en tiempo de silencios significativos y silenciamientos ominosos en el interior de la iglesia católica, aquellas palabras orteguianas se aplican al apagarse la voz de José María Díez Alegría.
'Yo creo en la esperanza', fue el lema del libro que le costó abandonar la Orden en 1972 para no poner en peor situación ante el Vaticano a su querido superior general, el P. Pedro Arrupe.
Rehabilitado, sin embargo, vivió en casa de la Compañía el resto de su vida. Treinta años después del polémico libro, celebra su noventa cumpleaños editando 'Yo todavía creo en la esperanza'. Son tiempos en que soplan vientos de reacción de marcha atrás en la cúpula de la Conferencia Episcopal española: silenciamiento de teólogos y teólogas en medio de un ambiente inquisitorial de caza de brujas por jerarquías eclesiásticas que no dudan, por otra parte, en adular a poderes financieros, ocultar escándalos intraeclesiales y apoyar políticas de ultraderecha. También hoy el profeta Amós gritaría: «Odio vuestro culto», indignado ante la religión anestesiada por el incienso y olvidada de la justicia.
Pero la negrura de los tiempos no nubla la capacidad utópica del teólogo que cambió la Gregoriana por Vallecas. Su proclama de la utopía conjugó siempre la denuncia del Bautista con el buen humor del Nazareno. Basta leer sus 'Rebajas teológicas de otoño', 'Teología en broma y en serio' o las páginas veraderamente testamentarias de 'Tomarse en serio a Dios, reírse de uno mismo'.
Con el fallecimiento de este gran teólogo, 'postconciliar ya desde los días preconciliares', se apaga una de las principales voces proféticas en la iglesia española actual, pero se enciende en lo alto de los cielos un nuevo lucero de esperanza, faro para quienes siguen caminando, aun en tiempos de involución, por la brecha de utopía alegre abierta por el buen humor de Jesús de Nazaret.
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