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GUILLERMO HERMIDA
Domingo, 6 de junio 2010, 14:44
Concéntrese: está usted volando. Bajo sus pies se extiende, a 800 metros, la superficie cristalina del Mar Menor. El viento le permite comprobar que no está soñando: va vestido, o al menos lleva unos extraños pantalones sobre un mono azul. La sensación acelera su respiración, que se ve entorpecida por una máscara unida a un casco. Obviamente, no vuela por iniciativa propia. Una masa de metal de 6 toneladas apodada 'Mirlo' -tal vez para obviar sus más de diez metros de envergadura- le rodea. No nota el viento azotando su rostro porque le rodea una cabina presurizada, pero si lo notara, le dolería. Algo al menos, ya que se desplaza a casi 600 kilómetros por hora.
El corazón se le dispara, pero lo que nota es sobre todo tensión en el cuello. Tal vez porque no pierde ojo de la punta del ala de otro avión igual al suyo, del que apenas le separa un metro. Casi no oye el estruendo de su motor, ni el de los otros seis aparatos que componen su formación, así que a través de los auriculares, la voz del líder le llega alta y clara: «Siete en cuña... ya. Humo... ya. ¡Tirando!»
Y vaya si tiran. Los siete aviones ejecutan un rizo perfecto, como si fueran un solo aparato, dejando dibujada sobre el cielo la estela de su recorrido. Es entonces cuando siente la gravedad multiplicada por cuatro -la 'fuerza G'- aplastarle contra el asiento y se pierden todas las referencias, excepto -siempre, siempre- la punta del ala del compañero.
Algo así, extendido durante 25 minutos, es lo que sienten los siete pilotos de la Patrulla Águila prácticamente a diario desde que en mayo comenzó su temporada de exhibiciones. Y lo que sienten los que los contemplan con los pies afianzados en tierra oscila entre la admiración por su pericia y la reverencia ante su destreza, con unas pizcas de temor y emoción. Así durante los últimos 25 años, un cuarto de siglo de historia que la unidad celebra este fin de semana en su casa, la Academia General del Aire de San Javier, y que culmina hoy -probablemente mientras usted lee estas líneas- con una nueva demostración sobre sus cielos.
Terminado el espectáculo, y mientras los espectadores vuelven a sus aperitivos o acuden a degustar suculentas paellas y calderos, los pilotos ejecutarán la 'toma a siete', una de las maniobras que sólo la Patrulla Águila realiza en todo el mundo. Los extraños pantalones que calzan -llamados zahones- hace tiempo que se han deshinchado, justo cuando la 'fuerza G' volvió a los niveles tolerables y ya no hacía falta que presionaran las piernas para enviar sangre a sus cerebros. Salen de sus C-101 -diseño y fabricación totalmente 'made in Spain'- y comentan el vuelo, especialmente esos pequeños detalles que al público se le han escapado, pero que hacen la diferencia entre lo bueno y la excelencia.
Y la Patrulla Águila debe encarnar ésta última, sobre todo por una cuestión de imagen, ya que pasean el nombre de nuestro Ejército del Aire por todo el mundo -de Estados Unidos a Dubai- y la propia ministra de Defensa, Carme Chacón, los calificó como los 'nadal' y 'gasol' de nuestros militares. Pero ¿a cambio de qué?
«Notamos el cariño del público sobre todo», comenta el comandante Bayardo Abós, su actual jefe. El cariño sí, porque en las cabinas, los aplausos y las interjecciones de sorpresa que arranca su programa no llegan. Abós combina en su cargo el honor de dirigir el escuadrón con un cierto toque de amargura: es el único que permanece en tierra durante el ejercicio. Pero su labor es clave y mantiene el contacto directo a través de la radio con el líder de la formación para avisarle de posibles modificaciones meteorológicas, tráficos inesperados -desde una bandada de pájaros a un avión civil en las cercanías- o para indicarle «cómo se está viendo lo que ellos hacen desde tierra».
Haciendo un símil futbolístico, Abós ejerce de entrenador. Es el más antiguo de los pilotos (este es su quinto año) y es el responsable del diseño de las tablas -auténticas coreografías perfectamente ensambladas- que ejecutan las 'águilas'. Además, representa a la patrulla en los actos institucionales y se encarga de la intendencia y el papeleo que genera. «La Patrulla Águila no deja de ser un escuadrón inscrito en la relación del Ejército del Aire, el 794º», explica el coronel Ortega, director de la Academia General del Aire, quien de todos modos no oculta su orgullo porque la unidad tenga su base en la escuela de pilotos de nuestras Fuerzas Armadas. «Son un ejemplo y un estímulo para nuestros alumnos», explica.
Y habla con conocimiento de causa. Pese a que desde mayo hasta normalmente el 12 de octubre, Día de la Hispanidad, la Patrulla Águila recorre España y el mundo ofreciendo una media de 12 exhibiciones, el resto del tiempo sus pilotos se suben a la tarima y actúan como profesores en la AGA. Algo así como si Fernando Alonso -por seguir el símil de la ministra- diera clases en una autoescuela en el hueco entre Montecarlo y Montmeló.
Porque llegar a profesor en la AGA y formar parte de la Patrulla Águila no es fácil. A lo largo de su historia, 82 pilotos -uno de ellos ha llegado a lucir las estrellas de general de División- pueden presumir de haber cosido en sus monos azules el escudo de la patrulla, en el que luce en un latín algo macarrónico su lema: Juncti sed, non uncti, cuya traducción aproximada es «juntos, pero no revueltos». Pero para lucirlo, hay que ganárselo.
Todos los pilotos del Ejército del Aire en el último cuarto de siglo han visto durante sus años de formación en San Javier volar a las 'águilas'. Muchos han querido ser parte del grupo, pero para ello han tenido que dejar la calidez de nuestra Región. Porque un teniente con el despacho aún sin enmarcar puede tener madera, pero le falta formación. «Todos somos voluntarios, pero se nos exige tener el curso de Caza y Ataque, además de un mínimo de horas de vuelo», explica el comandante César Piquer, un valenciano de 37 años que cumple su segundo año en la formación. Las horas que se exigen son 2.500 en reactor o 500 en los C-101. Piquer, que cumplió con creces los objetivos primero en los Northrop F-5 Tigre del Ala 23 y luego en los F-18 con base en Zaragoza, explica que todos los años suele haber vacantes, pero que «después de cumplir con todos los requisitos, hay que dar la talla allí arriba».
Precisamente el año de sus bodas de plata -«hay matrimonios que duran menos», bromea un 'águila' sin identificar y probablemente casado-, la patrulla se encontró con tres vacantes y un nuevo jefe. Y al cambio de 'entrenador' se sumó elproblema de formar a los tres nuevos miembros. Más que nada, porque aquí cada piloto tiene un lugar asignado y se especializa en él. Los cambios son muy improbables. «No es como en un equipo de fútbol, en el que puedes colocar a un central de delantero en un momento de urgencia», señala el comandante Abós. De hecho, unos problemas de espalda de Águila 5 provocaron que durante varias exhibiciones la patrulla sólo volara con seis aviones.
Si Abós es el 'entrenador', su extensión en la formación -el 'capitán'- es el líder, la punta de todas las formaciones y el que marca el rumbo. El actual es el comandante Alonso, un barcelonés de la misma promoción -la 46- que Abós y que se incorporó al equipo como piloto reserva -la patrulla cuenta con cuatro- en 2004. «Fíjate, ahora soy el más veterano», señala, mientras explica que ser líder «no es más complicado, aunque implica una mayor responsabilidad». Responsable de la geometría del vuelo, Alonso -al que alguna broma le cayó tras el símil de Chacón por compartir apellido con nuestro campeón automovilístico- sabe que es «el director de la orquesta».
Un escalofrío con el 'solo'
A su derecha e izquierda se sitúan los 'puntos', denominados Águila 2 y 3. Entre los 'puntos' y los 'pares', que cierran la formación, se sitúan dos puestos más, el 'perro' y el 'solo'. Éste último realiza parte de la exhibición en solitario, incluyendo la escalofriante maniobra 'velocidad cero', el momento en que indefectiblemente el público se estremece.
El 'solo' coloca en vertical su Aviojet y enfila hacia las estrellas, pero pronto su turbofán Garret sin postquemador empieza a perder empuje. El comandante Gutiérrez, un granadino de 35 años con más de 1.800 horas de vuelo, coloca entonces el motor al ralentí, pero abajo, la gente piensa que directamente se le ha parado. Máxime cuando el avión deja de subir, permanece un instante eterno como suspendido y entonces entra en pérdida y cae girando sin control. Pero todo está controlado. Gutiérrez da potencia otra vez (el motor es capaz de entregar 1.588 kilos de empuje) y luchando con la palanca de control y los timones recupera el control para enderezar el avión a pocos metros de la espejada superficie del Mar Menor.
El teniente coronel Guillén hace ya nueve años que dejó la patrulla -llegó a ser su jefe-, pero siempre será recordado por ser el primer 'solo' de la formación, entre 1986 y 1988. «Se creó un poco para dar continuidad a la exhibición y no hacer tan largos los periodos en los que el resto de aparatos retomaban la formación». Los 'solos' de la Patrulla Águila también son conocidos mundialmente por ser los únicos capaces de ejecutar el rizo invertido, otra de las maniobras que hacen especiales a nuestras 'águilas'.
La Águila es la tercera patrulla acrobática del Ejército del Aire y la segunda más antigua tras la PAPEA de paracaidismo, que se formó en 1978. Junto a la recientemente formada Aspa de helicópteros, conforma un verdadero tridente de relaciones públicas para nuestras Fuerzas Armadas y ha promovido no pocas vocaciones. Pero otra cosa que la hace especial es que es la única -por el momento- que cuenta con un club de fans oficioso: el Club Patrulla Águila. Pedro Marín se convirtió en su vicepresidente ayer -la presidenta es la barcelonesa Montserrat Bordonaba- y explica que la iniciativa «surgió hace 12 años, tras una exhibición en la base de Alcantarilla». Allí, ocho personas de Murcia, Alicante, Orihuela y Madrid formaron el núcleo del club, que ahora cuenta con 320 socios repartidos por todo el territorio nacional.
Se dedican a seguir a la patrulla por todas sus exhibiciones en territorio nacional y alguna escapada al extranjero. «Los propios miembros de la Águila nos llaman con cariño 'aerotrastornados', pero también nos cuidan y nos llaman 'pilotos de corazón'», explica Marín. El club compartió el viernes mesa con pilotos y personal de la AGA, y fueron de los primeros en probar el espectacular simulador de vuelo que recrea las sensaciones a bordo de uno de los 'culopollo' -así apoda el personal a los C-101 por el pronunciado hueco entre su corto motor y la deriva- de la AGA.
Más allá de los cientos de agradecimientos en forma de metopas, medallas y placas que pueblan sus vitrinas -la Patrulla Águila no cobra por sus exhibiciones-, su verdadero galardón es que en 25 años no haya ningún incidente digno de ser mencionado. Y eso que el C-101 no es un aparato exento de accidentes. Pero incluso hablar del riesgo que supone siempre el vuelo acrobático puede atraer la mala suerte, y el antídoto perfecto es el trabajo bien hecho. No extraña ver constantes avisos en las paredes de la escuadrilla con advertencias sobre el peligro del 'efecto espejo' al volar sobre el mar o de que un lápiz suelto puede provocar, ahí arriba, un problema más que serio.
Y es que detrás de los siete pilotos, los cuatro suplentes, el jefe y el apoyo de Relaciones Públicas, está también el personal de mantenimiento y abastecimiento y la Sección de Fotografía. Los mecánicos son también 'águilas' y suyo fue el primer regalo que recibió el escuadrón por su cumpleaños, un aguilucho de peluche aún sin 'bautizar' al que están fabricando un mono de vuelo. Si me permiten la sugerencia, yo lo llamaría 'Valor'.
¿Para cuándo una mujer?
El futuro de la Patrulla Águila se presenta despejado y con pocas dudas. «¿No vas a preguntar por las mujeres?», espetan al periodista. Llegarán un día a buen seguro, pero aún es pronto. De hecho, la primera fémina que logró el curso de Caza y Ataque, la alférez Rosa María García Malea, lo hizo en julio de 2007. Eso sí, apenas un año después, su compañera Rocío González, logró el número uno en el siguiente curso. Así que es cuestión de tiempo que una mujer se convierta en 'águila', al igual que la PAPEA ya cuenta desde hace años con mujeres paracaidistas de élite.
Otro tema que de vez en cuando surge en el horizonte de la patrulla es el inevitable cambio de aparato. Los C-101 volaron por vez primera en junio de 1977 y pese a los constantes 'liftings' en su aviónica y las revisiones -una cada 150 horas más una general al alcanzar las 1.800- están al borde de su vida operativa. Las opciones de renovación se han visto frenadas por el recorte presupuestario, pero serán inaplazables en el medio plazo. Entonces, con nuevos aviones, la patrulla afrontará la que sea tal vez la más profunda renovación de su historia. Eso sí, su principal valor, el capital humano, seguirá siendo el mejor. Felicidades a todos ellos.
Concéntrese: está usted volando. Bajo sus pies se extiende, a 800 metros, la superficie cristalina del Mar Menor. El viento le permite comprobar que no está soñando: va vestido, o al menos lleva unos extraños pantalones sobre un mono azul. La sensación acelera su respiración, que se ve entorpecida por una máscara unida a un casco. Obviamente, no vuela por iniciativa propia. Una masa de metal de 6 toneladas apodada 'Mirlo' -tal vez para obviar sus más de diez metros de envergadura- le rodea. No nota el viento azotando su rostro porque le rodea una cabina presurizada, pero si lo notara, le dolería. Algo al menos, ya que se desplaza a casi 600 kilómetros por hora.
El corazón se le dispara, pero lo que nota es sobre todo tensión en el cuello. Tal vez porque no pierde ojo de la punta del ala de otro avión igual al suyo, del que apenas le separa un metro. Casi no oye el estruendo de su motor, ni el de los otros seis aparatos que componen su formación, así que a través de los auriculares, la voz del líder le llega alta y clara: «Siete en cuña... ya. Humo... ya. ¡Tirando!»
Y vaya si tiran. Los siete aviones ejecutan un rizo perfecto, como si fueran un solo aparato, dejando dibujada sobre el cielo la estela de su recorrido. Es entonces cuando siente la gravedad multiplicada por cuatro -la 'fuerza G'- aplastarle contra el asiento y se pierden todas las referencias, excepto -siempre, siempre- la punta del ala del compañero.
Algo así, extendido durante 25 minutos, es lo que sienten los siete pilotos de la Patrulla Águila prácticamente a diario desde que en mayo comenzó su temporada de exhibiciones. Y lo que sienten los que los contemplan con los pies afianzados en tierra oscila entre la admiración por su pericia y la reverencia ante su destreza, con unas pizcas de temor y emoción. Así durante los últimos 25 años, un cuarto de siglo de historia que la unidad celebra este fin de semana en su casa, la Academia General del Aire de San Javier, y que culmina hoy -probablemente mientras usted lee estas líneas- con una nueva demostración sobre sus cielos.
Terminado el espectáculo, y mientras los espectadores vuelven a sus aperitivos o acuden a degustar suculentas paellas y calderos, los pilotos ejecutarán la 'toma a siete', una de las maniobras que sólo la Patrulla Águila realiza en todo el mundo. Los extraños pantalones que calzan -llamados zahones- hace tiempo que se han deshinchado, justo cuando la 'fuerza G' volvió a los niveles tolerables y ya no hacía falta que presionaran las piernas para enviar sangre a sus cerebros. Salen de sus C-101 -diseño y fabricación totalmente 'made in Spain'- y comentan el vuelo, especialmente esos pequeños detalles que al público se le han escapado, pero que hacen la diferencia entre lo bueno y la excelencia.
Y la Patrulla Águila debe encarnar ésta última, sobre todo por una cuestión de imagen, ya que pasean el nombre de nuestro Ejército del Aire por todo el mundo -de Estados Unidos a Dubai- y la propia ministra de Defensa, Carme Chacón, los calificó como los 'nadal' y 'gasol' de nuestros militares. Pero ¿a cambio de qué?
«Notamos el cariño del público sobre todo», comenta el comandante Bayardo Abós, su actual jefe. El cariño sí, porque en las cabinas, los aplausos y las interjecciones de sorpresa que arranca su programa no llegan. Abós combina en su cargo el honor de dirigir el escuadrón con un cierto toque de amargura: es el único que permanece en tierra durante el ejercicio. Pero su labor es clave y mantiene el contacto directo a través de la radio con el líder de la formación para avisarle de posibles modificaciones meteorológicas, tráficos inesperados -desde una bandada de pájaros a un avión civil en las cercanías- o para indicarle «cómo se está viendo lo que ellos hacen desde tierra».
Haciendo un símil futbolístico, Abós ejerce de entrenador. Es el más antiguo de los pilotos (este es su quinto año) y es el responsable del diseño de las tablas -auténticas coreografías perfectamente ensambladas- que ejecutan las 'águilas'. Además, representa a la patrulla en los actos institucionales y se encarga de la intendencia y el papeleo que genera. «La Patrulla Águila no deja de ser un escuadrón inscrito en la relación del Ejército del Aire, el 794º», explica el coronel Ortega, director de la Academia General del Aire, quien de todos modos no oculta su orgullo porque la unidad tenga su base en la escuela de pilotos de nuestras Fuerzas Armadas. «Son un ejemplo y un estímulo para nuestros alumnos», explica.
Y habla con conocimiento de causa. Pese a que desde mayo hasta normalmente el 12 de octubre, Día de la Hispanidad, la Patrulla Águila recorre España y el mundo ofreciendo una media de 12 exhibiciones, el resto del tiempo sus pilotos se suben a la tarima y actúan como profesores en la AGA. Algo así como si Fernando Alonso -por seguir el símil de la ministra- diera clases en una autoescuela en el hueco entre Montecarlo y Montmeló.
Porque llegar a profesor en la AGA y formar parte de la Patrulla Águila no es fácil. A lo largo de su historia, 82 pilotos -uno de ellos ha llegado a lucir las estrellas de general de División- pueden presumir de haber cosido en sus monos azules el escudo de la patrulla, en el que luce en un latín algo macarrónico su lema: , cuya traducción aproximada es «juntos, pero no revueltos». Pero para lucirlo, hay que ganárselo.
Todos los pilotos del Ejército del Aire en el último cuarto de siglo han visto durante sus años de formación en San Javier volar a las 'águilas'. Muchos han querido ser parte del grupo, pero para ello han tenido que dejar la calidez de nuestra Región. Porque un teniente con el despacho aún sin enmarcar puede tener madera, pero le falta formación. «Todos somos voluntarios, pero se nos exige tener el curso de Caza y Ataque, además de un mínimo de horas de vuelo», explica el comandante César Piquer, un valenciano de 37 años que cumple su segundo año en la formación.
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