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Quique Pina celebra el ascenso del Granada a Segunda. Bajo su brazo derecho, uno de sus hijos. :: ALFREDO AGUILAR
Pina, de profesión inventor de clubes
FÚTBOL

Pina, de profesión inventor de clubes

Su nuevo éxito no descubre, más bien confirma su destreza para moverse en los pantanos del fútbol mejor que nadie El creador del Ciudad acaba de vivir su cuarto ascenso tras reflotar al Granada

CÉSAR GARCÍA GRANERO

Miércoles, 26 de mayo 2010, 12:12

Posee una habilidad casi alquímica para sacarle el jugo a jugadores desconocidos y dicen de él que es el hombre que más sabe de fútbol en Murcia. Es Quique Pina, de profesión inventor de clubes. Acaba de vivir el cuarto ascenso de su vida con el Granada, un éxito que no descubre, más bien confirma su destreza para moverse en los pantanos del fútbol como nadie. Él lo tiene claro: «Hay que ser más pillo que los demás», dice. Ex jugador, su vida dio un vuelco el día que cambió el césped por el despacho, cuando una lesión en el Mérida guadañó su carrera como futbolista. Desde entonces, cosa rara en este mundo, ha sacado más veces el champán que el pañuelo: «Aquí hay que matar antes de que te maten», dice. Y así actúa. Vive del fuego del fútbol, pero no participa de su ardor. Suele ser más frío. O quizá no tanto. El domingo, cuando su equipo se jugaba el ascenso en Alcorcón, Pina no estaba en el palco, sino en el vestuario, el mismo donde el Madrid lloró el 4-0 de la Copa y donde Pina se encastilló en el segundo tiempo ante el cariz taquicárdico que tomaba el partido. Su concepto de este deporte es de todo menos romántico. Creó un club de la nada, el Ciudad, y lo llevó a las puertas del cielo. Poco después se convirtió en el primero en el fútbol español en venderlo a otra ciudad, Granada, por 19 millones. Demostraba así que los colores son transportables y que el fútbol, bien gestionado, te regala huevos de oro. Es justo en Granada donde entonces fracasó y ahora triunfa. Es Quique Pina, un hombre de extremos, que encrespa y gusta por igual. El domingo un aficionado del Granada lo resumió así en un foro: «A veces es prepotente, pero entiende de esto». Tiene olfato, pero no miramientos. Por eso lo quieren, por eso lo odian.

Fue al descanso cuando Pina abandonó el palco, la agitación del césped y el tumulto de alrededor para buscar la soledad del vestuario, donde los utilleros le decían lo que pasaba. Cuando entró, estaba en Segunda B; cuando salió, en Segunda. Su equipo acababa de lograr el ascenso y en el club, de forma semivelada, ya se dice que la Segunda es sólo un estado, no la meta: Pina quiere hacer un equipo para subir a Primera.

Pina (Murcia, 1969) es ambicioso y ruborizable, pero usa la altanería para esconder su timidez: «Mi lujo es vivir cada día como me gusta. No estoy sujeto a horarios, voy donde me apetece y como y ceno en buenos sitios», dice en una frase que puede provocar más envidia que admiración. Así es Pina, que ha cambiado varias veces de profesión, pero siempre en el fútbol, donde empezó como jugador, siguió como agente y sigue como dirigente. «Mi frase es 'mejor morir de pie que vivir de rodillas'», dice. Pina está separado, tiene tres hijos y vive a caballo entre Otura (Granada) y Murcia, donde le gusta navegar. Más que el placer le divierte el lujo: tiene un yate en La Manga, un Porsche Cayenne y usa ropa cara. Se lo puede permitir. En 2007, en lo que es hasta ahora su movimiento más controvertido, decidió vender la plaza del Ciudad de Murcia, que él mismo fundó ocho años antes en Preferente y llegó a situar a sólo dos puntos de Primera. El movimiento fue polémico, pero legal, gracias a una norma aprobada en 2006 por la Federación Española de Fútbol que permite al organismo llevarse el 15% de la operación. Pina la recibió como agua de mayo tras ver que el Ayuntamiento de Murcia desechaba su plan de viabilidad para seguir en Murcia: él remodelaba La Condomina y levantaba una ciudad deportiva a cambio de la firma de un convenio para derribar 400 viviendas en Santa María de Gracia y levantar 1.600. La respuesta le llegó del mismo alcalde Cámara y fue limpia, clara y transparente: «Es un disparate», dijo.

Pina se enfadó y decidió vender el Ciudad a Carlos Marsá, un empresario de Granada con más dinero que sagacidad, que vio así cumplir su sueño de jugar en Segunda con un equipo, el Granada 74, que estaba en Tercera. La operación: 19 millones.

No todo el dinero de Pina proviene de ahí. Antes ya había estado presente en movimientos lucrativos, aprovechando su habilidad para nadar en los meandros del mercado: participó en los traspasos de Helguera al Roma, Riquelme al Villarreal, Saviola al Barça y Güiza al Getafe, entre otros. Y siempre con Juan Carlos Cordero, su lugarteniente, ex jugador de fútbol y tan perspicaz como Pina para descubrir talentos. Donde ha ido Pina, ha ido Cordero. Forman un matrimonio hasta ahora tan indisoluble como fértil. Cordero rastrea el mercado, busca y encuentra. Es entonces cuando entra Pina, que remata la operación.

«Me gusta el deporte. Voy mucho al gimnasio», dice Pina presumido hasta el punto que se comenta de él que simuló un accidente de tráfico para ocultar bajo una gorra las señales de un injerto de pelo que ahora luce en Granada, pero algún día puede lucir en Murcia. El año pasado ya coqueteó con la posibilidad de hacerse con el club de Samper, al que le falta lo que él tiene, discernimiento, pero tiene lo que le faltó en el Ciudad, afición. Ahora brilla en Granada pero sus más íntimos saben cuál es su deseo inconfesable: hacerlo en el Murcia.

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