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ANTONIO ARCO
Martes, 25 de mayo 2010, 10:11
¡Estamos de suerte! Parece que un ápice de meteorito ha chocado con su cerebro de creador inquieto y lo ha revolucionado (aún más). Calidad y juego, esfuerzo y visiones: de dioses y monstruos que te rondan. Ángel Mateo Charris (Cartagena, 1962), se multiplica como los panes y los peces, se reinventa, se reta, gira sobre sí mismo y ofrece placer, estético e intelectual, al espectador. Lo podrá comprobar el público que acuda a visitar su última exposición, 'Who's afraid of the Turner Prize', que ocupará las salas de la que se ha convertido en su nueva galería, la murciana T20, que dirigen Carolina Parra y Nacho Ruiz. La exposición, que se inaugura el jueves -20.30 horas-, y permanecerá abierta hasta el 9 de julio, está dedicada -de todo corazón bandido- a los artistas ganadores del prestigioso, controvertido y mediático Premio Turner de arte contemporáneo. 25 ganadores y 25 obras, casi todas ellas en papel, con las que Charris no ha pretendido rendir un homenaje a estos creadores. «Ni se trata de un homenaje, ni tampoco de una parodia. Es algo -indica Charris- más egoísta que eso; trato de descolocarme poniéndome algunas zancadillas y que así mi obra se beneficie de no estar soportando mis obsesiones todo el tiempo. Ser otros para poder seguir siendo yo».
Ayer, todavía rodeado en su estudio cartagenero de las obras de 'Who's afraid of the Turner Prize', por las que fluyen entre sorpresas fragmentos de imaginación, belleza, preguntas, deseos, temor y temblor, Charris se sentía cómodamente extraño. En unas horas, sus obras volarían por carretera rumbo a Murcia, y con ellas la mitad de su alma, cansada pero agradecida. Pero, veamos, en qué ha consistido exactamente el acercamiento sin permiso de Charris al universo creativo de los galardonados con el Turner. Así lo explica el autor: «He intentado acercarme a la obra de todos esos artistas tratando de hacer mío su universo de intereses y sus procesos creativos, y pasarlos por el filtro de mis herramientas y visión propia». Y añade: «No me interesaba utilizar aspectos visuales de sus obras, ni que resultaran reconocibles en las imágenes. La idea está entre plantar un caballete enfrente de un artista, en vez de ante un paisaje, y travestirme de Gilbert & George, Damien Hirst o Grayson Perry (hablando de travestidos), o ser como el médium que cede su cuerpo a espíritus ajenos para lanzan mensajes al más allá, aunque siempre se te puede colar un espíritu burlón que te engañe haciéndose pasar por otro».
Charris, quien reconoce que «hay ganadores que me gustan mucho y otros que me horrorizan» -no está entre sus preferidos Jeremy Deller, de quien en septiembre se podrá ver obra en La Conservera de Ceutí- se pregunta con razón: «¿Qué tiene que ver un gran acontecimiento global -los Turner- con una exposición en una galería de una capital de provincias?». Mucho, según afirma, ya que estamos ante una exposición «que no creo que se me hubiera ocurrido si no la estuviera haciendo desde y en la periferia. Parece que sean como dos galaxias muy lejanas, como la ceremonia de los Oscar y el cine de verano de un pueblo, pero yo lo veo todo como un gran organismo multiforme, un gran pulpo lleno de tentáculos o como el sistema circulatorio: estos grandes acontecimientos son como el impulso mecánico que hace que la sangre riegue todos los tejidos».
Charris tiene muy claro que «lo importante no son los premios, ni las grandes bienales, 'documentas', 'arcos' y todo eso; lo es la cultura del día a día, pero a mí sólo me sirve si ésta forma parte de algo más universal, si tiene un pie fuertemente arraigado en la tierra y otro intentando formar parte del pelotón de cabeza. No quiero enterarme de las cosas en los libros de historia dentro de un par de décadas por vivir en una esquina medio africana». Desde Cartagena -siempre y por siempre- defiende el pintor que «es preferible discutir si los nuevos nominados del Turner son una basura o no, antes que estar obsesionados en la cruzada por la subvención perdida o la cuota de poder artístico en tu pueblo. Y lo bueno de estos tiempos es que se puede participar en el debate de la contemporaneidad desde cualquier rinconcito del planeta. Sólo hay que mantener viva la curiosidad y no dar nada por sentado».
Inspiración
Y la curiosidad se alimenta contemplando las obras que integran 'Who's afraid of the Turner Prize'. Obras tan sólo tituladas con el nombre del artista al que van dedicadas, y sobre las que Charris ofrece una breve explicación al lector del catálogo de la muestra o al curioso que se adentre en la 'web' de T20 -www.galeriat20.com-. Se da el caso de que algún artista de los premiados con el Turner, como Richard Long, ya había aparecido en el universo pictórico de Charris, quien a la hora de 'enfrentarse' al angloindio Anish Kapoor, de quien hace un año pudo contemplarse en Murcia, en la Sala Sharq al-Andalus del Monasterio de las Claras, la bellísima pieza 'Islamic Mirror', se ha inspirado en la cera roja, uno de los últimos materiales fetiche de este creador de volúmenes. En 'Anish Kapoor, 2010', Charris se ha limitado a colorear «una vieja imagen de la revista 'Life' de los años 50».
-Dice usted no sentir simpatía por los talibanes de la pureza estética. ¿Es usted talibán de algo?
-Me temo que no tengo el carácter para ello. Casi me voy al extremo contrario y me acerco más al complejo de Zelig; se trata de empatizar o al menos de encontrarle el lado bueno que tenga casi todo. Al final acaba siendo igual de cansado, pero uno tampoco puede luchar contra la genética.
-¿De qué huye?
-De la impertinencia, de la resignación, de los lugares comunes, aunque tampoco hay muchos sitios donde esconderse; así es que no hace falta escapar, es suficiente con ignorar y crearte tu propio código de circulación.
-¿Se imagina la vida sin sentido del humor?
-Siempre pienso que no tengo el suficiente. Y sobre todo que el mundo aún lo necesita en toneladas.
-¿Cuáles son sus certezas?
-Que el sol sale por las mañanas, y que por muy cubierto que aparezca de nubes está ahí. Que el tiempo pasa, que el arte merece la pena, que la incertidumbre puede llegar a ser una bendición. También que las certezas son resbaladizas y caprichosas y a uno se le puede quedar de pronto cara de tonto, cualquier día, siendo el ultimo que aguanta una bandera raída.
-¿A qué aspira, en los personal y en lo artístico?
-A seguir respirando, a seguir sorprendiéndome, a no dar las cosas por sabidas y lo conseguido por meta, a no aburrirme y a conocer un montón de gente interesante. Aspiro a que los mejores capítulos de mi biografía aún no estén escritos y a que mis mejores obras aún no estén pintadas.
-Y miedo, ¿a qué tiene?
-A los hospitales, al lado oscuro de la fuerza (Darth Vader incluido), a la tontería institucionalizada, y a que los miedos acaben dominando el mundo disfrazados de seguridad, moralidad y derechos.
-En su intento por descifrar el mundo, ¿qué ha descubierto?
-Poca cosa, lo cual me consuela bastante. No hay nada peor que acabar de descifrar los crucigramas (por un lado se te acaba el entretenimiento y por otro empiezas a preguntarte si merecía la pena o no gastar tu tiempo en ello).
-¿Cómo se lleva con sus semejantes?
-Con unos mejor que con otros, como todo el mundo. Aunque, en general, estoy más cerca de Frank Capra que de Michael Haneke. Prefiero imaginar que cada uno hace las cosas lo mejor que puede jugando con las cartas que le han tocado, y que luego vienen las circunstancias y te hacen algún siete que otro en el pantalón.
-¿Con qué obsesiones batalla?
-Con la de que nunca es suficiente, con la de no ser un fraude, con la de no dejarme embaucar por las expectativas ; por ejemplo.
-¿Qué importancia le da a los afectos?
-Mucha más de la que se le supone a alguien que vive solo y que ha elegido unas de las profesiones más solitarias del mundo. Y aunque supongo que paso mucho tiempo manteniendo una extensa red de afectos (algunos muy antiguos y duraderos) y añadiendo nuevos, me temo que también intento no asfixiarme en la telaraña.
-¿Cómo de satisfecho ha quedado con esta exposición?
-Como decía Virginia Wolf, yo no estoy casi nunca satisfecho con mis obras pero sí con la sensación de esfuerzo. Aún así digamos que estoy razonablemente contento.
-¿Qué le gustaría que le pasara al público que la va a contemplar?
-Que le picara la curiosidad por conocer a los artistas a los que aludo, que recordara alguna de las imágenes veinticuatro horas después de haber visto la exposición, que sintiera que no había perdido el tiempo o que se cabreara mucho si pensaba lo contrario; que encontrara algo que le sirviera y si, además, durante algún segundo sintiera algo parecido a la emoción, pensaría que ser artista es una cosa cojonuda.
Sigue Charris viajando por mundos imaginarios, sólo accesibles para soñadores privilegiados. Pintor de aventuras, construye obras a modo de caracolas marinas que contienen en su interior la ilusión de la vida, la magia del arte como un territorio que cobija e instruye. «Cuando pinto es cuando menos solo me siento», dice el artista, que hace unos días vivió una experiencia gratificante, dentro del festival Mucho Más Mayo de Cartagena, al ver cómo en la Muralla de Carlos III cobraban vida en movimiento, gracias a un proyecto audiovisual dirigido por Tomás Peña, algunas de sus pinturas más especiales, concretamente las realizadas para ilustrar uno de sus libros preferidos, 'El corazón de las tinieblas', de Joseph Conrad, novela que uno debe leer antes de morir, y lo antes posible para entender mejor la vida, el mundo y al hombre. Charris aceptó el encargo de la editorial Galaxia-Gutenberg y permaneció mucho tiempo compartiendo heridas y extrañezas con los dos grandes protagonistas de la novela: el capitán Marlow y el agente comercial Kurtz. Viajó mentalmente al corazón de la violencia, pero se recuperó una vez más de la fiebre del desánimo en su casa-estudio-refugio, que acondicionó para él y sus gatos su amigo el arquitecto Martín Lejárraga.
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