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JUAN MASIÁ CLAVEL
Lunes, 26 de abril 2010, 02:30
Ante la escalada de denuncias sobre acosos sexuales en la iglesia, se han producido dos reacciones. Desde dentro, miedo paranoico a un complot. Desde fuera, ensañamiento morboso por parte de algunos medios. Sin sumarnos al miedo ni al ensañamiento, conviene reflexionar sobre el punto álgido de la cuestión: el ocultamiento de delitos con pretexto de evitar escándalos mayores.
Algunas instancias eclesiásticas -¿con buena intención equivocada?- defienden el secreto por «un bien universal», incluso apelando al secreto profesional. Pero hay que recordar la distinción estudiada en clase de moral: una cosa es la obligación ética del secreto profesional y otra la inmoralidad del secretismo que manipula o chantagea, escabulle la obligatoriedad de la transparencia para dar cuenta de responsabilidades morales o penales y viola el derecho a la información, sobre todo para defender la dignidad de las personas, tanto de las injustamente acosadas como de las falsamente acusadas.
Hay un secreto ético y un secretismo inmoral. Los manuales tradicionales describen las condiciones del secreto a que están obligados, por ejemplo, en el ámbito profesional: un abogado, para salvaguardar la privacidad del cliente que defiende; un médico, para respetar la autonomía de su paciente; o un sacerdote, para no romper el sigilo sacramental que garantiza el funcionamiento del ministerio de la reconciliación.
Pero ese secreto ético no debe confundirse con el secretismo burocrático inmoral, que oculta irresponsablemente injusticias contra las víctimas de un acoso. Este secretismo es una de las patologías más serias que afectan al funcionamiento de algunas instancias jerárquicas, conocidas en el lenguaje eclesiástico con el nombre de 'curias', ya sea la Curia romana o las diocesanas.
Uno se acuerda del secreto con que apresó a Jesús el Sanedrín. A Judas le dieron treinta monedas en dinero negro, sin justificante: «Si te chivas, no sabemos nada». A los testigos de cargo les insinuaron que delataran a Jesús por blasfemo contra el Templo. Al pueblo le azuzaron para que gritase: «Crucifícalo. Suelta a Barrabás». Todo eso se hizo, como cuenta la tradición evangélica, a escondidas. Los agentes responsables se lavaron las filacterias, como Pilatos se lavó las manos. «Nosotros no hemos hecho nada, el Nazareno se lo buscó, sembró vientos y recoge tempestades, son los suyos quienes piden proceso y sentencia, nosotros no sabemos nada...».
Uno se traslada a veinte siglos después y recuerda un caso de acoso sexual cometido por un cura. El coadjutor lo descubre y avisa. Lo cambian sigilosamente de destino. Las víctimas se quejan al obispo. Éste, a través del coadjutor, les paga por prometer silencio. Años más tarde, cuando ya ese coadjutor había recibido una mitra, se encuentra un caso semejante y repite la actuación en secreto, aprendida por experiencia.
Lo curioso es que ese mismo secretismo se utiliza por instancias eclesiásticas para silenciar la disidencia. Uno recuerda un caso de acoso moral, en el que la víctima pasa de ser acosada a ser acusada. Desde la Curia de cierto mitrado de la cúpula eclesiástica del país animan a la ultraderecha político-religiosa para que delate a un teólogo disidente. El mitrado, aparentando sorpresa, muestra las acusaciones a su auxiliar. Éste, a su vez, con igual rostro sorprendido, persuade a los superiores académicos y religiosos del disidente para que lo silencien por imprudencia, pero sin decir de qué honda sale la piedra. De palabra y sin pruebas por escrito prometen al superior académico proteger su institución. Aseguran al superior religioso. que dejarán de poner zancadillas a su congregación, si se portan bien y no disienten de la Curia. Algún testigo de los hechos recuerda el relato de Marcos sobre Herodías y la entrega en bandeja de la cabeza del Bautista. Abre su Bilbia y le sale por casualidad el pasaje que dice así: «Llegará un momento en que lo que se dijo de noche, se gritará en pleno día; lo que se sussurró al oído se proclamará desde las azoteas...». (cf. Mt 10,27 y Lc 12,3).
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