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CARLOS BENITO
Martes, 6 de abril 2010, 03:00
Un país pobre puede hacer muchas cosas con veinte millones de euros. Puede destinarlos a proyectos de desarrollo, a mejorar las condiciones de vida en los suburbios o, si atendemos directamente a la necesidad más urgente, a combatir el hambre que padece una parte de la sociedad. Pero veinte millones de euros también pueden servir para levantar una estatua enorme, un coloso que recuerde a toda esa población necesitada la grandeza de sus gobernantes. El Gobierno de Senegal -donde la mitad de los habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza y el 20% sufre desnutrición- ha apostado por esta curiosa opción: este fin de semana se ha inaugurado por fin 'Renacimiento africano', el costoso proyecto del presidente Abdulayé Wade que ha logrado ser discutido por los motivos más dispares.
Aparte de su escalofriante precio, la razón más inmediata por la que muchos critican la estatua es, simplemente, su fealdad. Ya se sabe que lo feo, si grande, resulta dos veces feo, y el conjunto escultórico en cuestión mide 49 metros de altura y está situado en lo alto de una montaña de las afueras de Dakar, para que se vea aún mejor. Representa a una familia africana: el hombre rodea con el brazo derecho el talle de la mujer y alza en la mano izquierda a un niño pequeño, que señala decidido hacia el Atlántico. La figura masculina alberga en su interior salas de exposiciones, un estudio de televisión y, arriba del todo, en el gorro, un mirador al estilo de la Estatua de la Libertad, el monumento que suele servir de referencia a los promotores del proyecto; más que nada, porque es algo más bajo que el de Senegal.
Pero la fealdad es, al fin y al cabo, una percepción subjetiva. Críticas más concretas han lamentado el «estalinismo» de su diseño, sin ninguna referencia al arte africano. La estatua, para la que se han utilizado 22.000 toneladas de bronce, es obra de un equipo de medio centenar de especialistas de Corea del Norte, que han invertido en su construcción dos millones de horas de trabajo. Y eso suma un nuevo reproche: en un país lleno de parados -basta bajar al barrio de Ouakam, donde se erige la estatua, para encontrarse la plaza abarrotada de jóvenes sin nada que hacer-, el Gobierno ha preferido recurrir a mano de obra extranjera. Otro motivo de disgusto para muchos es, cómo no, la desnudez de los personajes o, siendo más precisos, la desnudez de la mujer: en su momento, se planteó incluso la posibilidad de alargarle la falda para cubrirle algo más los muslos, que a ciertos ojos se les hacen demasiado carnales aunque sean de metal.
Los más indignados son algunos clérigos musulmanes, en un país donde el 94% de la población profesa ese credo. Para ellos, la exhibición de la anatomía de la mujer constituye, más que nada, un agravante dentro del error de representar el cuerpo humano como objeto de adoración. Incluso se ha emitido una fatua pidiendo a los imanes lecturas especiales del Corán, con vistas a salvar a la población del «castigo que este monumento vergonzoso amenaza con traer sobre Senegal». Los cristianos, el 5% de los senegaleses, estaban más tranquilos, pero el presidente Wade logró soliviantarlos al comparar la estatua con las imágenes de Cristo. Y, finalmente, el colectivo feminista ha recriminado a las autoridades que la chica de la escultura aparezca en un papel secundario, sumiso, como resguardándose a la sombra del poderoso varón.
Ingresos para Wade
¿Esto es todo? Pues no. La guinda surrealista a la polémica la puso el propio presidente al reclamar para sí mismo un tercio de los ingresos turísticos que genere el monumento, con el argumento de que el concepto fue idea suya. El sábado, miles de personas se manifestaron en Dakar «contra todos los fracasos del régimen de Wade, de los cuales el menor es esta horrible estatua». Pero la furia popular no hizo mella en el presidente, que en el acto solemne de inauguración -dentro de los fastos por el cincuentenario de la independencia- se refirió al conjunto como una metáfora del continente: «Ha llegado el momento de que África despegue», reflexionó. El reverendo Jesse Jackson, miembro de una delegación estadounidense en la que también figuraba el rapero Akon, no se quedó atrás: «Es una idea poderosa de una mente poderosa -elogió-. Esto está dedicado al viaje de nuestros antepasados, esclavizados pero no esclavos».
Ante la controversia, se ha invocado repetidamente otro monumento: «Todos estos proyectos levantan polémica. Fíjense en la Torre Eiffel», se ha defendido un senador. Pero la réplica a eso ya la dio hace bastante tiempo el director del Instituto de Comercio y Negocios: «Los franceses, antes de construir la Torre Eiffel, habían solucionado el asunto de la comida».
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