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BARQUERITO
Lunes, 5 de abril 2010, 12:46
Cuatro de los miuras de la corrida del Domingo de Pascua de Arles tenían cumplidos los cinco años. Dos se llevó Padilla en el lote: un primero de festejo sencillamente monumental, de apabullante presencia, alto de agujas, cárdeno, largo, acaballado pero distinguido. Apretó de verdad en una primera vara larga. Fue un miura clásico: por la prontitud, por la manera de entregarse cuando se entregó y por la forma de protestar cuando protestó. Por la movilidad. Padilla lo templó con el capote, lo lidió con categoría y, con la mano izquierda, le pegó una tanda extraordinaria de tres ligados y despaciosos. Gran toreo. Pero se pasó de faena, la estocada -al segundo viaje- cayó atravesada, el toro tardó en doblar un buen rato, sonó un aviso y el premio, de palmas sonoras, lo compartieron a medias torero y toro.
El otro cinqueño del lote de Padilla fue de pinta exótica, singular. Uno de esos toros pintados como cromos de la tauromaquia de Alcaraz, Ruano Llopis, Roberto Domingo o Luis García Campos. Zancudo, alto, flaco pero lleno a la vez. Se llamaba Garbancero, dio en báscula 550 kilos.
Ataques por sorpresa
El cinqueño del lote de Rafaelillo fue segundo de corrida y dio más sustos que confianza: derrotes virulentos, trallazos por las dos manos, ataques por sorpresa, acostones. Un auténtico toro de combate, como se dice en el argot torista de Francia. Rafaelillo lo despachó sin afligirse. La gente se puso de parte del toro, que llenaba la escena. Savalli toreó con asiento, reposo y temple al tercero de la tarde, que bramó mucho y fue, por la mano derecha, algo incierto por mal gobernado. Se estuvo mascando la cogida. Dos o tres veces.
El quinto, rabón, cabezón, mugidor, castaño, fue algo envenenado: no paró de enredar, desmontó a un picador, sacó la silla de montar por los aires y, si no aparece la providencial mano de Alain Bonijol para tener de las riendas al caballo de su cuadra tan domada, saca al jaco por encima de la barrera. Se acabó llevando el toro una zurra buena en varas.
Rafaelillo se dejó ver y decidió atacar por la vía heroica: las espaldinas en cadena, los abanicos ligados al desplante, muletazos purísimos de repente, sabores de toda especie, emoción desbordante porque todo fue de peligrar la vida d
el artista, que tenía, sin embargo, fría la cabeza. Sabía Rafaelillo lo que hacía. A capón, en corto y por derecho, una estocada delantera de gran habilidad.
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