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ANTONIO ARCO
Jueves, 11 de marzo 2010, 10:13
'¡Ay, amor, que despierta las piedras, ay amor tan necesario como el sol!', canta Víctor Manuel en su gira de conciertos más íntimos, 'Vivir para cantarlo. Biografía de las canciones', con la que está desatando un vendaval de emociones. Toda una vida, afortunada y libre, a sus espaldas. Llueven desnudas las canciones. Hoy arranca gira regional en Ceutí (Auditorio), mañana actuará en Cartagena (Nuevo Teatro Circo), y el sábado en Yecla (Teatro Concha Segura). El gusto es nuestro.
-El público sale encantado de 'Vivir para cantarlo', ¿lo esperaba?
-Yo siempre espero menos de todo, pero en el caso de la gira 'Vivir para cantarlo' esperaba menos todavía. Te planteas hacer un concierto un poco especial, diferente a cualquier otra cosa que hayas hecho, y le pones todas las ganas del mundo, pero después la incógnita es: qué pasa con el público, cómo prenderá el concierto en ellos. Y la verdad es que el resultado está siendo muy espectacular, estoy feliz.
-¿A qué cree que se debe?
-Supongo que una de las cosas que pasa es que mucha gente está escuchando la banda sonora de parte de su vida. Es un concierto muy catártico, donde el público llora, ríe, se divierte, viaja en el tiempo...; todo el mundo dice, cuando han pasado ya dos horas y media: '¡qué corto es!'. Para mí, como artista, la vivencia de estos conciertos está siendo extraordinaria, y creo que para la gente que va a verlos, también. Muchos han podido bailar con mis canciones, o las han escuchado en mis conciertos, o en un coche mientras se daban un lote con su novia...; a través de las canciones repasas tu vida, y se desatan las emociones. Esta fórmula de presentarme en el escenario sólo con la palabra, la música, una sencilla caja negra y unas luces que acotan el espacio hace que la gente reaccione de manera diferente; yo mismo lo hago, porque cuando estás tan desnudo frente al público es muy difícil esconderte.
-¿Usted se esconde de la nostalgia o se deja caer en ella?
-Para nada me dejo caer en ella. Me gusta recordar cosas, eso sí, y en la medida en que te vas haciendo mayor es cierto que tienes más cosas que recordar, incluso que recuerdas más cosas de tus principios que casi de lo que te pasó la semana pasada; pero no soy nada nostálgico, ni practico esos ejercicios dulzones que consisten en rebozarse en la nostalgia y en los tiempos que uno ha vivido; no me gusta nada esa actitud.
-Vivir el presente, mirar al futuro, dejar que el tiempo se le escape de las manos... ¿qué hace usted?
-Me gusta vivir el presente, vivir ahora mismo, y procuro no perder el tiempo porque soy consciente de su enorme valor; en cuanto al futuro, cuando tienes ya mi edad está claro que los plazos se acortan, en el sentido de que no puedo pensar, por ejemplo, que voy a tener una carrera muy larga como cantante, aunque puedo seguir componiendo. Los plazos de caducidad están ahí. Así es que vivo todo lo que puedo el día a día, disfrutando el momento presente, lo que me pasa ahora.
-¿Que el tiempo se vaya acabando le da miedo?
-No, a mí no me da miedo; sé que no puedo esconder la cabeza debajo del ala. A mí lo único que me da miedo de la vida son las enfermedades. Tener una decadencia física que me impida no valerme por mí mismo sí que me preocupa.
-¿A qué cosas sigue siendo fiel?
-A lo mismo de siempre, en eso no he cambiado: a la gente más cercana, a la gente más desfavorecida, soy fiel a la convicción de que hay que tratar de arrimar el hombro cuando alguien te lo pide, porque normalmente cuando alguien te pide ayuda es que la necesita; nunca he negado esa ayuda a nadie si ha estado en mi mano poder solucionar un problema.
-¿Qué cosas decidió que ya no merecen nada la pena?
-No merece nada la pena perder el tiempo con gente prepotente, con gente agresiva, con gente de esta extrema derecha grasosa y polvorienta; ¡cuidado con ella! Todas esas cosas te las vas quitando de encima, porque somos todos ya muy mayores y nos conocemos mucho a estas alturas.
-¿Se defiende usted de esa extrema derecha a la que se refiere?
-Me defiendo, sí, pero sobre todo con el desprecio. Yo no trato de imponer mis ideas a nadie, mientras que a mí muchísima gente ha intentado por todos los medios imponerme las suyas durante muchísimos años. Yo no he pisado cabezas, yo no he matado nunca, no he puesto bombas en casas de otros, mientras que a mí sí me las han puesto en mi casa. En fin, marco perfectamente mi territorio y sé dónde me muevo desde hace muchísimos años.
-Políticamente, ¿dónde?
-En la izquierda, por supuesto. Una izquierda, ya desde hace muchos años, muy desorientada. Una izquierda que a veces va dando palos de ciego, pero creo más en las virtudes de la izquierda que en las de la derecha. Creo y he creído siempre en un mundo mejor, en una sociedad más justa, y he trabajado y trabajo para que esa sociedad sea mejor, nada más. Creo que eso es ser de izquierda hoy en día.
Un paso atrás
-¿Por qué se está incrementando la agresividad, el partidismo cada vez más radical y torpe, la falta de respeto al adversario?
-Es un paso atrás, qué triste. Creo que en este país hemos copiado muchas cosas de los neoconservadores americanos; por ejemplo, esa idea de marcar claramente el territorio y la defensa del estar 'o conmigo o contra mí'. En ese sentido, yo me siento muy perdido porque no entiendo por qué la gente se muestra de esa manera tan agresiva con los demás cuando simplemente están expresando una opinión o su forma de ser. No creo que toda esa agresividad e intolerancia sean nada bueno para este país. Lo único que favorece esta situación es que alguna gente milite muy radicalmente cada vez más en esa guerra de trincheras, mientras que la inmensa mayoría de la población se queda perpleja. Al final, pasa lo que está pasando: la sociedad está cada vez más ajena a la política.
-¿Se encuentra usted entre los que asisten pasmados al 'caso Baltasar Garzón'?
-Sí, sí, me sorprende muchísimo la situación a la que se ha llegado. Pero un hombre tan fiable como el ex fiscal Anticorrupción Carlos Jiménez Villarejo lo ha dicho muy claro: «La extrema derecha ha sometido al Tribunal Supremo». Hace mucho tiempo que está ahí la extrema derecha. La Justicia es lenta para todo: es lenta para resolver los casos pendientes, sean pequeños o gordos; y es lenta, y taimada también, para tacita a tacita ir ocupando el poder sin que te des cuenta. Y ves que hay una gente que pretende expulsar de la carrera judicial a un señor que simplemente hace su trabajo.
-Dice usted que «no hay nada mejor que escribir una canción». ¿Qué otras cosas son estupendas?
-Por suerte hay cantidad de cosas, muchas de ellas muy simples, que son estupendas.
-¿Por ejemplo?
-Sentarte en un parque con una bolsa de pipas y comértelas, leer un buen libro; o estar con tus amigos cocinando, tomándote una copa de vino y partiéndote de risa; o jugar con tu nieta. Son cosas que no son intercambiables por nada. Y también están las grandes cosas que te pasan: en mi caso, algunos conciertos gloriosos, por ejemplo.
-¿Es usted de esos privilegiados que se permiten ser unos desagradecidos con la vida?
-Yo soy un privilegiado muy consciente de serlo, y de serlo en un mundo donde millones de personas llevan una vida muy jodida. Soy un privilegiado en lo personal y en lo profesional, porque nunca pensé que me iban a pasar las cosas que me han pasado. Cuando empecé a cantar soñaba con disfrutar lo más posible de lo que pensé que terminaría siendo un proyecto de vida pasajero, pero nunca imaginé que estaría más de 40 años viviendo únicamente de cantar y de escribir canciones; yo me he metido a veces en otros negocios, pero siempre ha sido para perder dinero. Me he metido en ellos con muy buena voluntad, pero para palmar lo que conseguía cantando.
-¿Sigue creyendo que para la ternura siempre hay tiempo?
-¡Claro! La ternura implica comprender a los demás, ponerte en el lugar del otro. Es un error no tener tiempo para mirar a los demás, para ayudarles, para ser solidarios, para ser buena gente. No hay nada más importante que ser buena gente.
-¿Sabemos ya a dónde irán los besos que no damos?
-No, seguimos sin saberlo. A veces me arrepiento mucho de no haber dado algún beso a tiempo, algún beso que alguien me estaba pidiendo y que yo le estaba negando. Me arrepiento porque creo que no sólo hay que querer a la gente, sino que hay que demostrárselo continuamente.
-Además de 'un corazón tendido al sol', ¿qué más es usted?
-Pues no lo sé. Creo que soy un tío bastante transparente al que se le ven casi siempre las intenciones, lo cual a veces es bueno y otras es muy malo, evidentemente. Quizás debería ser más cauteloso, o no decir lo que se me pasa por la cabeza. Pero, en fin, lo bueno y lo malo uno ya se lo ha ganado a estas alturas. Creo que me haría mucha más mala sangre, de repente, ser menos transparente y ser más retorcido.
-O hacerse el interesante, que se lleva mucho ahora.
-Lo que sobre todo se lleva es no opinar de las cosas que sabes que te van a joder, o que te van a dar impopularidad, o que te van a crear enemigos. Pero, en fin, seguramente ése es el signo de los tiempos; lo que yo no voy a hacer es apuntarme a eso.
-¿Sin memoria se puede vivir?
-No, la memoria es fundamental y muy útil para vivir y para conservar la verticalidad. Por un lado, la memoria te hace reconocer los errores pasados, e incluso volver a cometerlos voluntariamente si quieres; y, por otro lado, te permite saber dónde vives, qué te rodea, qué ha hecho cada uno, qué hace cada cual...
-La polémica en torno a la posibilidad de prohibir los toros, ¿qué le parece?
-Una historia muy aburrida. Yo sólo fui una vez a los toros, nada más. Y el otro día me acordé, estando en su entierro, de que había ido con Tato Luzardo, el gerente de la Academia de Música; fuimos para que los viese el cantante italiano Lucio Dalla. Como rito me parece extraordinario, pero como a mí no me gusta ver sufrir a los animales, pues no voy; ahora, el que quiera ir, que vaya. Creo que los toros se van a acabar por sí solos, porque las nuevas generaciones ya no están por la labor, pero yo dejaría este tema como está.
-¿Sobreviviremos con la cabeza alta?
-Creo que sobreviviremos, otra cosa es que lo podamos hacer con la cabeza alta. Los trabajos para la gente joven cada vez son más precarios y más jodidos; ellos tienen que tragar mucho más de lo que nosotros, en ese sentido, tragamos. Vienen buenos tiempos para algunas cosas aisladas, como las posibilidades para relacionarnos con la gente de forma más inmediata, pero en todo lo que se refiere al trabajo creo que lo que viene, ya desde hace mucho tiempo, es precariedad, precariedad y más precariedad. Podemos pensar que a todos nos han engañado cuando empezábamos, pero no de esta manera tan deshumanizada y cabrona.
-¿A qué no debemos renunciar pase lo que pase?
-No debe renunciar uno a la dignidad, a vivir de pie. Ya sé que este discurso puede sonarle a música celestial a alguien que está tratando de conseguir su primer trabajo, o que tiene ahora mismo roto el espinazo porque lleva en paro ocho meses, pero en la medida en que uno pueda, debe mantener la dignidad.
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