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LA TRIBUNA DE 'LA VERDAD'

La Isla de Paco, en Mazarrón: no tocar

PEDRO COSTA MORATA

Domingo, 23 de septiembre 2007, 03:26

Era marzo de 1978 y Mazarrón asistía a uno de los episodios más notables de su historia reciente: un grupo de mazarroneras del Puerto se alzaron contra la pretendida urbanización de la isla del Cabezo, que un promotor había rebautizado con el nombre promocional de Isla de Paco. Se trataba de un Plan Parcial que muy pronto había aprobado el Ayuntamiento de la época (siendo Juan Paredes alcalde) y que contemplaba, sobre sus exiguas 80 hectáreas, nada menos que 393 viviendas (un poblado romano), un hotel de 100 plazas, un restaurante de 80 plazas, un anfiteatro para tres mil espectadores más actuaciones disparatadas en la playa de la Isla (espigones, rellenos, parkings). La Asociación Pro Defensa del Patrimonio, que dirigía la catedrática Ana María Muñoz también se opuso, alegando motivos ecológicos y paisajísticos. Un informe urbanístico del arquitecto Felipe Iracheta (que ya cabalgaba, desde luego) apoyaba a esa asociación enumerando los incalificables defectos, abusos y pretensiones del Plan Parcial, y dejándolo en ridículo. Mientras tanto, el promotor, Mariano Yúfera, desarrollaba una disparatada campaña de irredentismo territorial, reivindicando para Mazarrón el espacio costero entre Calnegre y Cabo Tiñoso, alegando la «irracionalidad de los límites actuales» (a expensas, naturalmente, de Lorca y Cartagena).

El asunto pareció del mayor interés (y el personaje, sugerente) para el Grupo Ecologista Mediterráneo (GEM), trabando contacto, como primera medida, con un grupo de ecologistas mazarroneros -con Juan López y Jesús Solá, entre otros- y buscando una entrevista directa con el promotor. Le dije que la isla debía respetarse por ser valiosa y constituir un elemento característico en esa costa y, en consecuencia, en la memoria y el patrimonio cultural de los mazarroneros, a lo que contestó que ahí sólo había «culebras y alacranes», que era suya y que podía hacer lo que quisiera, con el Plan Parcial correspondiente. Le dije que no y que nos tendría enfrente. El 2 de abril lanzamos una primera nota, dura, sobre nuestra idea sobre la conservación de la isla y contra las pretensiones de Yúfera, que la prensa extractó extensamente. Denunciamos, de paso, «la estrategia ladina y demagógica de, mediante la compra de voluntades por el dinero y las dádivas, impedir la manifestación libre del espíritu crítico ciudadano ». Y muy pronto don Mariano nos distinguió con una primera andanada en forma de publicidad pagada, a la que seguirían otras (diario Línea, 5 y 7 de abril, 4 y 23 de mayo), de contenidos más que peculiares; en nuestra respuesta («Mariano Yúfera y las visiones», La Verdad, 21 de mayo) no nos anduvimos por las ramas. Resumamos el pensamiento del promotor recordando que en esos textos solía soñar que urbanizaba las pocas zonas verdes que quedaban en el litoral y evocaba al Caudillo, que descendía para interesarse por él y por la situación de España. «Mi general -se quejaba Yúfera- aquí no hay quien se entienda. El guirigay es espantoso y descomunal. Aunque quieras hacer y hagas las cosas con altruismo no faltan ineptos, envidiosos e irresponsables que ni trabajan ni dejan trabajar ». Y se dejaba arrebatar por la presencia del Caudillo que, «con los más, inicia el más clamoroso Cara al Sol que jamás fue oído».

La cosa puede parecer divertida, pero el promotor tenía su punto de estratega y sabía organizar a sus trabajadores en pro de sus designios. Memorable fue la bronca que le organizaron a doña Ana María Muñoz, en el paraninfo de la Universidad de Murcia cuando, celebrando una de sus reuniones la Asociación de Defensa del Patrimonio, en la que se criticaba a la Isla de Paco, desembarcaron de varios autobuses decenas de fieles con ganas de gresca. También sabía manejar a sus peones, como don Pedro Talavera (que gustaba de despacharse contra mí), otro panegirista llamado Antonio López (que luego haría carrera mediática de la mano del PSOE) y un tal Oswaldo, que hacía de líder lamentable de una masa indescriptible.

El GEM mantuvo el tipo hasta el final con sus escritos, recursos y peleas, hasta que la Comisión Provincial de Urbanismo denegó en octubre de ese mismo año 1978 la aprobación definitiva al Plan Parcial Isla de Paco. Consolidó, así, su presencia y aprovechó para establecer, en lo que después se convertiría en el Decálogo de la protección del litoral, que (punto 3): «Merecen protección a ultranza todos los elementos singulares del paisaje, como las pequeñas islas e islotes, los apéndices rocosos, los acantilados, las sierras litorales, etc. Para ello, deben mantenerse como no urbanizables y despejados en su entorno. Sus peculiaridades fisiográficas y paisajísticas los hacen merecedores de esa protección, con el fin de que continúen siendo una referencia paisajística que permanezca, viva y vigente, en la memoria y el espíritu de las generaciones futuras (como lo fueron de las anteriores)».

El promotor, no obstante, redondeó el esperpento montando su propio partido para las primeras elecciones democráticas municipales de mayo de 1979, en las que ganó nueve concejales de diecisiete, lo que le convirtió en el primer alcalde mazarronero de la etapa democrática. Naturalmente, el espectáculo no duró lo que su protagonista esperaba que durase, y a mitad de la legislatura la lista se rompió, el grupo salió tarifando y Yúfera perdió sus últimas esperanzas de alcanzar «un Mazarrón inmerso en una sociedad de consumo cristiana». Se acabaron la cháchara y el disimulo, el especulador perdió el resuello (y algo más), su Caudillo se diluyó en la discreción de los nuevos tiempos y la isla ahí está, con sus gaviotas, sus culebras y sus alacranes: tan ricamente.

Pedro Costa Morata es profesor de la Universidad Politécnica de Madrid y Premio Nacional de Medio Ambiente.

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