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FERNANDO CRESPO LEÓN
Jueves, 2 de agosto 2007, 03:02
Las noticias sobre la plaga de topillos y la zoonosis que pueden transmitir estos roedores al hombre, están pasando casi desapercibida en nuestra región, pero no sucede lo mismo en la de Castilla y León. Los medios de comunicación de todo el país las tratan ampliamente y casi a diario. La explicación es sencilla: nosotros no tenemos esos problemas, al menos por ahora; ellos sí.
A decir verdad, ni los estragos causados por esta plaga en los cultivos agrícolas de aquella región ni las protestas de los agricultores ante la administración son una novedad, si bien esta vez han sido más vehementes y han tenido mayor repercusión mediática. La auténtica novedad reside en que la plaga ha adquirido este año proporciones desmesuradas, sus consecuencias en los cultivos afectados, que son de todo tipo, son devastadoras y las pérdidas económicas millonarias, ya que los campos tardarán varios años en recuperarse.
El de los topillos (Microtus arvalis) no es un problema fácil de resolver porque son muy numerosos los factores que interfieren e inutilizan las medidas de lucha adoptadas contra este roedor. Su presencia en Castilla y León era escasa hasta que se convirtió en una auténtica plaga en 1983. Antes, su distribución geográfica se limitaba a zonas de media montaña y en especial en los pastizales, en la cordillera Cantábrica y los sistemas Ibérico y Central. Estudios realizados durante la plaga habida en 1997 por el Dr. Reviriego, leonés de nacimiento y actual responsable de la Sanidad Animal en la Unión Europea, demuestran que su irrupción en las zonas agrícolas del valle del Duero, puede ser consecuencia de distintos factores. Unos intrínsecos, entre los que destacan su propia dinámica de población y reproducción, y otros geográficos, como la temperatura, el régimen de lluvias, la ausencia o disminución de los predadores y el incremento de los cultivos de regadío. Todos ellos pueden proporcionar a estos roedores nuevos microhábitats favorables para su expansión, con densidades de población que superan los mil individuos por hectárea y plagas con carácter cíclico.
Otras repercusiones que se han de tener muy en cuenta son las sanitarias, ya que los topillos pueden transmitir la tularemia, una zoonosis causada por una bacteria, Francisella turalensis, que según los expertos de la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) se conocen actualmente dos tipos que se diferencian claramente por su cultivo en el laboratorio, su epidemiología y su virulencia en las especies que habitualmente actúan como hospedadoras y reservorios. El primer tipo (A) se presenta en los lagomorfos (conejos de cola de algodón y liebres) de Norteamérica y se transmite principalmente mediante garrapatas e insectos picadores. Es muy virulenta para los conejos domésticos y el hombre. El segundo (B) se da en los castores y en las ratas de agua de Norteamérica y en liebres, topillos y ratones en Europa y Asia. Es la que siempre se ha aislado en España y se puede transmitir mediante artrópodos o a través del agua contaminada con animales muertos por la enfermedad y es menos virulenta que la anterior.
De acuerdo con los estudios epidemiológicos realizados por el profesor Rodríguez Ferri, catedrático de Microbiología en Inmunología de la Facultad de Veterinaria de León, entre los micromamíferos asociados a la tularemia, el topillo es en la actualidad el más frecuentemente citado en España, pero no es el único. Existen además otras muchas especies animales susceptibles de ser infectadas y entre ellas un amplio número de mamíferos y aves, aunque sólo unas cuantas actúan como reservorios de la enfermedad o vectores. Resalta así mismo, la importancia epidemiológica de las garrapatas del ganado y en concreto las de la liebre por su capacidad de transmisión vertical, es decir, a su descendencia a través del ovario y del huevo, y también horizontal, que suele ser habitual en el resto de invertebrados. En este sentido, la cinegética, a que somos tan aficionados los españoles, juega -según el referido profesor- un papel importante en la difusión de esta enfermedad y es debido fundamentalmente a las repoblaciones de cotos sin el control previo sanitario de los animales y a la presión ejercida por los cazadores sobre las liebres en una determinada área geográfica, que hace que se desplacen a grande distancias de sus nidales.
La enfermedad es muy contagiosa. Se transmite al hombre a través de todas las vías, siendo la percutánea y la respiratoria las más frecuentes y los cazadores y otros profesionales, como el personal de laboratorio, las poblaciones con mayor riesgo. La digestiva tiene menos importancia, debido a que el cocinado destruye al microorganismo. La enfermedad presenta un periodo de incubación comprendido entre dos y diez días y en una primera fase sus síntomas son inespecíficos, incluyendo cefalea, fiebre y malestar general, hasta convertirse en un proceso crónico, del que se han descrito hasta seis cuadros clínicos diferentes, dependiendo de la vía de contagio y la cuantía de la dosis infectante. No se ha descrito el contagio interhumano. La mortalidad en ausencia de tratamiento es muy baja y existe una amplia gama de recursos terapéuticos disponibles, contra Francisella, especialmente, antibióticos, aminoglucósidos, tetraciclinas y fluoroquinolonas. El diagnóstico presuntivo es fácil de establecer y las medidas preventivas, en especial el manejo de animales sospechosos o de sus cadáveres, resultan eficaces.
Los debates científicos y técnicos para solucionar el problema se suceden en la comunidad de Castilla y León. En mi opinión para establecer un programa eficaz de lucha contra los topillos y evitar el contagio de la tularemia al hombre, es preciso tener muy en cuenta la clásica recomendación de expertos de FAO y de OMS para este tipo de zoonosis: «Aunque todavía se sabe poco acerca de las relaciones entre la antropología, la salud humana y la sanidad animal, las enfermedades endémicas están estrechamente relacionadas con los rasgos antropológicos-culturales de una determinada sociedad, de tal forma que, antes de iniciar cualquier norma encaminada a mejorar su salud, deberán estudiarse en profundidad, con el fin de conocer cuales son los factores que la perpetúan y establecer los programas de lucha más apropiados contra ella».
Fernando Crespo León es vicepresidente del Colegio Oficial de Veterinarios.
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