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J. PÉREZ PARRA
Miércoles, 7 de marzo 2007, 02:51
Sus reflexiones suenan sosegadas y medidas, independientes y lúcidas, en medio del griterío patrio. Colaborador de las páginas de opinión de La Verdad, el jesuita murciano Juan Masiá es experto en Bioética y uno de los intelectuales de mayor altura de la Iglesia Católica. Los obispos, sin embargo, le han postergado al ostracismo por sus opiniones libres sobre la reproducción asistida, la eutanasia o el matrimonio homosexual. Masiá participa mañana en unas jornadas sobre Bioética y Derecho organizadas por la UMU, la Consejería de Sanidad y la firma Adalid Abogados. (16.30 horas en el salón de Grados de la Facultad de Derecho).
- En pleno debate sobre el caso de la granadina Inmaculada Echevarría, que ha pedido que la liberen de la máquina que la mantiene con vida, usted ha recordado que «desconectar no es matar». No piensan lo mismo los obispos...
- Algunos obispos, a los que habría que recomendar que repasen la teología moral. Existe mucha confusión con la terminología... Si al caso de Inmaculada Echevarría se le pone el nombre de eutanasia, sin distinguir, ocurre lo típico de nuestro país: unos se ponen en contra y otros a favor.
- Pero, ¿estamos realmente ante un caso de eutanasia?
- En el lenguaje tradicional, que hoy está felizmente en desuso, se le daba el nombre de eutanasia pasiva, pero produce muchos malentendidos. Lo correcto es, para algunos bioéticos, hablar de limitación del esfuerzo terapéutico. Otros prefieren hablar de rechazo de recursos exagerados... Si un medio es para alguien una carga o no le reporta una calidad de vida notable, está en su derecho de rechazarlo y esperar que la muerte le llegue cuando le tenga que llegar. Eso no es matar a nadie, y es tradicional en teología moral católica. Pero a veces no se sabe o se confunde.
- Sin embargo, el obispo Cañizares ha vuelto a decir que eso es matar.
- Con todo respeto, no se puede decir eso. Con perdón de Cañizares y de Martínez Camino. Lo dirán con buena intención, por miedo a la pendiente resbaladiza de la eutanasia, pero hacen un flaco favor a la postura básica que quieren defender, que es la misma que la mía, porque todos estamos a favor de la vida. - En la Ley de Reproducción Asistida también tuvieron usted y los obispos posturas divergentes. Reig Pla dice que la norma atenta contra la dignidad de la persona.
- Me da apuro decirlo, porque aprecio muchísimo al obispo de Murcia, que es una persona majísima. Pero en este tema, cuando he visto lo que responde... Por favor, qué dice. Me da vergüenza ajena. Si estuviera fuera de la Iglesia le criticaría, pero como estoy dentro, con cariño y con pena le digo que por favor no diga estas cosas, porque hace mucho daño a la postura que pretende defender.
- ¿Cree que hay falta de misericordia en estos planteamientos?
- Es inmisericorde esa actitud, aunque estoy convencido de que no hay mala intención. Si es un creyente -y el obispo lo es igual o más que yo, no lo puedo dudar- me duele. Hacia fuera, la Iglesia pierde credibilidad, y hacia dentro atormenta a unos pocos creyentes que son los que la siguen al pie de la letra, y que cada vez son menos. Lo digo con cariño y dolor, pero creo que es responsable no callarse.
- ¿Está contaminado el debate por la política, por la sintonía de la Conferencia Episcopal con el PP?
- Claro. Si les digo estas cosas a los obispos japoneses no pasa nada. Pero aquí se junta la marcha atrás conservadora de la Iglesia con el apoyo beligerante al partido de la oposición... Esas dos cosas son el gran problema ahora mismo. El debate, que debería ser científico y ético, se convierte en religioso y político, con mucha crispación. Parece que todo es blanco o negro, que no se puede convivir. Por eso tuve problemas con mi libro (Tertulias de Bioética). No fue por el preservativo, como se dijo. Eso fue episódico. El problema vino por denunciar que la Iglesia está en una situación anómala, y la sociedad también, con tanta crispación. Para la manifestación del sábado, a Rajoy le diría que en lugar de una manifestación por la libertad hay que apelar para que nos liberemos todos de la crispación. Vivimos una situación muy anómala y muy desagradable, tanto política como religiosamente.
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