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ANTONIO ARCO
Martes, 6 de marzo 2007, 02:29
Un escalofrío recorre el patio de butacas. El público está conmocionado, fija la mirada en esa Bernarda Alba terrible e inmensa -de cuerpo y fuerza telúrica- a la que da vida la actriz lorquina Margarita Lozano, nacida en Tetuán en 1931. «Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¿Silencio! Nos hundiremos en un mar de luto. ¿Me habéis oído? ¿Silencio, silencio he dicho! ¿Silencio!», exclama Bernanda Alba al final de un montaje demoledor y excelente que ha puesto en pie el prestigioso Teatro de la Danza y que estos días triunfa en el madrileño Centro Cultural de la Villa. Margarita Lozano regresa a los escenarios madrileños, envuelta en el aire de misterio y leyenda que acompaña cada paso que da, con una obra de García Lorca que ella amaba desde que la descubrió. Una obra que ha sido montada con el alto nivel de exigencia que Margarita Lozano reclama para sumarse a un proyecto. En esta ocasión, había un aliciente añadido que ha dado un resultado fantástico: la actriz María Galiana, quien conoció a Margarita Lozano en Murcia no hace muchos años, de la mano del profesor Joaquín Cánovas, interpreta a La Poncia. María Galiana ha cumplido por fin uno de sus sueños: trabajar con la Lozano, a la que ha admirado toda su vida.
La actriz lorquina, que estos días vive en un hotel próximo al teatro al que acude cada día como a un ceremonial sagrado, está disfrutando de un personaje que, en las antípodas de como ella es, le está permitiendo dar rienda suelta a su pasión por las tablas. Pero Margarita Lozano arrastra una herida abierta: este montaje de La casa de Bernarda Alba, que ha podido verse en algunos de los teatros más importantes de España, no ha sido programado por el Teatro Romea de Murcia, que dirige el dramaturgo Lorenzo Píriz-Carbonell. La actriz no entiende ese desprecio injusto, inmerecido, incalificable.
Margarita Lozano, vinculada al pueblo de Lorca por motivos familiares y de residencia, se puso ante una cámara de cine por última vez en 2002, a las órdenes de Basilio Martín Patino en Octavia. Actriz que huye de la fama como de la pólvora y de los medios de comunicación como de una explosión nuclear, fue objeto de un ciclo especial -muy bien organizado por Joaquín Cánovas- que la Filmoteca Regional Francisco Rabal le dedicó en 2004. Un ciclo que repasó la filmografía completa de la carismática actriz, cuyo rostro está hermoso, radiante, pasen los años que pasen.
La actriz, cuyos últimos trabajos en teatro han sido a las órdenes de su gran amigo Miguel Narros -Largo viaje hacia la noche, de O'Neill, y La vida que te di, de Luigi Pirandelo-, ha regresado a los escenarios -ella asegura que por última vez- para deleite de cinéfilos y gentes del teatro. La lorquina brilló en Los farsantes, la gran película que Mario Camús rodó en 1964 en homenaje a los sufridos cómicos; en Viridiana (1961), uno de los grandes éxitos de Luis Buñuel, en el que compartió protagonismo con el también murciano Paco Rabal; en la la Diario de una esquizofrénica (1968), de Nelo Risi; en la provocadora y arriesgada Porcile (1969), de Pier Paolo Pasolini; en de la divertidísima comedia de Nanni Moretti La misa ha terminado (1985); o en el aclamado episodio de Kaos titulado El otro hijo. Precisamente, en Kaos, la actriz se puso en 1984 a las órdenes de sus adorados Paolo y Vittorio Taviani.
Margarita Lozano, que reparte su tiempo entre su casa en Puntas de Calnegre (Lorca), e Italia, asegura: «No me importa la fama; jamás la busqué. Sólo me importa disfrutar». Estamos ante una señora elegante que apenas presta atención a su imagen y que cautiva a todos cuantos la conocen por su sencillez y por la magia que transmite. «Es pura magia», dijo a La Verdad el actor Miguel Ángel Solá. La actriz se descubre siempre como una sorpresa, como una rompedora de todos los esquemas posibles que las personas con la suerte de encontrarse con ella pueden tener sobre su personalidad.
Ella quiebra su imagen de mujer serena y elegante con una estrepitosa carcajada; cautiva con una mirada dulce precisamente cuando se espera de ella una de las reacciones enérgicas que se le imputan a las mujeres de fuerte personalidad; se distrae cuando crees que el tema le apasiona y, de pronto, cuando haces un comentario para matar el silencio, va y te demuestra un inusitado interés que te obliga a convertirte en su cómplice.
Recobrada en 1986 como una pieza de arte para el cine español por Manuel Gutiérrez Aragón, quien ideó para ella el personaje de la entrañable abuela Olvido, la actriz consigue dotar a sus personajes de una naturalidad asombrosa, «después de haberlos trabajado muchísimo; de construirlos, destruirlos, tirar para acá y para allí y, sobre todo, de meditar tanto y tanto...».
Lo primero, las personas
La Lozano ha vivido en muchos sitios: Alemania, Italia, Madagascar, Alto Volta, Senegal... Y desde hace unos años reside largas temporadas, prácticamente alejada del mundo, en su casa lorquina de Puntas de Calnegre. De su vida itinerante, la actriz dice: «La he vivido como un regalo. De Africa, por ejemplo, no hubiese regresado... Lo que más me sorprendió de allí, y lo que más recuerdo, es la persona. La persona es siempre lo mejor que hay en cualquier lugar; es siempre lo que más me sorprende y lo que más me da».
En África no se sentía extraña ni extranjera: «La forma de vivir o de estar allí no me cogía de sorpresa. A mí todo me viene como la cosa más natural del mundo. Yo en todas partes estoy como si ese fuera el sitio que me corresponde. No me cuesta trabajo acomodarme». Cuenta que «estaba fascinada con África, pero mamá ya estaba mayor, me necesitaba cerca, y de nuevo no dudé sobre lo que tenía que hacer. Puedo parecer a veces muy fantasiosa, pero las cosas importantes siempre las he tenido claras en mi vida, y una vez que he tomado una opción he aceptado las consecuencias buenas y malas».
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