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ANTONIO ARCO
Jueves, 11 de enero 2007, 02:39
A Verónica Forqué, actriz, te la comes entera y sin rechistar aunque sea como forma de llevártela contigo puesta, de evitar que te abandone, de seguir disfrutando de su talento, de su ternura, de su frescura, de su cachondeo, de su vitalidad envidiable. Excelente cómica, pedazo de actriz que se sale del escenario por los cuatro costados y hace que se detenga el tiempo y triunfe el gozo, mañana estará en Calasparra, y el sábado y domingo en el Teatro Romea de Murcia, interpretando junto a Santiago Ramos la excelente ¿Ay, Carmela!, de Sanchis Sinisterra.
Te la comes entera a Verónica Forqué y eso que canta para pegarle una paliza, porque le pegas una paliza por lo mal que canta y el castigo aún sabe a poco. No hay forma humana, ni divina, de cantar peor el pasodoble Suspiros de España, que ella interpreta a mitad de función de este glorioso espectáculo al que no le falta detalle ni le sobra un ápice de buen gusto.
¿Ay, Carmela!, que ya interpretó la actriz hace veinte años, vuelve a los escenarios para lanzar desde ellos el nada estridente grito contra la guerra que es esta obra, divertida y amarga a partes iguales. En ella, la Carmela que encarna Verónica Forqué despliega durante la función, con una ingenuidad y una grandeza de espíritu que, por escasas en nuestros días, nos sobrecogen al tiempo que nos asustan, una ternura y una compasión hacia el prójimo conmovedoras.
Convencida de que «es posible ser feliz y encontrar la paz y la armonía», Verónica Forqué, actriz que irradia luz, provoca ternura, despierta simpatía incluso entre sus enemigos -¿como máximo tendrá uno o ninguno!- y forma parte de la mejor historia del cine y el teatro españoles, afirma: «Soy una neurótica del orden. Si estoy leyendo un libro me puedo levantar a recoger una hoja de planta que se ha caído al suelo. Soy una exagerada, necesito el orden, me encanta ordenar cajones, tirar cosas, regalar ropa...».
Carmela es una cómica que, durante la Guerra Civil española, encontrándose por casualidad teniendo que actuar para el bando franquista, se juega la vida por defender a pecho descubierto la dignidad de los presos republicanos. «Carmela tiene una generosidad, una inconsciencia y una capacidad de amar a los otros que, claro, impresiona. Hace las cosas de corazón, sin pensarlo dos veces y por compasión hacia el otro», indica la actriz, para quien «nunca son suficientes las obras en cartel que hablan contra la guerra. Más todavía si son capaces de remover las tripas de la gente, si nos hacen comprender lo terribles y dolorosas que son las guerras. Ahora mismo, en nuestro país no está de más hacer una llamada a la paz, al amor y al encuentro entre unos y otros».
Por qué, por qué
«Me identifico mucho con Carmela y la entiendo muy bien», explica, «porque yo también estoy siempre pendiente del más débil, aunque no tengo la generosidad que ella tiene. Sí comparto con ella el pensar que todos somos iguales, algo que los que tenemos la suerte de vivir bien tenemos que recordar cada día. El olvido es muy peligroso».
«Hace muchos años que descubrí que la vida no era un lugar para sufrir; eso no es verdad. Conociendo la consoladora filosofía de Oriente comprendí que estamos en esta vida para ser felices, estar alegres y querernos mucho. Si uno quiere buscar la paz termina encontrándola; cuesta, pero se encuentra», asegura.
Lleva un tiempo sin viajar a la India para ver a su maestro espiritual, Sathya Sai Baba, quien debe entrar en éxtasis en presencia de esta actriz de voz peculiar, y personalidad más peculiar todavía, para quien «lo más importante es ser buena persona». Ser buena persona y tener tiempo, eso es lo que más desea en estos momentos de su vida Verónica Forqué, una de las actrices más queridas por el público, al que conquistó con películas como La vida alegre, de Fernando Colomo, o ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, de Manuel Gómez Pereira.
«El mundo es un lugar aparentemente muy caótico, en el que hay mucho dolor y sufrimiento. No entendemos qué pasa y nos preguntamos por qué, por qué y por qué», dice. «Tengo un carácter muy extrovertido, y a los extrovertidos creo que todo nos resulta siempre mucho más fácil. Cuando tengo un problema lo digo, cuando tomo un disgusto lo cuento, cuando hago algo mal no me cuesta pedir perdón», reconoce.
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