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J. PÉREZ PARRA
Viernes, 8 de diciembre 2006, 02:44
La ciencia no ha sido todavía capaz de desentrañar con exactitud qué ocurre en el cerebro de quien padece un trastorno límite de personalidad, el más grave y numeroso de todos los trastornos de personalidad. Nadie conoce con certeza qué lleva a estas personas a descender por un túnel oscuro que los conduce a la depresión, la rabia consigo mismo y con el mundo y, en 15 de cada cien casos, al suicidio. Los últimos estudios son alarmantes. El problema está mucho más extendido de lo que en un principio podría pensarse. En la Región, entre el 2 y el 5% de la población sufre alguna patología de este tipo. En números redondos, unas 30.000 personas. Esa es al menos la cifra que maneja la Asociación Regional Murciana de Ayuda e Investigación de los Trastornos de Personalidad (ARMAI-TP), que lleva un par de meses en marcha y que ayer se presentó en sociedad. «Estamos a veinte años luz de conocer la enfermedad», explica el presidente de la nueva organización, José Castillo. Por eso, 18 familias con algún miembro afectado se han unido a este proyecto, que pretende presionar a las administraciones para que inviertan más en investigación y tratamiento.
En realidad, la asociación y los expertos sospechan que hay miles de casos de trastorno límite de personalidad (TLP) todavía sin diagnosticar. Por eso, aunque actualmente se cifra en un 2% la población que sufre esta patología, ARMAI-TP advierte de que en 2015 el 5% de los murcianos estarán diagnosticados de esta enfermedad o de algún otro tipo de trastorno de la personalidad. «Hasta hace poco, cuando muchas familias iban al psiquiatra, les decían que el problema de su hijo es que era hiperactivo o tenía una depresión; no se diagnosticaba un TLP», explica Ana María Fernández, una enfermera de Salud Mental que empezó a visitar a los médicos cuando su hijo tenía 5 años. «Lo único que me decían es que el niño era problemático, y ya está», denuncia. Aunque en los últimos años se ha avanzado mucho, todavía persiste un cierto desconocimiento.«Algunos de estos pacientes mienten o roban compulsivamente; se mueven por impulsos porque no son capaces de que prime en ellos la racionalidad. Por desgracia son tratados como delincuentes, pero no lo son», advierte Ana María Fernández.
El trastorno suele aparecer en la adolescencia. En una primera etapa, el paciente empieza a tener malos resultados escolares y problemas de adaptación social. A nivel afectivo se muestra muy inestable. Aparece la ansiedad y la tendencia a la depresión. «El enfermo sólo piensa en destruirse, en matarse, porque nada le satisface. Funciona por impulsos, no por la razón», explica José Castillo. También intenta evadirse, lo que en algunos casos deriva en consumo de drogas, promiscuidad sexual e incluso conductas delictivas. Un cóctel explosivo de síntomas y trastornos que convierte a esta patología en algo muy complicado de diagnosticar. Cuando se consigue hay, por fortuna, diferentes terapias y medicamentos combinados que han demostrado su efectividad. «La enfermedad puede estabilizarse, y el paciente empieza así a llevar una vida normal». Por eso piden ayudas, para que el desconocimiento o el abandono no les cierre la puerta a la esperanza.
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