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Pepa García
Viernes, 21 de noviembre 2014, 01:17
A tiro de piedra del campus universitario de Espinardo, en la calle Juan de la Cierva de la urbanización Agridulce, comienza el recorrido propuesto para hoy: una visita al último alcornocal de la Región. La mayor arboleda de alcornoques (Quercus suber) que sobrevive en la Región y que atesora, dispersos por las laderas y sobre suelos margosos, semiáridos y abarrancados por las lluvias torrenciales, el 98% de todos los existentes en nuestra Comunidad, bien merece una visita. Un paseo que recorre la rambla del Talón y que le acerca a esta masa forestal dispersa de una especie de flora en peligro de extinción en la Región: solo quedan otros pocos ejemplares aislados en la Sierra del Cuchillo (Yecla) y en la de Carrascoy (Murcia).
El recorrido parte por una pista de tierra en dirección oeste, muy cercana al inicio de la Vía Verde del Noroeste; un camino a cuyo inicio son visibles las basuras y desechos que los desaprensivos se acercan a tirar allí. Cuando encuentren dos postes con las cadenas cortadas, deben atravesarlos y girar a la izquierda. El camino ya no tiene pérdida, no tendrán más que seguir el itinerario marcado por los hitos amarillos de Enagás para poder llegar sin problema al cauce de la rambla del Talón.
Antes, deberá ascender a la cumbre del Cabezo Blando, un altozano con vértice geodésico que le pone a sus pies unas vistas inmejorables de Murcia, la vega del Segura y las sierras que rodean el gran valle. No es raro que por la zona se encuentre con corredores en su sesión diaria de entrenamiento o de 'bikers' que encuentran en los descensos y ascensos de este territorio acarcavado un circuito ideal para disfrutar. El camino es sencillo, pero tengan cuidado con los traspiés cuando tomen la senda de descenso del Cabezo Blando, ya que su elevada inclinación hace el terreno resbaladizo.
Las escasas lluvias de las últimas semanas ya han sido agradecidas por estas sufridas tierras y los agostados matorrales han empezado a reverdecer. Luego, deberán dejar a la izquierda una gran balsa de riego, para continuar el camino que marcan los hitos amarillos.
Cuando lleguen a la siguiente intersección, hay que girar a la izquierda, dejando por fin de lado el itinerario marcado por la empresa de gas. En este terreno, los pinos empiezan a saltear estos montes y el camino le lleva junto a viejos cultivos abandonados en los que predominan añosos olivos, pero que también cuentan con algarrobos y se alternan con grandes pinos plantados en terrenos aterrazados antaño. Sorprende que, pese a la escasa calidad de estas tierras, el hombre haya peleado décadas atrás por domesticar la naturaleza y sacarle el fruto suficiente para sobrevivir.
La ruta atraviesa una pequeña y frondosa pinada que ya no les abandonará y les aportará sombra y techo hasta casi el final del itinerario. Al llegar a una casa derruida, que encontrarán a su derecha en el sentido de la marcha, no tienen más que bordearla dejándola a su izquierda e iniciar, de nuevo, un empinado descenso para internarse en el cauce de la rambla del Talón por un sendero serpenteante y mucho más estrecho del que seguían hasta ese momento. Vuelvan a poner pies de plomo en esta bajada, también traicionera por tener tierra y piedras movidas.
Coto de caza
Por el camino es fácil que encuentre perdices y que vea salir disparadas, huyendo como si hubieran visto a un zorro, a las orejudas liebres. Igualmente, es posible cruzarse con alguna pequeña rapaz que campea este territorio rico en pequeñas especies cinegéticas, que por algo es un coto de caza.
Ya en el lecho de este cauce, la vegetación se muestra mucho más frondosa, con enormes pinos que lo jalonan. Seguir su curso, que acaba desembocando en el Segura, permite imaginar las grandes avenidas de agua, el torrencial caudal al que la rambla del Talón ha dado salida. Se ve en los taludes, donde quedan al descubierto las capas de depósitos aluviales que fueron arrastrados por las corrientes. Y también en la orografía del lecho, en el que hay que ir salvando pequeñas y enormes pozas que un día horadaron fuertes torrentes de agua. Sin embargo, en su sinuoso itinerario, la fauna que puebla la zona ha optado por montar sus madrigueras en su mismo fondo, sabedoras de que las escasas avenidas de agua son un riesgo asumible para garantizar su superviviencia. Excavadas en la tierra de los taludes o confeccionadas en la densa capa de pinochas que se acumulan bajo los pinos, dan cobijo a la abundante fauna de este paraje que, tras poco menos de 4 kilómetros de marcha, les muestra en las laderas circundantes los alcornoques. Mientras, si sigue por la rambla, pasarán junto a enormes algarrobos en pleno estallido floral. Lo aprovechan las abejas que, en plena faena bajo su copa, se hacen notar produciendo un intenso zumbido.
Aunque la época del descorche ya pasó, los alcornoques de la Ribera de Molina siguen mostrando en sus troncos el bornizo, ya que nunca nadie llevó a cabo en ellos la pelá. Plantados en la primera mitad del siglo XX, estos parientes de encinas y robles pronto superarán los tres cuartos de siglo. Una longevidad milagrosa, si se tiene en cuenta que es el alcornocal que crece en el territorio más seco conocido. Una circunstancia que convierte esta arboleda diseminada en un terreno de interés científico y sugiere su protección. De hecho, ha sido propuesto como Microrreserva Botánica. Ahora en flor, aunque lo habitual es que florezcan a finales de primavera, poseen, como sus primos, bellotas como frutos.
Cuando lleguen al final de la rambla, que desemboca en el río pero corta la carretera MU-560 de Molina de Segura a Alcantarilla, y después de superar el impacto negativo de la basura depositada en pleno cauce (bidones, cascotes, electrodomésticos desechados y algún mueble jubilado), asciendan por la ladera que encontrará a su derecha y acérquense a palpar sus rugosos troncos de acolchadas cortezas. A unos pocos pasos hay un gran ejemplar, aunque la mayoría, quizá por las condiciones adversas, no aparentan los años de vida que acumulan.
Disfruten y sean respetuosos con este entorno, una de las pocas manchas de alcornoque que resisten en el sureste español.
Cuando hayan descansado a la sombra de estos árboles, tienen dos opciones. La primera es volver por donde vinieron y, si desean ahorrarse un nuevo ascenso al Cabezo Blando, bordearlo por su vertiente norte, junto a campos de cultivo aparentemente dejados de la mano del hombre. La segunda es continuar rambla abajo por su ya desdibujado cauce, atravesar el fértil soto que bordea el Segura y dirigirse, corriente abajo, hasta la Contraparada. Desde allí puede regresar caminando hasta el mismísimo Puente de los Peligros de Murcia.
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