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EUGENIO REVILLA
Jueves, 9 de febrero 2006, 01:00
El Real Madrid quedó k.o. en la Copa en sólo 90 minutos. En la competición que tenían puestas más esperanzas los blancos se pueden ya despedir del título sin jugar la vuelta en el Bernabéu el próximo martes. El Zaragoza dio un repaso al Madrid y propinó una goleada histórica a un equipo que hizo aguas en defensa, no carburó ni ayudó en el centro del campo y acabó humillado por el rival ante el que esperaba vengarse de la final perdida en 2004. La verdadera revancha se la tomó el hermano de Gabriel Milito, Diego, que tuvo una efectividad asombrosa y marcó cuatro goles, aunque el Zaragoza pudo conseguir más tantos. Como ejemplo, a falta de cinco minutos el bigoleador Ewerthon estrelló el balón en el poste. Desde 1999 el Madrid no encajaba seis goles y tuvo que ser en el primer asalto de la semifinal copera para quedar virtualmente sentenciada. Para el magnífico Zaragoza la noche fue grandiosa. Después de marcar cuatro goles al Barça y al Betis, la marca se amplió ante un triste Madrid que recibió un durísimo correctivo y deberá de nuevo plantearse su futuro.
El baño del Zaragoza en la primera parte ya se concretó en tres goles, pero Casillas, con un impresionante paradón a bocajarro en el minuto 40, impidió el cuarto, cuando el Madrid, en una acción de estrategia, había intentado arreglar el continuo desaguisado defensivo. Roberto Carlos y Helguera dejaron una autopista a Ewerthon y de la banda del brasileño salieron dos de las tres primeras asistencias a Diego Milito y el otro pase que Casillas salvó ante Óscar. El pase de gol del 3-0 fue de Cani, que también lideró ofensivamente el ataque de un equipo que maravilló con un magnífico fútbol, a base de toque, velocidad y efectividad. El Madrid, en cambio, recordó a ese equipo desequilibrado y a la expectativa, sin agresividad ni presión, que se veía siempre superado cada vez que el rival imprimía un fuerte ritmo y corría más por cada balón. Además, esta vez se encontró con un Zaragoza con pegada, con un Diego Milito en estado de gracia.
Se pensaba que podía cambiar la decoración tras el descanso, pero la amenaza para los blancos estaba precisamente ahí, sin ninguna capacidad para generar, con escasa movilidad arriba (sólo Robinho), y temiendo los contraataques de un Zaragoza que se sentía poderoso y jugaba de memoria en la delantera, para desgracia de una defensa rota. Por eso los goles le siguieron cayendo a Casillas.
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